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Alberti, otro poeta entre perros

 La semana pasada traía yo a colación a ese gran poeta y amante de los perros que fue Neruda, y si famosos son los poemas que les dedicó el chileno a sus perros, no menos famosos son los versos que le dedicó Alberti a la perra que ambos poetas compartieron: Niebla

Hace años, muchos ya, leyéndome su autobiografía, que lo confieso, no terminé, me morí de pena con él recordando como habían tenido que dejar atrás a su perra de la infancia, la Centella cuando dejaron Cádiz para mudarse a Madrid. El propio Alberti hizo un repaso de los perros de su vida en este artículo que publicó en los años ochenta en El País y que tituló Coloquio entre perros.

En esas memorias de los perros dispersos que cruzaron su vida de la manera en la que antes hacían los perros, hoy contigo, mañana con aquel, perros maleta, hay múltiples nombres pero el más conocido, probablemente por su origen y su contexto fue Niebla.

Niebla fue una perra pastor alemán que Neruda encontró herida y errante en Madrid, y que dejó al cuidado de Alberti, cuando el chileno abandonó España.

Niebla acompañó a Alberti durante dos años de contienda, pero según narra el propio poeta, se quedó en tierra en de nadie durante la evacuación:

Todo el mundo sabe que fue Pablo Neruda quien me la regaló, después de haberla encontrado, herida de una pata, en una noche neblinosa de Madrid. Perra maravillosa. Hizo toda la guerra conmigo. Pero después que fue evacuada a Levante con mi familia, vivió en una finca campestre de Castellón de la Plana y cuando tuvo que ser transportada a Valencia, porque peligraba el frente levantino, llegó tarde al coche que había de alejarla de allí, y quedó sola, perdida, en medio de la carretera, sin rumbo, sin saber qué hacer... ¿Qué sucedió contigo, Niebla, el perro de mi vida que recuerdo con mayor devoción y cariño?

Le dedicó a Niebla dos poemas, el de la tristeza de la despedida con la contienda de telón de fondo, y el del recuerdo de su existencia y de la traumática experiencia vivida durante la guerra, transformando finalmente a la perra en una metáfora.

Por si tenéis el alma con ganas de romperse os los dejo aquí:


A Niebla, mi perro

Niebla, tú no comprendes: lo cantan tus orejas,
el tabaco inocente, tonto, de tu mirada,
los largos resplandores que por el monte dejas,
al saltar, rayo tierno de brizna despeinada.


Mira esos perros turbios, huérfanos, reservados,
que de improviso surgen de las rotas neblinas,
arrastrar en sus tímidos pasos desorientados
todo el terror reciente de su casa en ruinas.


A pesar de esos coches fugaces, sin cortejo,
que transportan la muerte en un cajón desnudo;
de ese niño que observa lo mismo que un festejo
la batalla en el aire, que asesinarle pudo;
a pesar del mejor compañero perdido,
de mi más que tristísima familia que no entiende
lo que yo más quisiera que hubiera comprendido,
y a pesar del amigo que deserta y nos vende;
Niebla, mi camarada,
aunque tú no lo sabes, nos queda todavía,
en medio de esta heroica pena bombardeada,
la fe, que es alegría, alegría, alegría.

Rafael Alberti;

En Capital de la gloria (1938)



Retornos de Niebla en un día de sol

 

I
 
Perros, dementes míos, dulces y hermanos, perros,
párvulos imposibles de tontos y aplicados.
Hoy no eres tú, Centella, andaluza y atlántica,
del colegio y las horas hurtadas a la Física
o al Latín, en dunas frente al mar y las piedras
de los castillos. Hoy
no eres tampoco tú, Yemi, la enceguecida
de lagartos feroces entre los biselados
de la sal, ni tampoco
aquel Jazmín angélico, ni Tusca la misteriosa,
ni Muki ni esos perros
que desconozco pero sé que me buscan
sabiendo que en la casa del buen poeta siempre
hay un mantel y un plato junto al vaso de agua.
 
Bajo este sol me irrumpe, como recién urdida
por la punta fulmínea de un rayo, la más bella,
la más valiente y grácil, lineal y armoniosa,
la que llenó mis días peligrosos
las cuevas sin sueño de mis noches terribles
con el inmenso aroma de su flor plateada.
 
Vienes herida, Niebla, de escombros y de hambre,
como un pobre soldado herido que anduviera
anhelando en sus ojos preguntar si la muerte
fue leal con sus otros compañeros.
Déjame que te limpie la sangre en estos bosques
y te lleve despacio a ver el mar tranquilo.
 
 
II
 
Éste es el mar que acaso tú no tuviste tiempo
de comprender. Ahora
míralo, Niebla, y húndete
en el innumerable azul de su hermosura.
Levanta tus orejas llovidas como hojas
y escucha lo que quiero con amor responderte.
 
 
III
 
Habrás pensado, Niebla,
que te dejé olvidada
por aquellas bahías y pueblos desventrados.
Que quise que la muerte
con sus negros retumbos
fuera la imagen última
que guardaran tus ojos solitarios al irme.
Habrás pensado, Niebla,
que me fui sin quedarme,
sin que mi corazón corriera desolado
con las puertas abiertas,
tundidas por el viento,
repitiéndote a gritos:
-Ésta es tu casa, Niebla,
el hogar que elegiste en una noche helada
para hacerlo más dulce, más de flor, más de sueño.
Habrás pensado, Niebla, que España se moría
con mi desesperado, corporal abandono,
invadiendo un nocturno funeral, un silencio
definitivo todo lo que su ayer de sombras
y de heroicos relámpagos
fue creando su día,
su anhelante mañana.
Habrás pensado, Niebla,
lejos ya de tus mares,
ya en otros tristes y extranjeros kilómetros,
ignorando en qué prados,
en qué montes u orillas,
yacías pobremente llorando por mi vuelta.
Habrás pensado, amarga flor mía, habrás pensado,
y con cuánta dolida razón, que mi memoria
te perdía, cayéndose
tu nombre fiel, tu puro
amor con la caricia de otros amigos.
 
Pero no, que aquí estás jubilosa a mi lado,
Niebla de Sol y bosques,
viva en mí para siempre,
junto a la mar tranquila.

Rafael Alberti;
En Retornos de lo vivo lejano (1952) 


Rafael Alberti, no sé en qué momento de su vida, ni con qué perro. La imagen la saqué de Twitter



YWC

P.D. Robé los poemas de este estupendo blog: Poesía como un arma



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