Hola, hola queridas y queridos,
Antes de nada mis disculpas por no haber dado señales de vida antes. La nueva normalidad se ha llevado por delante mis viejas rutinas y me está costando más de lo que debería retomar las buenas costumbres, pero hoy me asomo de nuevo a esta ventana, para comentar con vosotros como siempre mis impresiones.
Probablemente no lo sabéis, bueno probablemente no, más bien seguro. No podéis saberlo porque yo aún no os lo he contado, pero desde hace ya medio año, yes we can, tiene un nuevo miembro canino. Así, mi nuevo compañero perruno y yo, tenemos hábitos distintos a los que mis anteriores cánidos habían compartido conmigo: a mi nuevo perro le encanta el parque de perros y este espacio se ha convertido para nosotros en un lugar de visita diaria obligada. Como lo cierto es que hasta ahora nunca me había dado a mí, por visitar estos espacios de socialización humano-caninos, no me resisto a dedicarle mis próximas páginas a estas, para mí, nuevas experiencias.
El parque de perros es un lugar cuanto menos curioso, no sé en otras latitudes, pero aquí en este pueblo en el que me ha tocado vivir, básicamente consiste en un par de descampados a las afueras, que han acotado con vallas metálicas y acondicionado con una fuente, tres aparatos de agility y un par de bancos para los dueños. No me quejo, no están mal, a mí me valen y a mi perro también. Quizás el mantenimiento podría ser implementado y sobre todo, teniendo en cuenta el número de cánidos en mi pueblo y la distancia de los dos parques respecto al centro, podrían añadirse al menos un par de solares más, para limitar los conflictos vecinales. Ahí lo dejo.
Por lo demás, a mí me basta y me sobra. Tienen un horario de uso bastante amplio, entre la 8 de la mañana y las 10 de la noche. Un tamaño aceptable (os diría los metros cuadrados aproximados pero soy una inútil integral a la hora de calcular superficies) y una normativa simple: prohibido entrar con comida, prohibido entrar con hembras en celo y prohibido entrar con perros agresivos. Chimpún. No hay más, el resto allá te las compongas.
Sin embargo, tras covertirme en usuaria habitual, me he dado cuenta de todas las cosas que se quedan fuera de ese marco normativo y que también intervienen en el delicado equilibrio de disfrutar del ocio con un perro.
Lo primero de lo que te das cuenta cuando entras en un parque de perros con el tuyo, es algo que ya sabías: la mayor parte de los dueños no tenemos ni puta puñetera idea de perros. Nos gustan. Los queremos. Vivimos con ellos, pero de etología y comportamiento canino, vamos más bien escasos. Ese es el principal escollo que nos encontramos a la hora de relacionar a nuestros perros. Los cánidos emiten señales que fácilmente ignoramos y que pueden tener como resultado una pelea o un desencuentro. No suele darse, pero cuando se da, es desagradable y genera cuanto menos desasosiego. ¿Qué es lo que yo veo en el parque de perros?, que los que vamos a diario, hacemos que nuestros perros establezcan relaciones casi diría de manada, donde marcan su jerarquía y determinan juegos y roles. Entre ellos se genera una especie de equilibrio, que para nosotros es fácil de gestionar. Conocemos a los perros y los perros se conocen. No tenemos más que entablar conversación con el dueño con el que mejor nos llevamos y dejar que nuestros perros campen a sus anchas en un lugar que sabemos de antemano está libre de peligros y de multas. Eso sí, con un ojo a esos culos salerosos que no se cortan en dejar en su espacio de juegos sus deposiciones, pero al fin y al cabo tranquilos y relajados.
Gente paseando al perro en el parque. Imagen de Freepik |
En esa circunstancia es un ambiente ideal. El problema surge cuando aparece un usuario no habitual, que tiene tanto derecho como tú o más, de hacer uso de ese espacio. Tú lo sabes y lo entiendes, pero ¿y tu perro? Va todos los días, conoce a sus miembros, ha hecho suyo ese espacio, ¿admite nuevos visitantes? Y ahí, queridos amigos, radica el mayor problema que yo le veo a estos espacios caninos.
No todos los perros reaccionan igual ante los perros desconocidos y no siempre sabemos leer las señales que nuestro propio perro nos está emitiendo. He visto y veo perros entrar forzados por su dueño, con el rabo encogido y tirando con todas sus fuerzas de la correa hacia atrás. He visto y veo a los perros que estaban dentro acudir en tropel a la puerta para llámalo recibir, llámalo acosar, al recién llegado. De esa situación hay perros que salen victoriosos y se incorporan con éxito en el juego colectivo y animales que huyen despavoridos y se esconden con desesperación enseñando dientes entre las piernas de su dueño.
Para solucionar esta circunstancia supongo que tendrían que hacernos a todos pasar por un curso de manipulador de cánidos. De momento y mientras sacan ese carnet y no, yo personalmente me limito a llamar a mi perro y pedirle que se siente cuando llega uno nuevo para que el recién llegado se ubique, y hacer las presentaciones de forma lo más amistosa y tranquila posible. No lo hice así siempre, lo confieso. Empecé a hacerlo cuando me di cuenta de que para muchos animales entrar en el parque cuando había otros perros, era una situación de estrés en lugar de disfrute. Cuando es mi perro el que entra en el parque es otra historia. Primero que yo no soy nadie para decirle a otro dueño como tiene que actuar con su perro, y segundo, que gracias a dios, tengo la suerte de que mi nuevo perro es un todoterreno al que le encanta ser el niño en el bautizo, la novia en la boda y el muerto en el funeral.
Es decir, le encanta perseguir y que lo persigan, por lo que no es traumático para él tener un recibimiento multitudinario de focicos que intentan olerle el trasero.
Y vosotros ¿vais con vuestro chucho al parque de perros?
Ya nos contaréis.
¡Nos leemos!