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Hay que aprender a decir y aceptar un no

Yo tengo claro que aprender a decir no es una de mis tareas pendientes. Soy una de esas personas que da rodeos esperando que el de enfrente lea entre líneas que estoy en desacuerdo con lo que me propone. Es un error por mi parte pretender que el otro adivine lo que en realidad pienso, y lo sé, pero supongo que es una mezcla de carácter, cultura y un tipo de educación. Lo que viene siendo la herencia recibida. A la gente como yo, nos resulta muy violento decir que no a bocajarro, por eso no soportamos que se nos ponga en ese brete. Como os podréis imaginar, mezclar mi falta de asertividad y el acogimiento animal no es muy compatible, que digamos… A ver, vaya por delante que yo los animales con los que convivo son fruto más bien de un “sarna con gusto no pica” que de una “obligación” para con la protectora en la que colaboro. Hombre, las cosas como son, a la Vaca “alguien” me la metió por los ojos, pero vamos que tampoco me hice yo mucho de rogar.
Escribo esto, insisto no por mi situación actual, sino por muchos comentarios que leo constantemente en redes relacionados con las casas de acogida. Día sí,  día también, leo mensajes desesperados en los que protectoras de toda España solicitan ayuda para un animal concreto porque se han quedado sin casa de acogida. Automáticamente y como resortes, todos pensamos (yo incluida), que menudos egoístas los de la casa, que habiéndose ofrecido a tener al animal, o incluso después de haberlo tenido, en el último momento se echan atrás. 
A ver, como en la viña del señor hay de todo, yo no puedo dar la cara por todos y cada uno de los acogedores que han renunciado a serlo, pero sí sé, lo que significa postularte en un momento dado a echar un cable y que después te vengan malas y no tengas más remedio que recular. A mí me pasó. Yo me he visto superada en más de una ocasión, sobre todo, para qué negarlo con los casos especiales. Yo he tenido lactantes, gatos y perros y sé lo que es hacerte cargo de esas larvas. Sé lo que es que se te mueran, que se pongan malos o que tengas éxito y tu casa sea tomada por una horda de cachorros. También lo que es tener un animal convaleciente, a la víctima de un atropello o al perro que ya tiene demasiada edad para sobrevivir dignamente en una jaula.
Normalmente me ofrezco sin plazo, porque conozco el funcionamiento interno, sé que una vez que entras en la rueda es muy difícil salir. Es verdad que a veces te postulas para solucionar una emergencia. También, que se siguen buscando casas y familias después aunque el animal esté contigo, pero mirad, seamos realistas, una vez que el bicho está colocado, es muy complicado que surja otra oportunidad. Primero porque en el momento en el que están en una casa, el público objetivo ya no tiene tanto miedo, ni le da tanta pena, que ese animal no tenga una familia definitiva. Y segundo porque muchas veces las emergencias, son animales que necesitan cuidados especiales, y seamos francos, mucha gente empatiza, pero poca se ve con fuerzas de sacarlos adelante. No me estoy poniendo ninguna medalla, mi problema es otro, es una falta de medida, mezclado con una dosis de irresponsabilidad. Lo que quiero decir con esto, es que las casas de acogida, son o deberían de ser, por definición temporales, pero que por desgracia y sin que nadie lo pretenda, la mayor parte de las veces no lo son. 
Quiero romper una lanza a favor de muchos acogedores que en un momento dado tienen que decir “no”. En serio, todos tenemos que poner límites, no dudo que a veces la gente los ponga donde no corresponde, pero la mayoría, creedme si os digo, que están puestos dos pueblos más allá de lo que al acogedor originalmente le gustaría haberlos puesto. A veces, solo tienes sitio para una semana, porque quizás es la de vacaciones y después no puedes darle al animal el tiempo que necesita. A veces, es el espacio lo que te falla, y tienes que tenerlo recluido en un lugar por su propia seguridad o la de los tuyos. A veces es incompatible con tus propios animales, otras con tus vecinos, o con tus hijos o con tu vida. Pensad que decir que no, nunca es fácil, mucho menos si el que recibe la negativa, tampoco ha aprendido a aceptarlo.
Tenía que decirlo.


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