El converso es uno de esos perfiles que solo identificas si ya lo conocías de antes. Solo ese conocimiento previo te permite apreciar la profunda transformación de esa persona que antes sentía prácticamente animadversión hacia los chuchos y ahora ha adoptado como lema vital un claro y conciso No sin mi perro.
Los perrófilos conversos, como los ex fumadores, mantienen un discurso y una actitud tremendamente radicalizadas. Ahora, no entienden por qué su perro no puede acompañarlos a la playa, al centro comercial o sencillamente campar a sus anchas por un parque. Ellos que apenas meses antes de la llegada a su vida de su perro, hubieran disparado sin dudarlo contra cualquier chuchillo, que se hubiera alejado más de metro y medio de su dueño.
Ellos, los mismos, de repente ponen el grito en el cielo por los escasos espacios destinados al uso y disfrute de los cánidos. Son lo que viene siendo un De puta arrepentida, líbrame señor, Donde dije digo, digo Diego, pero de manual.
Esto no siempre ocurre, claro. Hay gente a la que no le gustan los perros que jamás tendrá perro. Esos se mantienen coherentes en su actitud que no siempre tiene por qué ser canicida. Algunos sí son perrofóbicos y pese a lo mucho que en ocasiones su enarbolamiento de la bandera del respeto y la libertad, me saque de mis casillas, no tengo más remedio que tolerarlos.
Los que me dejan ojiplática, son estos otros, los perrófilos conversos, aquellos que no entendían cómo estaba permitida simplemente su tenencia en entornos urbanos, y su cuasi mágica transmutación en el más forofo de los dueños.
Imagen Dog Lover de Freepik |
Yo tengo una amiga que está en esta línea de pensamiento converso. Supongo que ella no se acuerda de cuando nos recriminaba que tuviéramos derecho a tener perro por la mera la existencia de deposiciones en la vía pública. Según su argumentario a nosotros los perrófilos eso no nos molestaba, probablemente porque con nuestro radar antiminas podíamos esquivar los excrementos, no como ella y sus hijos que invariablemente los pisaban.
Hoy a falta de uno tiene dos perros. Sus vástagos son mayores y han sido sustituidos por sus queridos hijos peludos. Hoy entiende lo que jode molesta, que te echen en cara que hay dueños de perros que son unos cerdos, y no solo eso, sino que es capaz de plantarle cara al primero que se lo insinúe por el simple hecho de vivir con dos.
Yo asisto encantada, y alucinada, a su conversión, y la acojo en los brazos de la comunidad perrófila, pero me deja tan loca esta polarización de su discurso, como la de los que se pasaron de las filas del partido comunista a formar parte de la "intelectualidad" de la derecha más cerril.
Los extremos dicen que no son líneas paralelas, sino perpendiculares que no solo se tocan, sino que hasta se cortan, y oye, viendo lo visto, al final va a ser hasta verdad...
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