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Mis perros, los bares y yo

 Escribo hoy esto porque tengo ganas de que me partan la cara. Algo de eso debe de haber, porque viendo como están los ánimos respecto a la hostelería, bien parece que tengo ganas de polemizar, pero nada más lejos de la realidad. ¡Lo juro! Escribo esto porque son las ocho y media de la mañana de un día de diario en el que llevo una hora trabajando y aún no he pisado ningún bar. Yo, que podía haber hecho solita un remake de Cheers y de todos sus personajes, no he ido al bar ni iré a lo largo del día, aunque me espera por delante una jornada de nueve horas y media. Hoy es martes, tengo un café en un termo en el despacho y me quitaré la mascarilla a ratos, casi de estrangis para "saborear" un líquido parduzco y tibio que en nada se parece al café de máquina. Hoy llueve y escribo esto porque al pasar de largo esta mañana he visto vacíos los dos bares a los que solía ir a desayunar. 

Bien por la pandemia. Mal por Laura y por Mónica. 

Que crea que es el mal menor, no quiere decir que no sienta angustia por las personas que hay detrás de la barra. Me apena terriblemente su situación de autónomos precarios. La gente dice barbaridades hoy en los comentarios de los periódicos sobre "ellos", "los hosteleros". Así en abstracto, como si fueran un ente, una mano negra, que responde a quién sabe qué oscuros intereses. Como si no fueran trabajadores, tus vecinos para más señas, intentando ganarse el pan cada mañana. 


Vaca en "No sin mi bar" 2018

En vuestro barrio como en el mío, seguro que hay un bar que abre antes de las 7 de la mañana. Su dueño o dueña, habrá cerrado ahora ayer a las 11, pero antes de la covid probablemente cerraba después. Si tiene suerte, tiene una pareja o un familiar con el que turnarse para hacer las más de 16 horas de jornada diaria. Si no la tiene, revienta él como un sapo, o si está muy boyante tiene contratado un camarero para las horas de en medio. Ése es el hostelero en el que pienso, cada vez que la gente echa sapos y culebras contra ellos. 

Los bares a los que yo solía ir, no han tenido la suerte de ampliar la terraza. Su localización se lo ha impedido, por lo que podéis estar tranquilos, no son de los que os han robado las plazas de aparcamiento. Tampoco son bares de futboleros, ni de copas, ni puticlubs encubiertos. No son los que os impiden dormir. Son bares de trabajadores dentro y fuera de la barra. En el mío, el de cabecera parábamos a primera hora las limpiadoras, los barrenderos, el cuponero, las dependientas, un par de obreros, dos ñapas, el repartidor, los funcionarios y algún que otro oficinista como yo. Son bares en los que dónde más se gana es en el café de por la mañana. El de antes de entrar, el que te tomabas apurado con un ojo en las noticias y otro en la barra, y el de media mañana, el que compartías con tu compañero de despacho abrasándote la garganta porque pasaban de largo los quince minutos que tenéis de pausa. 

Yo soy y he sido muy de bar. Mis padres también lo son claro, y mi familia en general para qué contaros. Como dice mi tío Roberto: "Tú desciendes de una larga estirpe de borrachos". Con un bar siempre en medio hemos celebrado, discutido y llorado muchas cosas. Qué decir de mis amigos. Qué hubiera sido de nosotros sin los bares. Han sido nuestro telón de fondo infinidad de veces a lo largo de muchas y muy distintas etapas vitales. Incluso ahora a todos nosotros, durante la pandemia, nos ha parecido más segura su terraza  abierta, que el techo cerrado de nuestras casas. 

A mis perros, para qué engañarnos, también les gustan los bares. La Vaca es tan chigrera que durante el confinamiento cuando se dió cuenta de que salir a la calle solo significaba mear, dejó de querer seguir haciéndolo. Bajaba al triangulito de prao que hay justo en frente del portal, descargaba todo lo que tenía dentro y se negaba a dar un paso más, ni siquiera a la papelera más cercana para depositar sus propios excrementos. No hubo manera. No sabéis lo terca que se puede poner una perra de 25 kilos y casi 17 años. Después, pasó el confinamiento tan pocha la pobre, que yo bien creí que no llegaba a la "nueva normalidad". Contra todo pronóstico llegó y cuando volvió a ver las mesas ocupando las aceras, rejuveneció un poco. Se merecía llevarla de vuelta a su querida terraza y lo hicimos. Allí, medio desmangada y aún fallándole las patas es capaz de bailar por un trozo de tortilla como si fuera un oso amaestrado. 

Vaca y Nanda en: "Pincho aquí" 2019

No es broma mi Vaca está obsesionada con los bares. La única forma de que camine más de veinte metros es enfocar una calle en la que vea que hay terrazas. Así, puedes ir engañándola pasito a pasito con metas cortas. Mientras sigue viendo un bar camina, en el momento en el que deja de verlos, se niega en redondo. El año pasado, cuando la vida aún era normal y sin mascarilla, nos fuimos a Zamora. La vida rural no está hecha para mí, pero menos aún para mi perra, que es más bien una flor de asfalto. Nos seguía a regañadientes por entre los páramos castellanos, hasta que llegados a un embalse divisó la terraza de un chiringuito y se nos escapó. No hay amo, ni voz, ni orden a la que Vaca responda si hay de por medio un bar. Los camareros son su persona favorita de todo el mundo mundial. Seres mágicos de luz cargados de bandejas llenas de todo tipo de viandas que descargan sonrientes sobre sus fauces abiertas. 

Vaca es famosa en los bares del vecindario, porque es una parroquiana más. Javi se sorprende aún, de la cantidad de gente que conoce a sus perros y no a él, pero mis chuchos son o eran clientes fijos en muchos establecimientos. Clientes educados que sentados en la última mesa para no molestar, esperan pacientemente la llegada del camarero con su consumición. Entonces engullen el pincho que se les da, como si hiciera tres meses que no prueban bocado. Después, saben que toca esperar pacientemente otro ritual: que yo finalice mi café y cierre el periódico, señal inequívoca de que reemprendemos la marcha. A decir verdad Frixuelo, pacientemente no espera, pero hace lo que puede. Nanda era una gran asidua al terraceo, sabía que bar significaba un bocadito de algo bueno y una vez recogido su premio se echaba bajo la mesa pasando desapercibida para el resto de comensales. Frixuelo y Vaca, necesitan más espacio. Un lugar apartado, la última mesa, para que ni sus patas ni sus hocicos lleguen a los dos metros que ahora nos separan del vecino más cercano y que son el largo exacto de sus correas.

No vamos ahora apenas a los bares y yo me siento ridículamente y a partes iguales una delincuente cuando voy y una traidora por haber dejado de ir. Nunca en mi vida, me ha disgustado más ahorrar, yo que soy de naturaleza manirrota. 

Frixuelo en: "Mi primer bar (Fisher-Price)" Enero de 2020 

Por eso hoy quería dedicarle estas líneas a Laura y a Mónica y a Alberto y a Mario y a Sheila y a Tante, y a tantos otros que cada mañana me han puesto el café o por la tarde una caña, a los que cuando me ven venir salen prestos a darle su pincho a la Vaca, a los que me preguntaban por Nanda y hoy llaman a Frixuelo a gritos tras haberlo acogido como uno más entre sus clientes. 

Volveremos queridos, como las oscuras golondrinas. Algún día volveremos y yo espero con el corazón en un puño, que todos vosotros aún estéis allí.

Un abrazo fuerte,




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