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SER UNA CASA DE ACOGIDA: LO QUE HE APRENDIDO EN ESTOS DIEZ AÑOS


Capítulo 5: Un gato no es un perro

Fue 2016 el año en que creí que como tenía una gata y una perra, y colaboraba en una protectora, bien podía postularme como casa de acogida tras haber sido acogedora canina. ¿Sabéis? A veces cuando pienso en antiguos razonamientos me pregunto a mí misma si en todo momento el oxígeno fluía como requiere un buen funcionamiento cerebral, tonterías aparte, la cuestión es que corría agosto cuando una camada de gatinos lactantes me dio la oportunidad de probarme a mí misma todo lo que ignoraba de la crianza felina.
Cogí cuatro larvas de gato, dos biberones y un trasportín y me los llevé a casa fantaseando con el momento en el que fuesen peludos boliches que correteasen a su antojo… Los bautizo como Mingo, Teresa, Pinón y Telva sin saber distinguir, ni que me importase, el género que ostentarían de adultos. Sin embargo no pudo ser… Mi inexperiencia y su delicadeza no hicieron buenas migas y se me murieron tres de los cuatro… El primero de ellos estaba tan débil, que ya el primer día, todos supimos que sus posibilidades de supervivencia eran más bien nulas. El siguiente me engañó y durante un par de días fingió crecer y fortalecerse hasta que una tarde se negó a comer. El tercero fue aún más taimado y tras abrir los ovillos poco después, de repente, se negó a continuar adelante... Solo me quedaba una esperanza gatuna, la habíamos bautizado Teresa y cuando empezó a ladear la cabeza apartándose del biberón fuimos conscientes de que estábamos teniendo un Dejavu… La dejé en la clínica con la certeza rota de que aquel animalillo también moriría. Contra todo pronóstico sobrevivió e incluso cambió de sexo, ahora es feliz y se llama Camarón.

CAMARÓN

Ser nodriza felina me duró apenas tres semanas, pero no os creáis que con ello llegué a la conclusión de que quizás, tal vez, pudiera ser, lo del acogimiento felino, no era lo mío. No. Lejos de amedrentarme pensé que la suerte no me había acompañado pero no deseché la idea. Por eso cuando unos meses más tarde atropellaron a Guiñapo en mis narices, me pareció la cosa más normal del mundo postularme para acogerlo…

NANDA, LUNI Y GUIÑAPO

En mis mundos, que suelen ser los de Yupi (Queridos Millenials, Los mundos de Yupi era un programa infantil, horrible por cierto, que echaban en Televisión Española a finales de los 80), mis animales son o eran, más flexibles que la realidad, así, cuando Guiñapo llegó a casa, yo solo estaba preocupada por el carácter del nuevo gato que iba a introducir en casa, pero no pensé ni por un momento, que aquella gata parlanchina y sociable que no le tenía ningún miedo a humanos ni perros desconocidos, fuese a tener reparos con un miembro de su misma especie. Os lo resumo: FATAL ERROR.
Cuando Guiñapo llegó a casa, la gata se dedicó a perseguirlo mientras nos iba indicando en todo momento su posición exacta: Humana hay un extraño husmeando en el pasillo. Rápido humana ven, ahora está en la cocina- Humana corre que se nos ha colado en el baño. … Y así todo un fin de semana que nos pareció de lo más gracioso. Como decía Sabina, aquello duró, lo que duran dos peces de hielo en un Whisky on the rocks… O lo que es lo mismo, hasta que aquel gatín de seis meses dejó de estar cohibido por la novedad y la convalecencia y se dedicó a hacer lo que hacen todos los gatos de seis meses: jugar y dar por saco. Ahí, cuando yo ya no me lo esperaba, al mes de haber incorporado al nuevo miembro en casa, cuando habíamos comprobado que no había interferencias canino-felinas, cuando parecía que todo había sido coser y cantar, en ese momento, una víspera de reyes tuvimos que dejar ingresada a la gata. ¿Qué le pasó? Que le pudo el estrés, que de repente mi pequeña gatucha, la reina de su casa, la que era dueña y señora de mis dominios se sintió desplazada y su sistema inmunitario cayó en picado.
Entonces aprendí que lo que estaba bien para un perro no tenía por qué estarlo para un gato. Que los felinos necesitan estabilidad y que romper su equilibrio puede tener consecuencias fatales no solo para la convivencia sino también para sus pequeños y delicados organismos…
Así que, cancelamos la operación “casa de acogida felina” y nos plantamos en dos gatos. Tranquilos, ambos conviven y están bien. Él le hace la puñeta a ella todo lo que puede y más. Ella trata de ignorarlo sin conseguirlo, pero nos hemos esforzado porque no sintiese perdidos sus privilegios. Somos dos gatos, dos humanos, dos sofás y dos perros. Todo muy repartido, pero para llegar al segundo perro, aún os queda algún capítulo.
¿Nos leéis la semana que viene?





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