Me
miraba desde la distancia, con esa mirada y esa sensación que solo ella sabe
producir, con ojos cansados de vivir, con ojos que ya lo han visto todo, con
ojos nobles y sinceros. Con un cuerpo que soportaba como podía 15 años de noches
heladoras y días abrasadores pero a pesar de ello era tan frágil que con solo
acercarme se ponía a temblar ¿Cómo convencerla de que a nuestro lado nadie la
haría daño? Poseía una valentía y una constancia dignas de admirar.
A la
vez que cumplía años se iba haciendo más torpe, su vista ya no apreciaba los
maravillosos colores de los atardeceres, ni siquiera podía oír la voz que
tantas alegrías le dio, que mas quisiera ella que correr pero su piernas ya no
eran todo los fuertes que antes. A cada paso nosotros la seguíamos haciéndola
más llevaderos sus últimas días. Y llego el día, un final que no nos gusta, al
que nunca nos hacemos a la idea y quizás para ella era lo mejor. O quizás
su propósito en nuestra familia ya estaba hecho: había amado, ayudado, aprendido
y lo más bonito nos había hecho aprender. Por eso lamentablemente no necesitaba
quedarse más tiempo. Ella se fue se fue sin hacer ruido, enmudeciendo a todos a
su paso y dejando grandes valores en nuestro corazón.
¿Que
sentía al vernos? ¿Cómo me percibía? ¿Qué la producía tristeza? ¿Cómo resonaba
mi voz en su cabeza? ¿Cómo percibía mis caricias? Y un millón de preguntas que
ya nunca tendrán respuesta. Siempre me asombrare el don que tiene de hacer
feliz a la gente que tiene alrededor incluso a la persona más arisca
y fría o a la que le tiene miedo. Mejor no pensar en cómo entenderles
simplemente existen porque con su magia nos hacen sentir especiales sin
que haga falta comunicarse. Muchas veces si te bajas de tu mundo, te agachas y
observas, adquieres unos valores que nadie por muchas palabras que te diga te
va a poder enseñar.
Vanesa
Gómez