La hipocresía, por no decir la mentira descarada, va unida al maltrato; forma parte del control, de la manipulación que ejerce el maltratador sobre su víctima, y sospecho que es ese control, ese poder, lo que de verdad busca, lo que "le pone". El maltratador convence a su víctima de que es culpa suya, de que lo hace por su bien, de que lo hace por amor, de que debería avergonzarse; le aísla de los que podrían ayudarle, no vaya a ser que alguien le abra los ojos y comprenda que el único culpable es el maltratador, y que de amor, nada. Y de paso, intenta convencer también a la sociedad de que es un corazón puro, un amante y no un verdugo. Y la sociedad se deja convencer, porque parece más conveniente.
Pero vamos despertando de ese sueño hipnótico, y si ya costaba colarnos que el fuego sagrado de la Inquisición purificase alma alguna por el bien y la eterna salvación del torturado, poco a poco vamos entendiendo que otras conductas que intentan parecer correctas, disimuladas con lemas como "siempre se ha hecho así", "es tradición", "es por su bien", no son más que prácticas inquisitoriales reducidas a la escala que cada torturador alcanza.
"Quien bien te quiere te hará llorar", sí, pero te hará llorar diciéndote la verdad, poniéndote delante la realidad: llamamos maltrato a lo que es tortura pura y dura, y maltratadores a los sádicos que viven infiltrados entre nosotros.
El maltratador ejerce violencia física y psíquica contra las mujeres, los niños, los animales... los indefensos que tenga a mano y con los que se atreva. Poco a poco se va atreviendo a más, claro. Podemos llamarles maltratadores, sociópatas, psicópatas, lo que más nos guste o lo que esté de moda. Son torturadores.
Y quien mejor lo explica, con muchísimas menos palabras que yo, es Paco Catalán. Gracias, Paco, una vez más.
Kamparina
PACO CATALÁN |