Entre los mejores momentos del día está salir a pasear. También comer, claro, y los mimos mañaneros, y darle la bienvenida a mi humana cuando vuelve del trabajo... pero a lo que íbamos: los paseos.
Llueva o nieve, pasear es fundamental para mí; no sólo porque me hayan educado para utilizar el exterior como cuarto de baño, que también, sino porque voy oliéndolo todo, saludando a mis amigos, sean humanos o caninos, comprobando que todo está en su sitio y no se me ha desaparecido ningún árbol ni mis matas de hierba favoritas, y asegurándome de que las margaritas y caléndulas van reapareciendo al ritmo previsto.
Paseo sujeto con mi collar y mi correa, y al menos una vez al día, vamos a sitios donde puedo estar suelto, correr, dar botes, y ser un poquito más perro. Si llueve mucho varios días seguidos y tengo que conformarme con paseos más cortos y siempre con correa, me voy poniendo más nervioso y ligeramente insoportable. Y es que necesito todo eso, correr, oler, disfrutar.
Pero entonces me encuentro con un perro que lleva, además de correa, bozal. Y no lo lleva porque le estén educando para no comerse todo lo que hay tirado por el suelo, ni porque sea irremediablemente agresivo y haya que prevenir que vaya mordiendo pantorrillas al pasar, no. Lleva bozal porque la ley obliga a su humano a ponérselo para salir a la calle. Y casi no puede oler todo lo que hay alrededor, ni lamerse el hocico, ni masticar la hierba tan jugosa y tan verde... y desde luego, no le van a soltar para que corretee por el campo.
Para mí, pasear es uno de los mayores placeres de la vida, pero para los perros que tienen que salir con bozal, no puede serlo; salir a la calle implica llevar la boca atada. Yo me alegro de no ser uno de esos perros, y lamento mucho que ellos estén condenados, sin culpa ni juicio, solo por haber nacido perteneciendo a una raza determinada, a no disfrutar nunca de sus paseos tanto como yo, y a que los humanos les consideren peligrosos, porque si les ponen bozal por algo será... Siempre la ignorancia, y siempre nosotros las víctimas inocentes.
La próxima vez que te cruces con uno de esos pobres con su bozal, mírale con atención, no te quedes en el estereotipo del perro peligroso. En la mayoría de los casos, será un saco de mimos como los demás.
Por suerte hay humanos, como la mía, que luchan para cambiar esa percepción de la sociedad y las leyes que les obligan a llevar amordazados a sus perros. Muchas gracias en nombre de mis compañeros caninos y ¡buena suerte!