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SER UNA CASA DE ACOGIDA: LO QUE HE APRENDIDO EN ESTOS DIEZ AÑOS


Capítulo 2: Apadrinar tampoco significa Adoptar

Sigo contándoos la cantidad de veces que metimos la pata cuando nos embarcamos en esto del acogimiento. Vamos por el Capítulo 2 Apadrinar tampoco significa Adoptar.
Hace diez añitos, allá por 2009, mi vida era ligeramente distinta pero por fortuna o por desgracia muy parecida a la actual. En el fondo tampoco hemos cambiado tanto ☺
Como estaba claro que el acogimiento de larga duración no era lo mío (o más bien lo nuestro), cuando en un desfile conocimos a Nanda, se nos ocurrió la genial idea de intentarlo con otra modalidad: “el apadrinamiento”. Nanda era una perra grande para los que entonces eran nuestros estándares de tamaño. Mi yo de entonces, seguía pensando que sólo los perros pequeños podían vivir bien en un piso, por lo que creía tener claro que aquel animal podía beneficiarse de nuestra tarea socializadora sin que hubiera riesgo de que nos sintiésemos tentados de adoptarla.


Nuestra ingenuidad de aquella época, me hace sonreír.
Con aquellos prejuicios en mente, ni cortos ni perezosos, decidimos que bien podíamos dedicarle un poco de nuestro tiempo a aquella mestiza si aprovechábamos a llevárnosla los fines de semana al pueblo. Al fin y al cabo, allí podría tener el espacio que en nuestra mente, la perra necesitaba. Así que la primera vez que se vino con nosotros, fuimos a apañar la manzana. Creo que si cierro los ojos, aún puedo verla galopar por la finca la primera vez que se sintió libre. Sin embargo lo más sorprendente para mí fue darme cuenta de que al igual que los perros pequeños, Nanda quería pasar tiempo con nosotros y se adaptaba perfectamente a estar en casa. Porque efectivamente Nanda quería tener su espacio, pero uno que no se medía en hectáreas.
Así aquello del apadrinamiento que a mí me había parecido tan sencillo, en realidad no lo fue.
Yo, lo juro, iba muy decidida a recoger y devolver a mi querida perra al albergue, pero reconozco que las primeras veces fue un drama… No para ella ojo, sino para mí. Cuando me di cuenta de que era capaz de adaptarse a nosotros con facilidad empecé a preguntarme: ¿Y si no se quiere ir?, ¿y si se hace ilusiones y se siente abandonada?, ¿y si le hago más mal que bien? Todas esas dudas se repitieron en mi cabeza durante meses hasta que me di cuenta de que para la perra yo era una tía maja pero no su dueña y que aunque se lo pasaba bien con nosotros, el albergue era su casa. Con todo y con eso, y en contra de lo que yo misma en un primer momento había presupuesto, la hubiera adoptado con ganas.


En su contra se posicionó que en aquel entonces, mi pequeño Scrappy, ya en una edad y estado crítico, necesitaba y se merecía ser el centro de nuestras atenciones. El corazón se debatía entre el perro que ya era mío y el que ‘aspiraba’ a serlo. Ganó Scrappy y Nanda tuvo que esperar aún un par de añitos en Langreo. La verdad es que, como no la adoptaron, no pude corroborarlo, pero estoy segura de que en aquel entonces, lo hubiera pasado muy mal si hubiera encontrado una casa distinta de la mía. A veces, los padrinos somos un poco egoístas y nos pesa más la pena de no volver a verlos, que la alegría de que sean felices. En el caso de Nanda no ocurrió, simplemente transcurrieron dos años, mi pequeño Scrappy sucumbió a sus achaques y Nanda con ello adquirió su plaza de perra consorte. No hubiera podido ser de otra manera, porque por aquel entonces yo la consideraba ya un poco mía.


Con Nanda aprendí que el tamaño no marcaba el carácter ni las necesidades de un perro y que los animales adultos tienen una gran capacidad de observación y adaptación.
Con Nanda, ocupando su nueva posición de compañera canina oficial, empezamos otra nueva etapa de padrinos, parecía que aquella fórmula había funcionado, así que ¿por qué no seguir con ella?
La próxima semana os cuento qué tal nos fue 😉
¡Nos leemos!




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