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EL DERECHO A DECIR NO

O EL CHANTAJE EMOCIONAL EN LA PROTECCIÓN ANIMAL

En las protectoras de animales y en todas las personas que se preocupan de forma activa por su bienestar existe una situación de culpa cuando tienen que decir no a algún caso de ayuda que se les presenta supuestamente desde una persona o entidad externa “muy preocupada” por la situación de este o aquel animal, y que en lugar de actuar le pasan el problema a otros, sintiéndose por ello muy buena gente.

Justamente en el momento en el que se les dice a toda esta “buena gente” que no es posible ayudarles, que la ayuda tiene que buscarla en las administraciones (realmente obligadas a ello, que disponen de medios para ello) o bien en sí misma, dada la pasividad de dichas administraciones, entonces te conviertes ipso facto en la bestia negra, una impresentable que no merece vivir porque no has ayudado a ese pobre animal, al que ellos tampoco están dispuestos a ayudar.

Y tú te quedas ahí con el corazón roto por que no puedes hacer nada, con una sensación de culpa que arrastras durante un montón de tiempo y que ya va cargada con muchas otras sensaciones de culpa, de haber fallado a un ser vivo que te necesitaba.

Pero eso está mal, porque si te sientes culpable, te bloqueas y eso te impide pensar en los verdaderos motivos por los que no has podido ayudar, bien sean estos la escasez de medios de la protectora, la falta de capacidad del albergue (si eres una de esas afortunadas entidades que cuentan con uno), etc. etc.

Cuando piensas en los verdaderos motivos en el fondo de la cuestión es cuando puedes empezar a establecer estrategias para poder solventar esos problemas, pero hay que tener claras algunas cosas.

Una de las más importantes es que lo relativo a la protección animal es una tarea que debería estar financiada por la administración, tanto en lo relativo a la prevención de situaciones de abandono, maltrato, educación, etc., como en lo relativo a los cuidados de los animales que día a día aparecen abandonados, desnutridos, maltratados, etc.

Y justamente aquí nos encontramos con el gran problema que divide a las protectoras, y es que las administraciones hacen una dejación total de sus obligaciones dejando que sean las protectoras las que con su afán de ayudar a los animales carguen con todo el peso de velar por el bienestar de los animales.

Como muestra de ello podemos observar las escasas dotaciones económicas que se ofertan para los servicios de recogida de animales, las exigencias que se recogen en los pliegos de las licitaciones públicas, que convierten a dichas licitaciones en un “quiero servicio VIP pero voy a pagar LOW COST” y las protectoras entramos a ese juego porque siempre está el coco rondando, la empresa que mata a los animales, la “protectora” que los tiene en malas condiciones, etc.

En lugar de plantarnos y unirnos y empezar a luchar por el bienestar animal en contra de las disposiciones de la administración, lo que se suele dar es justo lo contrario, se critica a aquellas protectoras que tienen, dentro de sus posibilidades, buenos protocolos, y al mismo tiempo se ayuda a las empresas (porque hay que ayudar a los animales que están tan mal en ellas) a que desarrollen su función intentando salvar al máximo de animales posible.

Siendo esta postura desde una visión emocional muy justificable, resulta muy cuestionable a nivel práctico mirando el medio y largo plazo, porque estamos enviando un mensaje muy claro a las administraciones: haced lo que queráis porque ya estamos nosotras para complementar lo que no hacéis y además ¡os va a salir gratis!

¡¡¡Un chollo para la administración!!!

Y así luego nos seguimos quejando de que la administración nos chantajea porque amamos a los animales y cedemos a sus pretensiones con tal de asegurar todo lo que se pueda su bienestar.

Sin embargo una buena política para que realmente mejore la situación de los animales en perreras y refugios pasa por no ceder ante los chantajes de la administración, pasa por apoyar a aquellas que lo hacen bien o al menos mejor que las empresas (no todas, que esperamos que alguna lo haga mirando por el bienestar de los animales), pasa por unirnos, por no dedicar más tiempo a meter el dedo en el ojo de las colegas y salvar el culo de los que no tienen escrúpulos en lucrarse con el negocio de las perreras.

Pero eso será en otra vida, en otro momento, con otra gente; en la actualidad, por desgracia, lo único que hay es cainismo, mala baba, envidia a raudales y pocas ganas de ayudar porque si reconozco el esfuerzo de los demás, ¿cómo voy a hacer valer el mío? En realidad no es excluyente, pero no se ve.

En conclusión, da igual lo que una protectora ayude a los animales; ya se encargará la administración, otras protectoras, amigos y allegados en hacerle la vida imposible y luego, cuando cansados tiren la toalla y digan: “vale, nos rendimos, vosotros seguro que lo hacéis mejor, así que nos vamos”, entonces vienen de nuevo las peticiones envueltas en críticas: ¿cómo sois capaces de abandonarlos?

Perdonad, nosotros no los abandonamos, los abandonasteis todos vosotros hace mucho tiempo y ahora es el momento de pasar el testigo porque nuestra cuota de mártires ya la tenemos cubierta.








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