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SER UNA CASA DE ACOGIDA: LO QUE HE APRENDIDO EN ESTOS DIEZ AÑOS

Capítulo 7: Buscando el equilibrio
Pues sí queridos amigos, hace poco más de un año, mi yo de 2018, acababa de encontrarle un hogar a sus dos queridas cachorras y se encontraba disfrutando de la libertad de pasear a un único perro, cuando haciendo limpieza en casa y en la mente, con la intención de cerrar etapas, decidí subir al albergue algunas de las “propiedades” de las cachorras, que no pensaba volver a utilizar en un largo tiempo.
Así que ahí estábamos Javi, Nanda y yo, un sábado de mayo, ingenuos, ignorantes, en definitiva: felices, dirigiéndonos hacia Serín con un maletero lleno de trastos, sin ser conscientes de que el destino, había vuelto a conspirar en nuestra contra.
Sí, el karma, se conjura a veces contra nosotros y hace que veamos el pajarraco que cayó del nido, el puñetero gato al que acaban de atropellar, o el anuncio de la camada que necesita una nanny, en el preciso instante, en el que una de las acogidas se acaba de caer. Así, una vez más, con un karma insidioso y conspirador, llegamos a Serín tras meses de ausencia justamente el fin de semana, en el que Vaca, hasta aquel momento Lassie, había comenzado su nuevo período carcelario.
Lassie, era una perra que había sido depositada por su dueño, tiempo atrás, cuando la vida se le había complicado demasiado, tanto como para tener que renunciar a su propia perra. Pasó entonces mi Vaquita, un período de su vida que no recuerda con nostalgia. Encerrada, como tantos otros, entre rejas, durmiendo sobre cemento, expuesta al frío y a la humedad, que tanto daño le hacen a su artrosis. Alimentada, querida, atendida y paseada, sí, pero como todos los ocupantes de Serín, deseando dejar atrás la manada y volver a ser perra única.


En un golpe de suerte anterior, hacía algo más de un año, Lassie, había encontrado un alma caritativa dispuesta a darle el hogar que tanto necesitaba. Así había salido del albergue en dirección a Gijón y había pasado una época feliz, cambiado su estado en Facebook a “en una relación”, y disfrutado de la calle y los bares durante una larga luna de miel, que por desgracia, también tuvo que acabarse. La vida volvió a truncarse para el adoptante de Lassie, y ella aterrizó de nuevo en el albergue, con catorce años y nulas esperanzas de volver a salir de allí. La perra sabiéndolo se deprimió y se auto-castigaba de cara a la pared. Los días que pasó allí, buscaba el rincón más alejado de su chenil, en el que se echaba para dejarse morir. Y entonces como dos ingenuos y torpes hados madrinos, llegamos nosotros a Serín, y cuando yo creía estar vaciando el maletero de todos aquellos objetos cachorriles, en realidad lo que estaba haciendo era el hueco en mi vida a la que desde aquel día pasaría a llamarse Vaca.
Supongo que el destino tuvo que escoger entre ponerse de nuestra parte o de la suya, e inclinó la balanza hacia ella. Así mientras yo vaciaba pletórica de trastos mi coche, Pilar ató cabos a la vez que vidas, y rauda y veloz, sin darnos apenas tiempo a reaccionar, nos puso en las manos la correa de la Vaca, en lo que ella misma denomina un “atraco a mano armada” y nos iba repitiendo el mantra sagrado: es una urgencia, la pobre lo necesita, se está dejando morir, no te va a dar ningún problema ya lo verás… Nos acompañó hasta el coche y acomodó a la Vaca en aquel maletero que yo misma acababa de vaciar.
Cuando nos quisimos dar cuenta, Javi, Nanda y yo, estábamos de vuelta en Avilés con aquella preciosa perra, vieja, gorda, blanca y negra, sonriéndonos desde el otro lado de la correa. Así Lassie pasó a llamarse Vaca, y entró en nuestra casa.
Una vez más hubo que reubicarse, porque aunque esta vez el ritmo era el mismo, los animales requieren sus propios tiempos y espacios, y Nanda reclamó el suyo. Durante meses, se dedicó a hacerle a la Vaca un mobbing silencioso que se traducía en que no podía estar en la misma habitación en la que ella estaba. Yo llegaba a casa y me encontraba a la pobre Vaca tumbada a la puerta de la entrada, no porque nos echase de menos, sino porque era el lugar más lejano, el único de hecho, en el que Nanda le permitía acostarse. Por supuesto, sigue comiendo antes Nanda que Vaca y Vaca lo respeta y nosotros no hacemos nada por intentar cambiarlo, porque es el orden natural de las cosas.


Tardamos también un tiempo en convencer a Vaca de que en aquella casa no se merendaba gato. Como la perra está vieja, su falta de reflejos hizo que no fueran necesarios grandes esfuerzos para controlar sus instintos asesinos. Tardó unas semanas en dejar de reclamar aquel bocado y de soltar dentelladas al aire. Aún ahora tampoco es que les tenga especial cariño. A la gata directamente le tiene miedo, lo cual no deja de tener su gracia, que una perra de 22 kilos tema a una gata ciega que solo pesa 3. El gato, que adora a los perros, intenta convencerla diariamente de lo contrario y se le frota ronroneando como hace con Nanda. Vaca lo soporta con resignación cristiana, pero no es que le haga especial ilusión.
Igual que le sucede a Nanda, a Vaca, lo que más le gusta de los gatos es su comida (y sus deposiciones…) Creo que es el trato que han hecho con su estómago para contener sus ganas de desaparecerlos.


Es verdad que Vaca no da especial trabajo. En enero cumplió los 15 años y aunque todo el mundo se sorprende de su edad porque su aspecto y agilidad hacen que no lo aparente, siguen siendo los que tiene. Vaca adora salir a la calle y sobre todas las cosas venera los bares y a los camareros. Vaca es sociable con todo y con todos, perros, niños, ancianos. Es el típico perro que le pide caricias a todo el mundo y que precisamente por eso te puede meter en un lío al acercarse a gente a la que pueden no gustarle los perros. Vaca duerme como un tronco y como está prácticamente sorda no hay ruido que la sobresalte. Os parecerá una tontería, pero su sordera es una ventaja de cara a pirotecnias y celebraciones varias. La Vaca come como una plaga de langostas y es una perra aspiradora.
Incorporar a Vaca en nuestras vidas, no fue especialmente complicado, pero si tuvo sus inconvenientes, a la necesidad de establecer jerarquías marcada por mi perra y a la imposición de la convivencia inter-especies, hubo que añadir otras situaciones, como lidiar con ladridos inoportunos que nos causaron más de un problema vecinal o bregar con unos esfínteres, que debido al paso de los años, no retienen todo lo que deberían. Todo tiene una parte buena y otra mala, es indudable, como también lo es, que mi vida sería más sencilla si tan solo tuviera un perro, o un gato, o si directamente no tuviera ninguno. Probablemente el mayor problema que tiene y tuvo acoger a Vaca es tener prácticamente la certeza de que su fin está cerca y que se morirá conmigo. Esa sombra acechante que es la muerte también convive con nosotros en un extraño equilibrio. Vaca, es innegablemente el perfil que mis animales demandaban, una perra tranquila y tolerante con otras especies. ¿Era lo que yo hubiera elegido? Para que engañarnos, seguramente no, pero el beneficio colectivo está por encima del individual.


¿Qué aprendí con Vaca? Pues que la vida da muchas vueltas porque quién me iba a decir a mí, hace apenas un año, que “enterraría” antes a una de mis cachorras, que a la centenaria perra con la que sigo conviviendo. Vaca me enseña que lo importante no es saber el momento exacto en el que dejarás éste mundo, sino lo que haces entre que ése momento llega y no. Dormitar, comer, pasear, conocer, que te rasquen la oreja durante un largo rato, que no te duelan demasiado los huesos al levantarte y que alguien se acuerde de ti por las mañanas. Ella no necesita más, ojalá yo tampoco lo necesitase.




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