Éste era Oni. Bueno era y es, porque sigue entre nosotros, y hasta
donde yo sé, no le han cambiado el nombre. Bueno en casa lo llamábamos
Cebollino, pero con cariño, era solo por una relación de ideas estúpida entre
Oni y Onion (cebolla en inglés)… Querido Oni… Fíjate, me gustaría saber qué ha
sido de ti. Cómo has evolucionado en todo este tiempo. Estoy segura de que hoy
eres un perro feliz, pero tengo curiosidad por saber cómo has dejado atrás tu
timidez.
Oni, fue con diferencia el perro más dulce y miedoso al que
nos hemos enfrentado. Por eso me encantaría que su nueva familia nos confirmase
su evolución. La que yo vi durante meses y ellos han constatado desde hace
exactamente un año.
Oni era un manojo de nervios cuando lo conocimos. Había
aparecido rondando por los montes, asustado y acosado por sabe dios qué miedos
y qué recuerdos. Así que Oni aterrizó en Pajomal y literalmente se moría de
miedo. Se quedaba aterrado en el fondo de la jaula y si cualquiera, hombre o
mujer, se acercaba a él, se limitaba a tirarse bocarriba y se meaba. Así. En
plata. No encuentro forma bonita ni elegante de contar esto: El animal, tenía
tanto miedo que no controlaba sus esfínteres.
Siempre que me tropiezo con algo así pienso para mí, pero
criatura ¿qué te han hecho?, ¿qué te habrán hecho?, ¿qué tipo de experiencias
arrastras en tu lomo para sentir ese pavor?, ¿qué clase de monstruo te has
cruzado en tu corta existencia? Intento alejar estos pensamientos de mi mente porque
me enervan, pero están ahí rondándome cada vez que veo ese miedo reflejarse en
un animal.
Oni te miraba pero no quería verte, no se atrevía a mirarte
directamente a los ojos. Se veía superado por todos y cada uno de los ruidos de
nuestra vida cotidiana y realmente era muy duro para él enfrentarse a los humanos.
Temblaba y se tumbaba, no había más Oni.
No quería caminar. Estaba atenazado por el pánico, como
atornillado al suelo. Si te acercabas a él se ponía panza arriba en señal de
sumisión, si lo hacías demasiado rápido se asustaba y se meaba. Alguien había
destrozado la psique del perrín, y era tan joven, que solo de pensarlo me
entristezco y me indigno a partes iguales.
Oni era un perro jovencín, tendría apenas un año entonces,
pero no era juguetón como un cachorro. Oni vivía aterrado, atemorizado por una
experiencia anterior que no conocíamos, y que él no podía contarnos. Conocer a
Oni fue duro, porque te muestra lo que somos capaces de hacer como especie. No
quiero ser consciente de determinadas realidades, me minan. Habrá quien piense,-
hay cosas peores-, y es cierto. Pero abusar de la fuerza ante un inocente
indiferentemente de la especie a la que éste pertenezca, solo demuestra lo hijosdeputa que somos o que podemos
llegar a ser. Así de fácil. Suene como suene. Aquel o aquella que es capaz de
descargar su furia o su frustración con un animal indefenso, no dudará en
mostrar su crueldad en otras facetas. Ojalá dios o el karma, o la justicia
poética, les haga recoger lo que han sembrado.
Pero sigamos con Oni. El día que lo conocimos, Javi y yo
intentamos hacer como hacemos siempre, esto es: presentarnos y presentárselo a
Nanda; dar un paseo juntos por Sama y la Felguera; observar al perro; ver cómo reaccionaba;
subirlo al coche para que se fuese acostumbrando a los vaivenes, etc, etc. Con
Oni todo eso no fue posible. Oni, nos vió, se tumbó en el suelo, nos aromatizó
la ropa y el calzado con su personal “Eau d´Orín”, y se puso a temblar. Se pasó
toda la tarde tiritando presa del pánico.
Nos costó dios y ayuda cruzar con Oni el paso de cebra que
separa el aparcamiento de la plazoleta del Alimerka junto a la estación de
autobuses en la Felguera. Y se suponía que nosotros debíamos llevar a Oni el
siguiente fin de semana a un encuentro colectivo. Me sentí incapaz. Oni, ni os
cuento. Tirado en el suelo al borde del colapso nervioso no quería caminar ni
saber nada de nosotros.
Si los perros razonan, estoy segura de que el único
pensamiento que pasó durante esas cuatro horas por la cabeza de Oni fue un
continuo: tierra trágame, o trágatelos a ellos pero que alguien desaparezca ya.
Dejamos a Oni en la protectora destrozados, con el pensamiento fijo en todo
tipo de posibles torturas y maltratos: las que alguien dedicó a Oni con saña y
las que yo le deseaba a aquel miserable. Pobre animal, ¿cuál sería tu pasado?
Regresamos al viernes siguiente pensando en cómo reaccionaría
Oni en Avilés. Lo imaginábamos aún más desquiciado y nos parecía una crueldad,
pero contra todo pronóstico Oni había evolucionado. Algo en su cerebro había
hecho “click”. No voy a decir que corriese como un galgo, pero ¡caminaba!
Podíamos dar un paseo sin que se tumbase cada dos pasos. Tenía que ir pegado a
la pared para sentirse seguro, pero ¡oh milagro caminaba!: Oni levántate y
anda, y Oni, andaba.
Mejoró. Mejoraba cada día un poco. Nos íbamos de bares (tenemos
un problema con los bares, lo sé…) paseábamos y había gente en la calle,
rodeándonos, rodeándolo, pero lo superó. Oni lo superaba todo si había
salchichas de por medio (Monumento a Campofrío pero ya!). En los bares el truco
estaba en pegarse a Nanda y por la calle, pasó de tumbarse a querer arrancarme
un brazo, pero andaba. Había que ir paso a paso. Lo importante era dejar atrás
tanto tembleque y tanto miedo, que superase aquel bloqueo mental.
El gran descubrimiento para Oni fue el sofá. Para hacer honor
a la verdad fueron dos: El sofá y la cama. Descubrir que había algo blando en
lo que tumbarse le fascinó tanto que no le importaba que nosotros estuviésemos
junto a él, éramos un daño colateral. Y entonces nos perdió el miedo. Y es tan
bonito cuando lo hacen, cuando dejan de verte como al enemigo que no puedo
describirlo con palabras. De repente te buscan donde antes te esquivaban. De
pronto confían en ti, ellos que habían perdido la fe en la raza humana,
súbitamente la recuperan y es gracias a ti. Y entonces te devuelven parte de
esa esperanza. La que supone que no todo está perdido, la que dicen que es la
última en abandonar el barco.
ONI EN SU NUEVA CASA |
He de confesar que contra mis propios principios, no fui
capaz de corregir muchas cosas en Oni, que lo malcrié, que gracias a dios no nos
quedamos con él porque hubiese sido un perro muy maleducado. Pero sentía tal
pavor ante los humanos que yo no me atrevía a reñirlo cuando meaba en la
alfombra, o cuando me robaba algo del plato o de la basura. Solo queríamos que
perdiese el miedo, y creo que eso más o menos lo conseguimos Espero que sus
actuales dueños sean capaces de perdonarnos. Fuimos débiles, pero era tan mono J