Dentro de nada celebraremos Halloween, o Shamhain, o el día de Todos los Santos, o todos, ¿por qué no? Estos días se superponen muchas tradiciones, propias y ajenas, nuevas, antiguas y más antiguas. Os presento a Hocus Pocus, es un gato de trapo con su lazo naranja y todo, que le regalaron a mi humana en la noche de Halloween de hace 30 años. Sí, sí, 30 años. En ese tiempo, Hocus Pocus ha hecho muchos viajes, y ella le tiene cariño.
Pero, ¿por qué os cuento esto? pues para presumir. Porque hace ya un año que mi humana me deja jugar con Hocus Pocus, y sigue vivo y mayormente intacto; con el lazo algo despeluchado, la etiqueta un tanto raída... pero entero. ¡Quién lo iba a pensar! con lo desastre que yo era, ¡que en la casa de acogida desde la que llegué me apodaban desTROYer! no había pelota ni juguete que me durara un asalto, mi afán era morderlo y triturarlo todo. Y eso que ya no era tan cachorro, que a casa de mi humana llegué con un año, pero qué queréis, de cachorrito nadie me enseñó a jugar sin destrozar las cosas (tampoco es que tuviera juguetes que destrozar, la verdad), y tuve que aprender de mayor.
Y sí, se puede aprender siendo adulto; los peludos somos, como los humanos, animales de costumbres, y las costumbres se pueden cambiar. Y yo cambié y dejé de destrozar lo que pillaba. Con tiempo, con paciencia, con insistencia, repitiendo una y otra vez, sustituyendo las cosas que no se deberían destrozar por las que se pueden morder sin problemas... con amor.
Así que no os desaniméis, peluditos míos: si perseveráis, conseguiréis un comportamiento digno que hará que vuestros humanos estén felices y orgullosos de vosotros.