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EL PELUCHISMO Y LAS TROMPETAS DEL APOCALIPSIS


Hace más de veinte años de la célebre intervención de Arrabal, alertando de la llegada del Milenarismo. Nunca supe a qué hacía referencia el escritor reconvertido en cineasta, aunque siempre me imaginé que lo decía sacudido por el tañido de las trompetas que oía procedentes del fin del mundo. Yo a veces las oigo y por eso de una forma un poco apocalíptica quiero lanzaros esta advertencia: El peluchismo va a acabar con todos nosotros…


Aunque ahora parezca más vivo que nunca, el peluchismo no es nuevo. Disney lleva décadas alimentándolo desde sus películas animadas, e incluso antes que él, un tal Morris Michtom reconfiguró sin saberlo las relaciones plantígrado-humanas al crear el primer oso de peluche. El peluchismo actual, es esa tendencia tan de las redes sociales de santificar a los animales. Sirve lo mismo para un león, que para un perro, un hipopótamo o un pollito. Tendemos a humanizar los animales, esto es así, y a veces les asignamos unos comportamientos más “elevados” que los que le atribuimos a la raza humana. Es muy común ver vídeos o fotografías donde el mensaje es la confrontación entre la falta de humanidad humana (valga la redundancia) y la compasión animal. EPIC FAIL. Los animales no tienen moral, tienen instintos y naturaleza. Sí, lo sé. A veces, la leona no se come a la cría de cebra, pero eso no significa que se haya sentido identificada con la cebra hembra como “madre”. Probablemente lo que represente es que la leona en ese momento no tiene hambre.


Somos los humanos los que tenemos capacidad de obrar de una u otra manera en función de la moral o la ética. Nuestra gran conquista como animales son la sociedad y sus normas de comportamiento. Nosotros sabemos distinguir entre lo que está bien o mal, ellos no y os digo más: no tienen por qué hacerlo. Esto no significa que haya que demonizarlos, pero tampoco que sean “seres de luz”. Respetar su naturaleza no es ignorarla ni intentar cambiarla, es conocerla y aceptarla. No quiero más a mi perro por tratarlo como si fuera un niño (humanización). No respeto el animal salvaje acercándome a él y tratándolo como a un hermano (antropomorfización).
Las razones por las que tendemos a hacerlo son múltiples y variadas. Humanizar a los animales con los que convivimos podría ser hasta comprensible, aunque eso no lo convierta en menos dañino. Humanizamos a nuestros gatos y a nuestros perros, porque mantenemos con ellos relaciones muy estrechas y bidireccionales. Sin embargo, es importante recordarnos que el esfuerzo de comprensión lo hacen ellos para con nosotros (entendiendo el toma, ven, vamos, baja…) y rara vez nosotros para con ellos (lenguaje no verbal indicando miedo, ansiedad, agresividad, alegría).


Por otro lado, el consumismo, no ha hecho más que entorpecer aún más este intento de convivencia al proveernos de todo tipo de objetos innecesarios e incluso colaborando en la cosificación de los propios animales.
Es en definitiva la humanización, la que hace que nuestros animales no estén a veces bien educados, la que genera trastornos como la ansiedad por separación, o incluso la que convierte las adopciones en fallidas y puede repercutir en abandonos.
Vaya por delante, que yo soy la primera que denomina a su gato “mi primogénito”, pero he observado en los últimos años que el peluchismo es una tendencia al alza.
Son, a mí modo de ver, los “son mejores que las personas”, los que pueden desembocar en una santificación e incluso en última instancia provocar situaciones de riesgo que nunca debieron haberse producido.
Hablo de esa gente que se acerca a hacerse una foto con un animal sin respetar ni al animal ni mucho menos el entorno al que pertenece (poned, poned muerte por selfie animal en google, veréis todo lo que sale…); de los que los adivinan desde una perspectiva mística y les asignan una misión totémica (me niego a reconocer como seres de luz a animales distintos de las luciérnagas, las medusas, u otras criaturas bioluminiscentes como los calamares); o de los ingenuos que realmente creen que un animal puede identificar las intenciones con las que se acercan y distinguir al humano bueno del malo (visualizar cualquier vídeo de antitaurinos con un millar de buenas intenciones pero cero conocimientos de etología toril, siendo arrollados por un toro bravo…) Aquí por supuesto, entran muchos otros factores además del peluchismo: el egocentrismo y los like de las redes sociales, el misticismo o la búsqueda de la Alcarria perdida entre otros, pero cada uno a su manera constituyen una irrespetuosa y/o dismórfica forma de aproximación a los animales.


En el otro extremo de la humanización, se sitúa el antropocentrismo y su consideración de los animales como sirvientes (más bien esclavos) del hombre. No se trata de adquirir esa doctrina ni mucho menos. Los animales no son objetos, son seres vivos y como tal debemos tratarlos, pero respetando en todo momento su naturaleza, su dignidad y no lo olvidemos tanto su vida como su espacio.
Y esto hay, ¿Y vosotros?, ¿Sois peluchistas o antipelucheros?

Nota: las fotografías de peluches son de Amazon.






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