No puedo prometeros que tras este regreso mío a los poetas, no vaya a haber nuevas publicaciones que relacionen grandes obras, grandes mentes y gran amor por los perros. No lo haré porque si lo hiciera probablemente os estaría mintiendo descaradamente, pero puedo prometeros que la semana que viene no hablaré de poesía y para concluir este primer reencuentro mío, voy a cerrar esta trilogía, como no podía ser de otra manera, con Miguel de Unamuno.
Digo bien cuando utilizo la manida expresión, como no podía ser de otra manera, porque más que como coletilla introductoria, es la trayectoria lógica que siguió mi cerebro tras la presentación de Neruda en el primera avance y la revisión de Niebla el perro que ambos compartieron en la segunda. No sé si es verdad o me lo invento, pero si Neruda no le puso Niebla al perro que él y Alberti compartieron, como un homenaje a la obra del escritor bilbaíno, se trata de una maravillosa y poética casualidad. Y ¿Por qué digo esto? Porque Niebla, es una de las más afamadas obras de Unamuno, en la que además existe un personaje Orfeo, un perro que es coprotagonista de la novela tras ser encontrado por Augusto, el verdadero actor principal, en una caja en la Alameda. Unamuno utiliza a Orfeo, para acompañar como testigo mudo los conflictos y vaivenes intelectuales que su dueño presenta en cada uno de los soliloquios presentes en la novela. Es más al finalizar la misma, ojo spoiler, es Orfeo el que toma la palabra y se lamenta de que Augusto, su amo, su dios, no haya sido capaz de entender el sentido de la vida.
Pero tengo aún que hacer algunas anotaciones adicionales a esta presentación de la obra de Unamuno, tras las que estoy segura de que me daréis la razón en que se merece entrar en el Olimpo de los precursores del bienestar animal y en nuestro actual concepto de los animales.
En la misma novela, en Niebla, aún jugando con figuras retóricas en las que el perro se convierte en un símil de la obra del escritor, en ambos casos, tanto perro como novela son considerados hijos. Unamuno incorpora el concepto del perro como prohijado, es decir, como sustituto del hijo y así lo desarrolla a lo largo de toda la obra. Pero, no se vayan todavía aún hay más, si Unamuno, pese a la diferencia de siglo y de mentalidad que nos separa (no obviemos que Niebla fue escrita en 1907 y publicada en 1914), reconocía de alguna forma la relación paternofilial que se establece entre perro y amo, os gustará aún más saber, que en una época en la que el fútbol aún no había alcanzado la popularidad que goza en nuestros días y el divertimento popular eran las corridas de toros, Miguel de Unamuno ya avanzaba su postura contraria a la tauromaquia con aseveraciones como la que sigue:
Siempre me han aburrido y repugnado las corridas de toros
Es cierto, que es preciso contextualizar y que esta opinión no está basada en el rechazo hacia la crueldad animal de nuestros días, sino más bien relacionado con la repulsa al embotamiento que estos espectáculos producían en la sociedad, es decir, en el famoso concepto del Pan y Circo, pero no por ello, deja de ser el bilbaíno un precursor.
Volviendo a Orfeo y a Niebla, Unamuno, es el autor de Elegía en la Muerte de un Perro, un poema que escribe un año antes de redactar Niebla, y en el que ya están presentes los elementos clave que retomará Orfeo en la Novela: el dueño como un dios, el sentimiento religioso de veneración de un perro frente al dueño.
Es un poema magnífico, pero os lo advierto, como no podía ser de otra manera muy triste:
Unamuno sentado con un perro. Fuente: Universidad de Salamanca |
Si no os he aburrido lo suficiente y os pide el cuerpo marcha unamuniana, sabed que hay un interesante artículo sobre la figura del perro/hijo en la obra de Unamuno que podéis encontrar aquí:
ORFEO, LOS PERROS, Y LAVOZ DE SU AMO EN NIEBLA DE MIGUEL DE UNAMUNO
Y otra interesante publicación sobre sus sentimientos por los animales aquí:
Unamuno y elsentimiento por los animales
Hale, la semana que viene cambiamos de tercio,
Sed buenos,
YWC
Comentarios
Publicar un comentario