Vaya por delante, que las
reflexiones que a continuación se detallan, son personales e intransferibles, o
lo que es lo mismo, que lo que sigue, lo firma María González Álvarez, como
voluntaria y colaboradora de Amigos del Perro, no la propia entidad.
Hago esta entradilla porque dado
lo candente y controvertido del tema, entiendo que si alguien se para a leer
este escrito, me puedan llover las críticas, pero me siento moralmente obligada
a escribirlo. Allá voy, bienvenidos a un nuevo capítulo de “María haciendo
amigos”:
Desde hace muchos años, cada
cierto tiempo, el enfrentamiento entre lobos y ganaderos salta a los medios de
comunicación asturianos sin que se acierte a ver si quiera un conato de
solución al problema.
No voy a defender, ni aquí ni en
ningún sitio, las drásticas medidas llevadas a cabo por algunos ganaderos, o
dicho en plata, cortar y colgar la cabeza de un lobo en una señal de tráfico,
me parece una atrocidad que para más inri no sirve para nada más que para
intentar apagar un fuego con gasolina…. Aunque como digo, rechazo estas brutales
reacciones, entiendo en parte por qué se producen, y es esa raíz del problema
la que quiero exponer hoy aquí.
Es éste un conflicto mucho más
complejo de lo que pudiera parecer a simple vista. Como urbanita, amante de los
animales, voluntaria en una fundación de protección animal y orgullosa dueña de
una perra, parecería lógico que me posicionase sin fisuras “de parte del lobo”
y esa era en esencia mi perspectiva, antes de profundizar en el conflicto. Creo
sin embargo que para entrar en materia, es necesario contextualizar.
Los ganaderos
La ganadería ha sido
tradicionalmente el principal modo de vida de las zonas de montaña donde las
difíciles comunicaciones y débiles infraestructuras, dificultaban el desarrollo
industrial y minero que ha caracterizado durante el último siglo a nuestra
región. Asimismo, la difícil orografía de nuestra geografía dificultó la
implantación de la agricultura, por lo que la especialización ganadera no fue
una decisión voluntaria sino prácticamente inevitable. En algunos lugares, como
el enclave del Parque Nacional Picos de Europa, la ganadería ha sido la forma
de vida durante milenios. No es una exageración ni una forma de hablar, hay
vestigios prehistóricos que así lo atestiguan. La vida de pastores y vaqueros,
no ha sido fácil. Hasta los años 50 del pasado siglo, era una vida dura y
trashumante, dedicada al cuidado de los animales. Los pastores, a veces de
forma individual, a veces en familia, se desplazaban durante gran parte del
año, generalmente de la primavera a finales del otoño, a las majadas, brañas o
vegas, donde en sencillas cabañas de piedra, compartían su vida cotidiana con
los animales. El manejo del ganado era y es extensivo, es decir, pasta
libremente en los montes comunales y es recogido por los pastores para su
control y/o ordeño. Lo contrario a este manejo extensivo, es el manejo
intensivo, que consiste en estabular a los animales, y alimentarlos con pienso
para su aprovechamiento lácteo o cárnico.
Desde la década de los cincuenta,
del pasado siglo XX, ésta forma de vida, porque no lo olvidemos, la ganadería
es en esencia una forma de vida no solo un trabajo, está en crisis. Los motivos
de esta crisis son varios e igualmente complejos, por lo que para resumir y no
meterme en camisas de once varas, podríamos dejarlo en que su tiempo ya pasó.
Sin embargo, las Instituciones Públicas, en un reconocimiento, por desgracia
tardío y casi póstumo, a su legado cultural y labor ecológica, intentan
incentivarlo con distintas políticas. Habéis leído bien, he dicho labor
ecológica, porque lo que a menudo a los urbanitas como yo nos ocurre, es que
ignoramos que “la naturaleza” que nos rodea, es un territorio totalmente
antropizado, es decir, adaptado al ser humano. La ocupación ganadera durante
milenios ha configurado el paisaje que hoy conocemos. Son los pastores, los
responsables de los pastos y bosques que nos rodean. Son ellos quiénes han
creado la red de caminos y senderos que hoy envuelven nuestras montañas y
utilizan deportistas y turistas. Es su ganado, el que durante años ha
contribuido al sustento de una gran variedad de flora y fauna. Su labor ha
servido asimismo de natural cortafuegos al no permitir el avance del matorral
en nuestro entorno. Hoy, esta actividad está en franco retroceso y
ecológicamente su desaparición tiene un coste muy elevado para el ecosistema
asturiano.
El Lobo
Casi al mismo tiempo en que la
ganadería entraba en declive, comenzó a desarrollarse la concienciación
medioambiental. En esta concienciación, podríamos incluir no solo la
visibilidad de la ecología, sino la evolución en la percepción de los animales.
El auge de las figuras de protección, como los parques nacionales, es un
ejemplo. La relevancia que la protección animal, y el peso que las agrupaciones
ecologistas y animalistas tienen hoy, eran una necesidad, pero en ocasiones,
cuando se tratan temas a la ligera, pueden pecar de ingenuas.
El lobo, es por su propia
ecología un animal oportunista, es decir, un animal que se reproduce en función
de los medios que tenga en su entorno. Ha sabido adaptarse a entornos muy
humanizados gracias a su capacidad de observación. Es un colonizador y un
superviviente nato. Es de hecho, junto con el oso, el único gran depredador que
ha sobrevivido en Europa, pero mientras que el primero prácticamente ha
desaparecido de muchos territorios, el lobo sigue teniendo una gran presencia.
Pese a ser un cazador, el lobo
también se alimenta de carroña. La abundancia de cadáveres favoreció durante
años su aumento poblacional en las zonas de ganadería extensiva como la
nuestra, donde había lugares específicos para arrojar los animales muertos. La
desaparición de estos comederos naturales, como consecuencia del mal de las
vacas locas, ha intensificado los ataques.
El lobo es un animal que genera
amor y odio a partes iguales. Durante siglos, ha sido el enemigo a batir por
las sociedades rurales con las que competía. Los ganaderos consideran al lobo
como una alimaña. Es el equivalente a la rata en nuestros entornos urbanos. La
diferencia, es que al contrario que las ratas, es un animal hermoso. Por si su
belleza salvaje fuese poco, son los antepasados vivos de nuestros perros y
cualquiera de nosotros puede identificar en gran parte de su comportamiento, al
leal animal que nos acompaña a diario. Esta visión, hace que nos posicionemos forzosamente
de parte del lobo.
De igual forma, el oficio de
ganadero, no ha tenido por desgracia nunca, una gran reputación. Suele
considerarse erróneamente una fase previa a la industrialización, y por tanto
más primitiva. La concepción rural de los animales, donde cumplen una función
laboral, no ayuda a que los pobladores de las ciudades sintamos empatía por
ellos. Se tiende a simplificar su forma de proceder como típica de sociedades
“poco avanzadas”. Que los animales desempeñen una función no es malo. Que haya
dueños de ganado que cometan atrocidades, no quiere decir que todos ellos lo
hagan, al igual que el que haya individuos en las ciudades que abandonen el
perro por irse de vacaciones (comportamiento puramente urbano) no significa que
todos los urbanitas, dejemos al perro en la estacada en verano o semana santa.
Es una soberana gilipollez,
pensar que el ganadero que se encuentra la dantesca escena de sus ovejas
destrozadas a dentelladas, no lamenta sus muertes. Tened en cuenta que, la
oveja, además de su medio de vida, es su compañera de trabajo. En entornos
industriales, que se estropee la maquinaria, no afecta emocionalmente al obrero,
si hay medios se reemplaza por una incluso más moderna y santas pascuas.
Pretender que el ganadero reemplace sin más una oveja por otra, es un
despropósito. Los animales, necesitan tiempo para adaptarse al nuevo medio, y
ese tiempo, también implica una pérdida económica. Darle al ganadero una
indemnización tampoco resuelve el problema de base. Está claro que la solución
tampoco pasa por la exterminación del lobo, pero es necesario que las políticas
que se lleven a cabo no se vean totalmente condicionadas por el punto de vista
urbano que desconoce la inmensidad del problema de convivencia que estamos
tratando y solo ve a su perro
asesinado.
Queridos, por desgracia, en la
problemática del lobo, nuestro perro, no está representado por el lobo, sino
por la oveja, el cordero o el xato, que el cánido destroza. Es esa falta de
reconocimiento a su labor y la subestimación de su problema, la que hace que
los ganaderos se sientan fracasados. Reconozco que la idea peregrina de colgar
lobos de los pinos, es otra gilipollez aún más soberana si cabe, pero entiendo
la frustración que supone para esos hombres y mujeres ver su vida arrasada, al
mismo tiempo que los tildan de bárbaros.
La mayor parte de los ganaderos,
son pacíficos, y la única alternativa que les queda, es abandonar una profesión
de más de 5000 años de antigüedad. Algún día lamentaremos no haber sabido
entender que el problema era más complejo, y que la especie a proteger, también
eran ellos.
Si alguien tiene curiosidad sobre
este tema, aquí dejo un gran título de referencia: Marqueses, funcionarios, políticos y pastores, de Jaime Izquierdo y
Gonzalo Barrena.
Estas palabras se las debía y se
las debo, a los ganaderos y queseros de Cabrales, Onís y Cangas de Onís, que
con gran generosidad me cedieron su tiempo y espacio entre 2013 y 2014, para
que yo, desde la total ignorancia de mi ascendencia urbana, pudiese apenas
atisbar la grandeza y sencillez de su trabajo.
Desde aquí, le pese a quien le pese,
mi agradecimiento y reconocimiento a su labor.