He de reconocer que a veces me desanimo. No sé si es la crisis la que ha agudizado en mí esa patología pero lo cierto es que está ahí. Agazapado bajo la cama, el desánimo a veces me atrapa. A veces pienso el por qué de todo esto. El para qué sirve luchar en encontrarle casa a doscientos perros si otros doscientos van a llegar en tropel a ocupar su espacio. A veces me planteo para qué vale todo lo que intentamos hacer si debemos de luchar contra unos prejuicios que se tornan insuperables. ¿Cómo convencer al que solo quiere un peluche que se esfuerce en conocer a un juguete roto? A veces me hundo. Y el martes me había levantado así. Pero entonces, como pasa siempre que tocamos fondo, vislumbré una lucecilla al final del túnel: el martes me enteré de que alguien se había fijado en mi querido Roland. Por fin va a tener una casa. La felicidad está hecha de pequeños retazos y el martes fui feliz por los dos, por Roland y por mí. Es embriagadora la sensación que te invad...
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