Bueno, ahora que
hemos cerrado positivamente el Cachorrogate
con dos finales felices, voy a dedicar las siguientes entradas a contaros las
cosas que he aprendido, o a las que me he enfrentado, durante este tiempo.
Quiero empezar por
responder a la pregunta a la que más veces he contestado durante estos meses: Pero,
¿No te da pena darla? La verdad es que no. Yo soy un ogro desalmado que ni
siente ni padece…
Es coña. Entiendo la
pregunta, tiene toda la lógica del mundo, pero a la quinta vez que la
respondes, te apetece innovar e ir cambiando la versión, solamente por
comprobar la cara que se le queda a tu interlocutor… Nada, manías de amargada,
no me las tengáis en cuenta.
Hablando en serio os
diré, que sí, pues claro que me da pena darla, o más bien darlas, pero yo no
podía quedarme con ellas. Ser casa de acogida te produce sentimientos
encontrados y voy a intentar recogerlos en este blog. Como todo lo que firmo,
no tiene por qué ser compartido por el que lo lee, yo solamente recojo mi
experiencia, pero claro está, ésta muchas veces, la mayoría de hecho, es
personal e intransferible. Allá voy:
La gente piensa que
cuando eres una casa de acogida, estás siendo “generoso” pero en realidad, o al
menos en mi caso, lo que estoy es siendo una inconsciente. Yo, por desgracia
para los que me rodean, no mido las consecuencias de las situaciones antes de
embarcarme en ellas. Insisto soy una inconsciente y encima amnésica, porque ni
siquiera las recuerdo de una vez para la siguiente. Cuando me postulé (sí, sí,
me postulé yo, nadie me llamó para pedirme que me hiciera cargo de Pattie y
Shelma) como casa de acogida no calibré el riesgo al que me estaba enfrentando
y no creáis que no me ha pasado factura en este tiempo.
Cuando vi la foto de
la camada era un martes de noviembre y diluviaba. La verdad es que solo pensé
dos cosas: una que la manta en la que estaban acurrucados había sido mía, y
dos, qué cosa más mona, porelamordedios.
Lo siguiente que pasó por mi mente, es que se morirían si nadie los ayudaba.
Así que llamé y para cuando Javi llegó a casa, yo ya casi había acordado ir al día siguiente a Serín a recoger a los dos
cachorros que quedaban descolgados.
Sí, es lo que estáis
pensando. Efectivamente, además de insensata, desconsiderada, porque ni
siquiera tuve en cuenta la voluntad de la otra parte implicada. Pero así fue.
¿Qué es lo que no
calibré en esta ocasión? Pues el todo. No medí los tiempos reales, ni el
trabajo, ni el espacio, ni el agobio, ni el riesgo, ni el cariño. No medí nada
y cuando me di cuenta, tenía dos cachorras que me estaban destrozando la casa y
los nervios.
Cuando me ofrecí,
solo pensaba en que el riesgo de que se murieran era alto, y que eso para nosotros iba a ser un bajón.
También que era mejor acoger a dos que solo a uno, porque con ello, anulaba las
tentaciones de quedarme con el animal si sobrevivía. Así que ni corta ni
perezosa tiré para adelante sin tener en cuenta nada más. Pensaba para mí,
total tres meses pasan volando y me lancé a la piscina... Lo que viene siendo
hacer Balconing, vamos…
Habitualmente, cuando
hablas de cachorros recién nacidos, la gente cree que la parte difícil es la
del biberón, pero en realidad esa es una chorrada que ni siquiera se alarga
tanto como parece. En tres semanas los cachorros ya comen, con lo que esa etapa
pasa rápido y es fácil. Todo es fácil. Los animales no te reconocen, son
pequeñas larvas que solo comen y defecan. Hay que darles el biberón cada X
horas y limpiarlos, es cierto, pero es un trabajo sencillo, con un grado de
implicación moderado. Los cachorros están además en un “nido” cerrado, así que
tampoco te ocupan tanto espacio vital. Los problemas llegan cuando salen de la madriguera…
Y ese sí que es un ciclo largo ¿eh? Durante más de dos meses tienes dos bestezuelas
destrozándolo todo a su paso. No pueden salir a la calle a desfogar, lo
ensucian y rompen todo, son un huracán imparable y encima empiezas a cogerles
cariño.
Sí, el afecto
comienza en esa fase, porque de repente las larvas abren los ojillos y para
cuando empiezan a investigar ya te tienen fichado y te han reconocido. Ahí, es
donde la jodiste realmente. Estás perdido. Empieza el vínculo que durante más
de tres semanas no habías llegado a establecer del todo. Pero ahora, en ese
momento, para los perros, tú eres una madre calva que tiene por mamas dos cachos
de plástico… Para que luego hablen de las familias desestructuradas, tendrían
que haber ido a ver la tuya…
Así que ahí estás tú,
totalmente superada por la situación pero sin poder hacer nada más que rezar
para que pase pronto. Pero si pasa pronto, comienza la siguiente fase que no
habías calibrado: tienes que dejar a las perras en el albergue… Mecagohastaenlaputa, farfullas, pero es
demasiado tarde… No tienes escapatoria. Estás en medio de una encrucijada que
no tiene fácil solución: Si el tiempo te hace caso y vuela, tendrás que hacer
de tripas corazón y depositar en una fría jaula, a las cachorras que has conseguido
sacar adelante, pero si como en el bolero, el reloj deja de marcar las horas,
tu vida se habrá convertido en una cadena perpetua en la que la condena
consiste limpiar mierda y destrozos de perro per secula- seculorum…
Efectivamente amigos,
más o menos en Nochevieja, me di cuenta de que 2018 no iba a ser precisamente
mi año…
Y lo voy a dejar
aquí, la semana que viene sigo con la siguiente entrega de “Complicarte la vida
es fácil, amargarle la suya a tu pareja también, pregúntame cómo”, o lo que es
lo mismo, con la segunda parte de “Pero, ¿no te da pena?”.
¡Hasta entonces!