Aprovechando que mi nuevo ahijado
está ya talludito, vamos a insistir un poco en este tema que tantos prejuicios
genera: Adoptar un perro adulto o ya directamente un perro “entrado en años”…
CUCHI, EN ADOPCIÓN EN www.amigosdelperro.org |
La semana pasada, un compañero de
parque (ya sabéis una de esas personas con las que a fuerza de coincidir todos
los días, mañana, tarde y noche con su respectivo perro, acaba por convertirse
en una especie de camarada de paseos), nos contaba roto de dolor que a su querida
perra le han detectado un cáncer… La pena que se le adivinaba en el rostro no
era más que una parte infinitesimal de la que se le albergaba en el alma.
Por desgracia conozco esa
sensación desgarradora, cuando el veterinario te confirma lo que presientes y
puedes sentir el “crack” que hace tu corazón al romperse… Ese miedo desolador a
que tu perro te abandone antes de lo que pensabas, es un temor que tarde o
temprano nos acecha a todos los dueños. No es menos cierto que todos nosotros
nos negamos a tener presente esa evidencia científica que dice que la esperanza
de vida de tu perro es mucho menor que la tuya, pero la realidad está ahí y no
hay palabra que pueda reconfortarte cuando te alcanza…
Ese pavor, que tenemos a la
separación de nuestros animales, hace que intentemos por todos los medios
relegar el momento de la despedida y es una de las principales razones por las
que solemos decantarnos por los cachorros en el momento de hacernos con un
nuevo miembro de la familia. Lo entiendo, pero no lo comparto. El momento llega
y acoger a un perro o a un gato recién nacido no supone automáticamente
prolongar su vida por 10 o 15 años. Un animal, como una persona puede fallecer
antes de lo previsto, pero mejor no sigo por esta línea argumental que me quedo
sin audiencia…
Decía mi inconsolable compañero
de parque, que su vida se rompía con esa noticia, no solo por el amor que le
profesaba al animal, sino porque su rutina estaba construida en torno a su
perra. ¿Qué voy a hacer por las mañanas? se preguntaba en voz alta… ¿cómo voy a
continuar con mí día a día?, ¿Qué voy a hacer sin ella después de tantos años? No
hay palabra que pueda arroparte en esa encrucijada. Nadie puede hacer nada por
impedir lo inevitable, pero creo que tenemos una perspectiva errónea del motivo
por el que nuestra vida se desmorona.
Nuestra vida no se tambalea
porque haga diez o doce años que ese animal convivía con nosotros, nuestra
rutina se hubiera destruido igualmente aunque solo llevásemos dos o tres. Esto
último lo digo con conocimiento de causa. Tuve a mi primera perra, Brea, durante
dieciséis años, el siguiente, peque Scrapp, apenas me duró tres. Nanda lleva en
casa no hace ni cinco años y mi gata Luna, aterrizó en el salón hace solamente
dos. Si alguien piensa que solo he querido a la primera porque es con la que
más tiempo he pasado, se equivoca de parte a parte.
Dicen los expertos, ya sabes esos
que quieren que dejemos de fumar y hagamos más ejercicio, que 21 días bastan
para construir un hábito. Y nuestras costumbres están hechas de hábitos
forjados en el día a día. En el momento en el que un animal o una persona, se
zambulle en tu vida, no hay forma objetiva de medir su cariño en “plazos”. De
hecho, yo creo que medimos las relaciones en años, no por la profundidad de las
mismas sino por lo que nos sorprende el paso del tiempo. Un comentario habitual
en estas conversaciones suele ser: “madre mía 5/10/15 años ya”. Da lo mismo que
hables de una amistad, de una pareja, de un trabajo o del tiempo que lleva el
periquito en la terraza de tu casa.
Si alguna vez habéis pasado una
ruptura amorosa después de un lapso, no sé, de dos años, sabéis lo que os digo.
Si habéis pasado por ello una segunda o incluso una tercera vez, después de un intervalo
mayor de cinco o seis años, sabéis que el dolor de la separación es
prácticamente exacto en ambos procesos, pasas un luto igual después de dos años
o de cinco.
Con los animales pasa lo mismo.
Los perros y los gatos son invasivos. Ocupan tu casa como un ejército
desplegado y no hay rincón de tu hogar o tu cerebro al que no lleguen. Al
contrario de lo que le ocurre a mi compañero de parque, a mí me cuesta creer que
Nanda no lleve ni siquiera cinco años pegada a mis piernas. Que Luna haya
cumplido solo dos, se me antoja increíble porque el tiempo en realidad se ha
detenido a su vera, a la de ambas. Sé que son finitas, que no puedo evitar su
mortalidad, pero los momentos que atesoro con ellas las convierten en eternas.
CUCHI, EN ADOPCIÓN EN www.amigosdelperro.org |
Cuando empezamos una relación, no
importa que sea laboral o personal, nuestra propia salud mental nos solicita
que no pensemos en el mañana. Carpe Diem, gritan los mismos expertos que te
dicen que comas más fruta y verdura, por desgracia con el mismo éxito que en
sus recomendaciones anteriores.
La vida está conformada por un
90% de incertidumbre y tan solo un 10% de seguridad. No querer enfrentarse a
una separación es lícito, pero no deja de ser un intento de vacunarse contra el
dolor, y el dolor, como la alegría o la nostalgia, son una parte intrínseca de
la vida.
No te dejes llevar por los
prejuicios del tiempo. El cariño, no se mide en años. Una viuda no es menos
viuda por haber perdido a su marido a los treinta años en lugar de a los
cincuenta. Tu perro siempre será tu perro, llenará tu vida igualmente te haya
conocido ahora que hace diez años. Hay cientos de animales esperando su gran
oportunidad. La intensidad de su cariño, compensará con creces la escasez de
horas de su reloj.
Hazme caso, por una vez en la
vida, sé de lo que hablo J