Miles de autónomos ya lo sabían antes que yo: teletrabajar teniendo gato es casi misión imposible; En mi caso teletrabajar teniendo dos, es un reto al que no se enfrentaría ni Tom Cruise dopado.
Sé que muchos padres se estarán carcajeando con estas afirmaciones, porque efectivamente sus retoños son aún más adorables que nuestros felinos y también requieren de mucha más atención que los mismos. Touché, queridos progenitores. Aceptamos barco. Estamos de acuerdo, pero reconocednos al menos que mientras las interrupciones de vuestras criaturas son fácilmente comprensibles por los componentes de la reunión al otro lado de la pantalla, en nuestro caso, la súbita aparición de un culo felino tapando el visor de la cámara, solamente incrementa nuestra imagen de tarados.
Pues sí, la pandemia, como los cuatro jinetes del apocalipsis, está dejando a su paso muchos muertos. Demasiados. Nuevas guerras, entendiendo guerra como sinónimo de confrontación y conflicto y mucha hambre, no hay más que ver las cifras diarias de parados y de ertes. Y aunque seguimos sin saber quién es el misterioso jinete del caballo blanco, la Covid, también ha traído aparejada enormes cambios. Sin intención de frivolizar con la desgracia, hoy venía a hablaros de una de las grandes transformaciones que se están produciendo en el mercado laboral español tradicionalmente de calienta sillas: el teletrabajo.
En esta casa, nos hemos dividido la suerte y nos repartimos entre los que se han apuntado sin remedio a la legión de afectados por el nuevo contexto, ergo, a la puta calle, al paro; y los afortunados, quasi elegidos, que hemos podido seguir trabajando, pero desde casa.
Trasladar la oficina a la habitación del fondo, además de obligarme a renovar el ordenador y familiarizarme con las nuevas plataformas de trabajo en remoto, me regaló unos nuevos compañeros de despacho: mis gatos, y como en cualquier nueva relación laboral, hemos necesitado un tiempo de adaptación para que los engranajes funcionasen.
Al principio del confinamiento, mis queridos gatos se encontraban superados por la novedad. La gata, acostumbrada a reinar en soledad sobre la totalidad de la casa, vio de repente su territorio y su intimidad invadida por nuestra continua presencia. Ofendida hasta la médula por nuestra desfachatez, decidió autoconfinarse en la profundidad del armario y se pasa las mañanas acurrucada entre las mantas. No obstante como cualquier otro felino oportunista, no desperdicia las nuevas ocasiones de demostrar que ella es la General manager de esta casa, por lo que ha determinado la imposición de un impuesto revolucionario, y exige comida extra cada vez que uno de nosotros osa poner un pie en la su cocina.
Felino Hambriento. Gusfrava Ilustraciones |
Mi gato por su parte, ha decidido no desaprovechar su oportunidad de tener un esclavo a su disposición durante 24/7 y se pasa las mañanas conmigo reclamando continuamente atención. Se ha reconvertido en CEO y se empeña en revisar personalmente cada una de las tareas que desempeño. Me ha costado muchos meses convencerlo de que se está más a gusto en la silla junto a mí, que encima de mi regazo o paseándose por el teclado. Lo he conseguido a base de moverme continuamente cuando se me pone encima, para evitar que coja postura y concilie el sueño. Con todo y con eso, me he resignado a que deambule por la mesa cuando se aburre y a tener que perseguirle para recuperar la multitud de objetos que consigue sustraer o tirar en cualquier despiste.
Teletrabajo con gato. Gusfrava Ilustraciones |
Como ambos tienen el don de la oportunidad no hay reunión, seminario o conferencia en el que no participen, bien pasando su hermoso culo por delante de la pantalla, bien maullando a voz en grito cada vez que me toca intervenir. Mi imagen profesional, soy consciente, ha bajado enteros desde que comparto habitáculo con ellos, pero tampoco es que antes estuviera previsto que me fueran a invitar a formar parte del Consejo Superior de Trabajo.
De vez en cuando, en uno de estos meetings interruptus, la aparición estelar de alguno de mis mininos consigue que establezca con mi interlocutor ese vínculo indivisible que te une al reconocer frente a ti a otro Catlover, es decir otro ser humano que vive esclavizado por su propio gato. En esos momentos la conversación pasa a ser más distendida, las distancias se difuminan, y cualquier agente comercial estaría dispuesto a hacerse con tu gato para establecer esa misma corriente de empatía con sus clientes. Otras veces te apetece morirte o matarlo, pero tienes que limitarte a hacer como si no fueras consciente de que durante unas décimas de segundo, tu gato ha copado la totalidad de la pantalla. El truco está en mantenerte impertérrito y continuar con la explicación como si no hubiera un felino junto al micrófono maullando La Traviata. Es el #CatChallenge, la versión gatuna de El elefante en la habitación.
Con todo y con eso, no me quejo he tenido la suerte de conservar el empleo y tener como nuevos supervisores a dos gatos conocidos, que en el fondo, quiero pensar, me tienen aprecio. Podría obligarlos a salir del despacho, y a veces lo hago, aunque entonces tengo que soportar las airadas protestas al otro lado de la puerta. Otras lo intento y ellos se escabullen sibilinamente cada vez que intento levantarme al baño. La mayor parte, para que engañarnos, directamente les permito hacer lo que les da la real gana, porque reconozcámoslo: soy incapaz de contradecirlos. Sarna con gusto, ya sabéis que no pica. Adorar a tu gato tampoco.
Hoy le he robado "tomado prestado" las imágenes a una increíble ilustradora madrileña: Gusfrava Ilustraciones. No me negaréis que es genial.
Podéis consultar toda su obra en su facebook y en su instagram, y para vuestro regocijo os diré que según he visto en sus redes, también acepta encargos ;)
¡Sed buenos!
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