Pues sí queridos,
allí estaba mi yo de 31 de Diciembre de 2017 tomándose las uvas y pensando, pero qué coño estoy haciendo con mi
vida, cuando me di cuenta de que el año que entraba, no iba precisamente a
mejorar mi cotidianeidad o al menos no de forma inminente…
Quedaban de aquella
unos veinte días para que Pattie y Shelma recibiesen su última vacuna y por entonces
yo ya no veía la luz al final del túnel. Alguien lo había tapiado,
concretamente yo misma apenas dos meses antes, y encontrar la salida del
atolladero, me iba a llevar más esfuerzo y dolor del que había pensado…
Pattie y Shelma eran por
aquel entonces, monísimas pero agotadoras. El día 1 de Enero, salieron por
primera vez a la calle y las hijas de su
madre, aunque estuvieron más de tres horas en un prao que buscamos para ellas ex profeso, se negaron si quiera a
echar una triste meadilla y eso que en casa parecían pequeños aspersores de
orina…
Estas son las fotos
de ese día. Pesaban siete kilinos, y necesitaban correr tanto como respirar. Yo
las quería ya demasiado, como para que dejarlas en Serín tres semanas más
tarde, no me pasase factura. Y como siempre hago, empecé a lamentarme antes de
tiempo, no fuera a ser que llegado el momento no pudiese angustiarme lo
suficiente.
Entonces se decidió
que era preferible hacer un esfuerzo extra e intentar que los animales
encontrasen casa sin pasar por el albergue. El esfuerzo extra al que hago
referencia tiene varias direcciones, por un lado está el de las casas de
acogida que tienen que disponer de espacio y dedicación durante más tiempo; por
otra el del albergue que tiene que coordinar la adopción con adoptantes y
acogedores y por último los adoptantes que tienen que añadir un extra en los
protocolos de adopción para conocer a los cachorros. Parecerá una minucia, pero
es un pequeño paso más allá. No es lo mismo que los animales estén en el
albergue y que cualquier interesado se desplace, visite y en caso de que le
encaje formalice los procesos de adopción, que añadir una tercera ecuación a la
fórmula, en la que además de lo anterior tiene que acordar una visita con el
intermediario que en esta caso es la casa de acogida. A veces no es tan
sencillo como pudiera parecer e incluso hay gente a la que el solo hecho de
añadir otra parada en el proceso, ya los echa para atrás…
Pues lo que os decía:
Era enero, las perras iban in crescendo
en tamaño y actividad y nosotros habíamos evitado el trago de dejarlas en el
albergue, peeeeero habíamos asumido el riesgo de no poner punto y final a la
aventura canina.
En enero la nuestra
era una casa de locos, o más bien una cuadra de locos. Pattie y Shelma salían
diariamente a la calle, pero eso no les restaba recursos ni energía para
redecorar nuestro hogar a base de excrementos y estropicios. Ellas eran
felices, nosotros no tanto. Sacarlas a la calle suponía dedicarles el día a los
perros porque era imposible para uno solo manejar a los tres animales a la vez,
así que había que bajar primero a una y luego a las otras dos… Resultado vivías
por y para las perras. Dentro de casa la situación no era mucho mejor. La gata
decidió que lo mejor viendo lo visto era exiliarse al armario. El gato, fiel a
su costumbre de ni sí, ni no, ni todo lo
contrario, se dedicaba a esquivarlas o jugar con ellas en veces alternas,
provocando escandalosas carreras en las que muebles, electrodomésticos y la paz
vecinal se tambaleaban peligrosamente. Nanda por su parte, aunque en líneas
generales asumió su presencia, exigía no tener a las cachorras colgadas del
focico al menos durante un par de horas al día, con lo que a ratos las exiliábamos a su habitación. El
destierro tenía unas consecuencias: una habitación a la que hubiera sido mejor
prender fuego que intentar arreglar y sonoros conciertos de lloros y ladridos…
Sí… La verdad es que
en enero, cuando apareció Verónica interesándose por Shelma (ahora Lana) yo vi
el cielo abierto… Me daba pena, pero me producía más alivio que tristeza.
Empezaba una nueva fase, más cómoda y manejable para todos, menos para la pobre
Pattie que de repente se vio enfrentándose a la vida sin su hermana... Pero
todo esto ya os lo cuento la semana que viene, para cerrar el ciclo de “Pero,
¿no te da pena?” ¡Hasta el lunes qué viene!