Hoy es uno de esos días que escribir me duele. No me lo tengáis en cuenta, un trocito de mí, se quedó hace tres jueves en la consulta del veterinario.
Las despedidas me rompen por dentro. Me rasgan de arriba abajo arrancándome pedazos de algún punto allá dentro, que no recordaba cuanto dolía.
El jueves 28 de abril se me murió Vaca. Bueno se me murió no, más bien tuve que morirla y con la cabeza aún confusa de sentimientos, como con una resaca enorme de desasosiego y angustia, no puedo dejar de pensar en todos los que reniegan de la Ley de la Eutanasia. No es el momento de hacer política y lo sé, pero es tan jodido asumir esa decisión... Lo pasa uno tan mal... Es tan complicado tener que tomar esa iniciativa, que no entiendo como nadie puede pensar que aplicarlo a un ser humano al que quieres te va a resultar tan sencillo finiquitarlo, como que entre el abuelo en urgencias con un esguince de muñeca y acabe en la mesa del forense...
Soy muy bruta ya lo sé, y escupo rabia, pero yo le hubiera ahorrado a alguien que quise más que a nadie los últimos meses de sufrimiento, y no pude. Y también me habría ahorrado de haber podido el trámite de dormir a Vaca, como dice el informe de la veterinaria, por razones humanitarias, pero tampoco se me logró. Hubiera pagado lo que no tengo, porque en ambos casos, dios se hubiera apiadado de ellas y de mí y nos hubiera aliviado el sufrimiento de la pérdida llevándoselas mientras dormían, pero no fue así. Dios debía estar comunicando... En fin... A lo que iba...
Que se me murió Vaca y sigo enfadada conmigo y con el mundo. Que sabía que el fin estaba más cerca que lejos, que probablemente debí de haberlo hecho antes, pero al mismo tiempo, sigo pensando si no me habré precipitado. ¡Qué coño te vas a precipitar, si la perra tenía más de 17 años!, me dice la lógica, pero el subconsciente que es un traidor y encadena un concepto inconexo tras otro, me taladra el cerebelo con una idea que palpita y golpea contra las sienes: igual podrías haber aguantado un poco más... Pero no podíamos, Vaquita, te lo prometo. Hubiera sido cruel, mucho, mantenerte aquí por no ser capaces de dejarte ir.
Qué ajco todo de verdad, la ley de la vida y todas esas cosas. Que ajco más grande, que sentimiento más abrumador tener que decir adiós, en lugar de hasta luego. Sé que como me dijeron ese jueves, el despedirme de ella y dormirla fue el último favor que le hice. Lo que me pasa hoy, lo que echo de menos, son todos los favores que ella me hacía a mí. Echo en falta su morro sonriente asomando por la cocina, su hocico de osa fozándome las piernas exigiendo atención, su paso bamboleante por el pasillo, su presencia silenciosa. Echo de menos tenerla en el salón dormitando sobre su cama como una alfombra negra y blanca con más volumen del habitual. Echo de menos su existencia en todas y cada una de las habitaciones de mi casa, no verla siguiéndome a cada paso reclamando un bocado de más. Ay mi gorda, que fartona eras, y que cariñosa, y que buena...
El día 4 de mayo habría tres años que vivías con nosotros. Solo tres años ¿te lo puedes creer? Tres años en los que el último en realidad cuenta como diez. Tres años antes del fin del mundo. Tres años que al final fueron una decadencia. Qué raro se me hace pensar en ti en 2018 cuando aún correteabas y te me escapabas si te soltaba, playa adelante. Aún ladrabas entonces, con un ladrido bronco. Aún perseguías al gato, la gata siempre te dió más miedo. Me costó hacerte ver que no formaban parte del menú, pero entraste por el aro pese a tus genes de nórdica. Qué rabia me daba, Vaquita mía, que todo el mundo pensase que eras una border collie, ¡Que no cojones!, ¡Que mi perra es medio samoyeda!
Qué mal todo Vaca, qué huérfana me siento. Creí que sería más fácil, qué ingenuidad la mía, que tenía medio asumida tu edad y aún más asumido tu estado, pero ya ves...
Te quise mucho gorda, me hiciste mucho bien y ahora me haces mucha falta. Un pedacito de mí se fue contigo, guárdalo vaquita, que tuyo es.
Adiós Vaca, Adiós Cordera,
Hasta siempre
YWC
YWC
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