Hoy para variar voy a hablar desde las tripas, pero sinceramente me da mucha
rabia la inquina con la que en ocasiones se vilipendia al dueño de un perro (o
gato) perdido.
Hace tiempo leí en el blog Verne
de El País, un artículo buenísimo sobre los distintos sesgos cognitivos con los
que nuestro cerebro nos manipula. Entre ellos, referenciaban el mecanismo
mental que nos hace culpabilizar a las víctimas de cualquier tipo de desgracia,
para sentirnos inmunes a ella. El sesgo en cuestión se denomina Fenómeno del mundo justo y básicamente consiste en buscar una
explicación racional a lo que ha ocurrido (accidente, violación, robo…). Eso es
lógico y entendible. Necesitamos sentirnos seguros y para ello creamos la falsa
sensación de tenerlo todo bajo control, el problema es que hacemos responsable
a la víctima de lo sufrido para intentar convencernos de que a nosotros no nos
pasará lo mismo.
Lo entiendo, lo razono, pero no por ello comparto muchos de los
comentarios que se repiten insistentemente en las redes sociales cada vez que alguien
solicita ayuda para encontrar un animal perdido. El calificativo más suave que
suele asignarse a los dueños es el de “irresponsable” y aunque en ocasiones no
dudo que lo hayan sido, esa persona está pidiendo ayuda para encontrar a su
perro, si la pérdida es “culpa” suya, ya está penando más que de sobra con la
angustia de no saber dónde está no hace falta hacer seguir talando el árbol
caído.
Creo además que todos deberíamos hacer un ejercicio de conciencia y repasar
las veces en que de puro milagro hemos esquivado situaciones parecidas. ¿Cuántas
veces tu perro sin él saberlo y tú darte cuenta o tener tiempo de reaccionar se
ha puesto en peligro?
¿Nunca, yendo con correa o sin ella, vuestro querido animalito os ha dado
un susto?, ¿Nunca ha visto al otro lado de la acera un perro que conoce, o a una
persona, o a ti mismo si lo lleva otro, y ha pegado un tirón?, ¿Nunca se ha
sobresaltado con un ruido fuerte que ninguno de los dos esperabais? Qué suerte…
Pues yo por desgracia recuerdo diversas situaciones en las que estando
con distintos perros he visto muy de cerca el accidente que gracias a dios no
llegó a producirse.
Pienso sin ir más lejos, en que yo hoy le tengo ya tanto pánico a los
petardos como mi perra. Me dan pavor porque surgen de la nada, cuando nadie los
espera, mucho menos ni ella ni yo, y cuando eso ocurre, no hay llamada ni voz
que distraiga a mi querida compañera del instinto de supervivencia que le dice Corre, galopa, no importa hacia donde, no
mires atrás, tú solo huye. Les tengo miedo, porque mi perra es tan calma
que yo no hago el mínimo esfuerzo al llevarla de la correa. Me generan terror,
porque una vez vi cómo tras el estruendo la correa se escapaba de mis manos y
mi perra corría desbocada lejos de mí.
Recuerdo también a mi querido Scrappy, mi veterano cuando no podía ya ni
con la fe, bajando de repente de la acera al paso de un coche porque en la
calle de enfrente había visto a alguien a quien conocía. Iba atado, pero fue un
milagro que el vehículo no lo pillase porque el largo de la correa hubiera sido
más que suficiente para que se consumara la desgracia.
Vuelvo a ver a mi pequeña Brea, escapando de la huerta cerrada de mi
padre al pie de la carretera con más coches de toda la comarca. Era un día de
playa y puedo visualizarla escabulléndose como la ratina que era para salir a
mi encuentro porque nos había oído pasar por fuera… Tengo más ejemplos, que
gracias a dios puedo contar como la anécdota de un susto.
Entiendo que os queráis sentir seguros pensando que jamás de los jamases
os va a pasar, pero por desgracia en la vida tenerlo absolutamente todo bajo
control es técnicamente imposible.
Si nunca habéis tenido un sobresalto, si nunca habéis estado a punto de
perder a alguien a quien queríais, me da igual que fuera un perro, que un niño,
que un amigo, o un familiar, mi más sincera enhorabuena porque sois unos
privilegiados, pero los mortales, los que nos hemos enfrentado a lo sobrevenido
y hemos tenido el corazón en un puño durante unos segundos/minutos/días de
angustia, los que le hemos visto asomar la patita al lobo por debajo de la
puerta, entendemos el terror que se aprecia bajo la llamada de socorro de quien
está buscando a un animal perdido.
Los reproches si se merecen se pueden lanzar luego, pero lo último que
necesita ese dueño es que tú te sientas superior a costa de su desgracia.
Intentemos ser generosos y trabajar un poco más la empatía, ¿Se perdió un
perro y lo están buscando? ¿Qué tal si solo lo difundimos y cruzamos los dedos
para que aparezca? Luego ya pediremos responsabilidades.
Bytheway: El artículo completo de Verne está aquí:
https://verne.elpais.com/verne/2014/09/29/articulo/1411970154_000194.html
y sobre la culpabilización de las víctimas han publicado otro igual de bueno
que podéis leer aquí: