Bueno me vais a permitir que en
un ejercicio de descarga personal, os cuente la última desventura animalística
a la que me tuve que enfrentar esta semana.
Veréis, el martes, como todos los
días desde que tengo memoria, me encontraba dándole el paseo de rigor a mi
querida compañera canina. Serían eso de las 9 de la noche… Era una noche
agradable como las que suele acostumbrar este extraño veroño de los últimos años… Todo era normal, rutinario, aburrido
incluso… Nanda olisqueaba sin mucho interés los jardincillos circundantes de la
Iglesia de Sabugo, mientras yo esperaba bolsa en mano, a que se dignase a ir al
baño antes de subir para casa… Lo que os digo, estándar, predecible, monótono, tedioso…
De repente, a lo lejos, se empezó a oír ese maullido lastimero de los cachorros
de gato cuando se encuentran solos… Lo busqué y el lamento intermitente me
permitió localizarlo pasados unos minutos. Efectivamente el maullido salía de
los bajos de un coche, en los que de cuando en cuando se asomaba una cabecita
blanca y negra… Me agaché e intenté agarrarlo un par de veces, pero su
naturaleza felina fue más rápida que mis reflejos y no fui capaz de atraparlo…
Media hora más tarde, casi había
desistido… No es fácil ayudar a quien no sabe que debe ser ayudado, pero pensé,
bueno, si subo a casa a por el
transportín y una latita gourmet de esas que hacen enloquecer a mis mininos,
quizás se deje apañar… Así que ni corta ni perezosa, subí a casa cavilando
qué hacer con el enano en el caso de que consiguiera cogerlo… Rumiaba para mí donde
podría establecer al nuevo inquilino, constituir su campamento base, el protocolo
de aislamiento o el “a ver qué narices le doy yo de comer a este bicho si la
apaño”… Así que ahí estábamos media hora más tarde nuevamente mi compañera
canina y yo dando vueltas alrededor de la misma Iglesia intentando localizar al
pequeño intruso.
A las 9.30 varios de los
vehículos que rodeaban al que me interesaba ya se habían retirado, pero en el
coche en el que había localizado al gatín, tampoco se atisbaba movimiento
alguno. No se lo oía miagar como antes, ni se adivinaba nada en los jardines de
alrededor. Di una vuelta en torno a la Iglesia indagando nuevos automóviles y
deteniéndome a escuchar algún ruido que me indicase vida felina en su interior,
pero solo obtuve el silencio por respuesta. Tampoco se veía ningún pequeño
cadáver en el entorno que revelase que el pequeño minino había tenido un
trágico final. Así que retorné al punto de partida.
Me encontraba fumando un cigarro
pensando en mis opciones cuando las luces de apertura automática del vehículo
se encendieron. Levanté la vista y a lo lejos se veía un señor muy peripuesto
que se acercaba llave en mano…
Hago en este punto un pequeño
inciso para tener un pequeño flashback:
Hace casi un año de mi último encuentro con
un gato en el motor de un coche. Hace casi un año que por no avisar al dueño de
un vehículo de la existencia de un felino en su interior fui testigo de cómo
atropellaban a uno de los animales que hoy viven en casa con nosotros. Guiñapo,
el que hoy es mi gato, tuvo un inesperado final feliz, pero el pobre tuvo que
pasar por un atropello y dos operaciones para llegar a ello.
No estaba dispuesta a repetir la
experiencia.
Cuando vi al hombre acercarse
pronuncié un discreto, Perdone, pero el
muy gilipollas ni siquiera me dejó continuar… Cuando se encontraba a unos 5
metros, empezó a mover el dedito diciendo que No con el mismo en un gesto
altamente desagradable y prepotente.
Ni siquiera sabía qué le iba a
decir.
Me quedé estupefacta. No entendía
su reacción. Insistí, “Perdone” el tipo negó con más insistencia decía no, no, no, no… Noté que me subía la
bilirrubina que decía aquel y le increpé un pero
qué dice que yo no quiero nada oiga, que tiene un gato en el motor. Pero
cada uno de mis comentarios hacía que se apresurase a entrar mientras negaba
con obstinación y yo ojiplática le intentaba decir que tenía un gato en el
motor…
Empeñado en perderme de vista
cuanto antes, se apuró a ponerse el cinturón como si yo fuese una potencial
atacante que pensaba violarlo y arrebatarle todas sus pertenencias.
Me puso de muy mala ostia. Le volví
a decir casi gritando ¡un gato en el motor!… Y entonces
arrancó… Al oírlo cerré los ojos instintivamente imaginando que iba repetirse
la escena de un año antes… Un gato que intenta huir apresuradamente y no llega
a reaccionar a tiempo… Pero nada pasó… Ningún animal cayó del motor… No sé si
se quedó atrapado en la correa de distribución, o si ni siquiera continuaba en
el coche…. Solo sé que el tipo aquel hizo que me hirviese la sangre… Y hoy necesitaba
desahogarme…
Lo dicho, la vida está llena de
flashbacks, gatos, y por desgracia… Gilipollas integrales…