Una reflexión sobre el exceso de culpa
Sumergida
completamente como estoy en el incierto proceso de encontrarles una casa a Pattie
y a Shelma o tener que devolverlas al albergue, me viene completamente al pelo,
la experiencia canina que ha tenido una de mis amigas...
Os
la cuento:
Mi
amiga M. tiene un perro, un precioso teckel de pelo duro llamado Bert y como
todos los que tenemos perro, M. sale a
la calle un mínimo de tres veces diarias para que Bert haga sus cosas, se relacione,
juegue, esparza y haga todo eso que hacen los perros cada vez que salen a la
calle.
Un
viernes normal, finalizada la semana laboral y casi el día, M y Bert salieron a
la calle y se tropezaron con un chuchillo al que nadie era capaz de
identificar. Unos decían que se parecía al que tenía tal vecino, otros que no
lo habían visto en la vida, pero la realidad era que allí había un perrillo
mestizo con el que nadie sabía qué hacer.
Mi
amiga M. que está enamorada de su perro, enseguida pensó, estableciendo un
paralelismo con el suyo, que si el perro estaba perdido, el dueño estaría
desesperado buscándolo por lo que decidió que se lo llevaría a casa mientras
encontraban al propietario.
A
la mañana siguiente, M. llamó al albergue municipal y a la policía local, pero nadie
había preguntado por un perro con aquellas características. Ambos, le dijeron
que podía depositar al animal en las instalaciones del albergue, pero M.,
seguía pensando que aquel chuchillo podía ser Bert en un universo paralelo y ni
jarta grifa hubiese dejado ella que
su perro acabase en la perrera, así que decidió acoger al animal hasta que
aparecieran sus dueños y dejó sus datos de contacto por si alguien lo reclamaba.
En
este contexto, mi amiga M., que tiene un corazón enorme, pero poca experiencia
en esto de los acogimientos, había decidido que si finalmente nadie preguntaba
por él, ellos debían quedárselo. Así que
ni corta ni perezosa bautizó al recién llegado como Ernie, le compró una cama,
una correa y un collar y se dispuso a esperar a que pasasen los 15 días de
rigor antes de ser oficialmente la dueña de dos perros.
Y
pasaron dos semanas, pero en ese tiempo, aquel mestizo que parecía tan dulce y
acobardado, acabó resultando un pequeño dictadorzuelo que a la mínima de cambio
enseñaba los dientes, gruñía y marcaba.
A
las tres semanas, mi amiga M. estaba destrozada, los niños le tenían miedo al
nuevo animal, las peleas entre los dos perros eran cada vez más encarnizadas y
cuando intentaban corregir al nuevo inquilino, éste no dudaba en enfrentarse a
ellos, así que desesperados acudieron al veterinario.
En la clínica, el profesional que los atendió les confirmó que
Ernie tenía un carácter muy fuerte que tenía que ser enderezado para conseguir
una óptima convivencia. Les indicaron que no debían reñir a Bert cuando se
enfrentaba a Ernie porque lo desautorizaban y que siempre era preferible que el
perro que ya estaba educado prevaleciese en el orden jerárquico. Les recomendaron
castrarlo y visitar un etólogo y añadieron al listado de recomendaciones que no
cerrasen la puerta a intentar buscarle un nuevo hogar si no lograban adaptarse.
Mi
amiga M. lloraba, ¿Cómo voy a buscarle
una nueva casa al pobre, después de que ya lo hayan abandonado? -balbuceaba.
Pues
porque esas cosas pasan Amore, a
veces, la buena voluntad no es siempre es suficiente. Podemos encontrar un
animal que no hemos buscado y querer hacernos cargo del mismo, pero hay
ocasiones en las que las cosas sencillamente no encajan.
Cada
familia, cada casa es como un puzle y cuando hay más animales o niños
conviviendo, no es sencillo montar esa maqueta. Eso no quiere decir que seamos
mala gente ni unos abandonadores, sino
al contrario, somos gente responsable pero limitada. Uno da para lo que da, y
tan importante es comprometerse como ser consciente de las propias limitaciones
para que nuestra colaboración sea realmente efectiva.
Nos
costó convencerla de que ella no estaba abandonando al animal si no todo lo
contrario, lo estaba ayudando. Ella lo había recogido y trataba de darle un
nuevo hogar.
Nosotros
no somos los irresponsables por no poder acogerlos, irresponsable es el que teniendo
un perro lo deja tirado en medio de la calle a su suerte para desentenderse de
lo que él considera un problema.
Nosotros
no nos podemos responsabilizar, ni hacer cargo de todos los animales que nos
encontremos a nuestro paso, aunque eso no quiere decir necesariamente que
miremos para otro lado.
Nosotros
podemos ayudar, buscarles casa, educarlos, promocionarlos, podemos cuidarlos
pero no podemos ser el hogar de todos ellos.
Y
de momento, Ernie, sigue en proceso de adaptación, lo han castrado y sigue las
pautas de reeducación que le han facilitado los profesionales. Sea como fuere,
encajando en esta u otra casa, mi amiga M. está ayudando a la rehabilitación de
Ernie, lo que facilitará que el perro encaje en su nueva familia, que ésta sea
la actual o una nueva, solo el tiempo lo dirá, aunque sea como fuere lo
importante es que sea un final feliz para todos.