Como me he levantado con ganas de
jarana, voy a meterme de lleno en un bonito berenjenal hablando de una cuestión
que no por polémica deja de ser menos importante: La eutanasia animal.
Vaya
por delante que esto que aquí escribo es una opinión personal e intransferible
y que no es representativo ni lo pretende, de la política y/o el sentir de
Amigos del perro.
Vale. El término Eutanasia, viene
del griego eu (bueno) + thanatos (muerte), y significa
literalmente “buena muerte”. Teniendo esto por principal premisa voy a exponer
mi argumento. En primer lugar, aclarar que contemplo la eutanasia como un acto
más de amor y respeto hacia el animal que tanto me ha dado. En ningún momento
pretendo hacer referencia a la eutanasia como método de control de
superpoblación o afines.
Todo aquel que tiene o ha tenido
un perro o un gato, en algún momento se ha planteado lo que ocurrirá cuando ese
animal deje de estar bien. Algunos “afortunados” pierden a su amigo de forma
natural, pero la mayoría de nosotros tenemos que enfrentarnos a una decisión
dura y descorazonadora como pocas: eutanasiar o seguir para adelante.
Normalmente para que un
veterinario te plantee esa posibilidad, el animal que compartía tus días no es
solo que esté a punto de finalizarlos sino que el trecho que se le avecina no
le va a ser en nada grato. Suele plantearse esta cuestión ante animales cuyas
expectativas vitales son inexistentes, pero a menudo se nos sugiere también
cuando no solo su trayectoria va a ser más o menos corta, sino cuando su
calidad de vida se va a ver abruptamente reducida.
La eutanasia animal es una
decisión personal que cada persona debe evaluar en función de su caso concreto.
En lo que a mí se refiere, espero que nunca me falte la lucidez que me ha
conducido hasta el momento.
He tenido la suerte y la
desgracia de compartir mi vida con más de un perro, digo la suerte por lo que
es obvio, y la desgracia porque ya no están. No han tenido mis animales la fortuna
de morir de repente, sin que ni ellos ni yo nos enterásemos. Esa muerte idónea
que todos nos planteamos en algún momento de nuestras vidas, no llegó a la
suya. Digo “muerte idónea” o idealizada, porque en el fondo, si alguna vez
pensamos en la parca, la mayor parte de nosotros nos la imaginamos sigilosa y
cruzamos los dedos a la espera de que se presente de noche y de puntillas, que
nos arrastre del sueño y lo continúe, sin que lleguemos a despertar.
Esa era la muerte que yo le
hubiese reservado también a mis compañeros caninos, pero no ocurrió así.
Llegaron antes la vejez y la enfermedad y a ellas tuvimos que enfrentarnos como
mejor pudimos.
Personalmente valoro la eutanasia
como una ventaja competitiva de la que los animales gozan frente a los humanos.
Frente a la enfermedad de más de un ser querido, cuando ya no había ningún tipo
de esperanza, hubiese deseado poder acortarles el sufrimiento y la espera como
ya hiciera con alguno de mis perros.
No os llevéis las manos a la
cabeza, puesto esta idea no parte de la enajenación, sino del amor y la amistad
más incondicional. Considero más egoísta, alargar el sufrimiento de un ser
querido (animal o humano es lo de menos) únicamente por la necesidad de
mantenerlo a mi lado. Me parece más intervencionista, la artificialidad con la
que conservamos en ocasiones la vida, que el apoyo para garantizar una muerte
digna. Pero consideraciones morales aparte, creo que a veces nos aferramos a su
presencia sin pensar en su bienestar, lo custodiamos queriendo conservarlo pero
sin ser conscientes de que en realidad lo justo sería dejarlo ir. Da tanto
miedo su ausencia que necesitamos retenerlo junto a nosotros. Y es normal...
En el caso de las personas habría
que contemplar tantos aspectos, que más allá de la ética, entiendo la
dificultad de poder llevarla a cabo. En el caso de los animales, donde no es
posible que se entremezclen intereses económicos de por medio, no puedo más que
recomendar la valentía, para enfrentarse a esta decisión tan indeseable como
necesaria.
Esta posición, me ha granjeado
más de una amarga discusión incluso en el seno de mi propia familia, pero
aunque entiendo las razones que llevan al dueño a no querer despedirse del
animal, no puedo compartirlas. Por egoísmo nos aferramos a mantenerlo entre
nosotros sin pararnos a pensar cuál es la calidad de vida que le espera. Por
generosidad acortamos su sufrimiento, acompañándolo en el duro trance que nos
separará.
No he querido menos a mis perros
por dejar que se fueran cuando tenían que irse. Es más no he dejado de
quererlos, incluso hoy, años después de que se hayan ido.
Un abrazo fuerte para quiénes
hayáis pasado o estéis pasando por este despiadado momento.