Érase una vez un humano que amó a un perro. Fue el primer amor perruno, ése que marca el modelo y la medida para todos los demás. Cuando el perro murió, el humano dijo «¡Nunca más!». Claro que no vivía solo, había otros humanos, otro perro... Pero estaba clarísimo, en esa casa no iban a entrar más animales.
Y entonces, hace unos días, con un sol que abrasaba las piedras, el humano se iba a casa y se encontró con una tragedia. Los restos de un gato atropellados una y otra vez, y a su lado, una bola oscura que temblaba.
Pasaban coches y humanos en todas direcciones, y se apartaban de la bolita; no querían verla, es más fácil así. Pero algunos humanos carecen de esa facultad, la de no ver lo que no les interesa, y este humano la vio. La vio tal cual era, una bolita despeluchada, delgadísima, todo piel y huesos y costras y pelos a parches, encogida hasta parecer una bolita, junto a su madre muerta.
Por algún milagro la bolita no murió atropellada, pisada, asfixiada por el calor, de hambre o de sed. Estaba allí, y era real, aunque los humanos se las arreglasen muy bien para no verla. La envolvió en una toalla, la llevó a un veterinario de urgencias, y esperó durante días el resultado de las pruebas que dirían si lo que tenía en la piel eran quemaduras, o sarna, o tiña, o... o. Días de angustia, con la bolita viviendo en la bañera (habilitada como suite provisional) para mantenerla separada del perro, haciendo turnos para ir a verla y que no se sintiera sola, tan bebé... Aprendiendo a alimentarla, a cuidarla, a tratar los hongos que resultaron ser lo que tenía en la piel, a jugar con ella.
Días de preguntar a humanos que han vivido con gatos por dudas que iban surgiendo, la sorpresa del primer ronroneo, los primeros juegos gato-perro... la risa de mi humana al oírle decir a ese otro humano que cuando la bolita estuviera bien, habría que buscarle una casa. Porque la bolita ya tiene casa, llegó para quedarse, y la tragedia se ha convertido en un cuento de hadas: la princesita fue rescatada y ahora vive feliz en su palacio.
Los peludos necesitamos más humanos capaces de ver, de entender, de no pasar de largo. Mi humana dice que los humanos también necesitan lo mismo.
Bienvenida a la vida de los peludos mimados, princesita.