Un buen día pensaste que yo sería un perfecto compañero de fatigas, alguien con quien compartir salidas al campo, días de playa, tardes de sofá y manta...Tal como me lo contaste, me pareció que era un buen plan, pasaríamos muchos años juntos, yo te haría feliz y tú me protegerías...
El día que nos vimos por primera vez no lo puedo olvidar, yo era una bola peluda, negra,estaba un poco asustado, me acababa de separar de mi familia y no sabía que me esperaba en un futuro, cómo iba a sobrevivir sin mi madre a mi lado... Vi tu cara, tu sonrisa, unas manos fuertes que me acariciaban y me transmitían tranquilidad... He de confesar que esas primeras caricias me hicieron sentir muy bien, por un momento todos mis temores desaparecieron.
Me llevaste a tu casa, me compraste la mejor cama, un collar con cristalitos brillantes, un abrigo (por cierto, querido imbécil, yo ya llevo un abrigo... mi pelo), un peine que nunca llegaste a usar, comida, champú. ¡Compraste tantas cosas para mí que seguro que se me olvida alguna!
Las primeros días fueron maravillosos, me dejabas compartir tu sofá contigo, cuando comías me dabas trocitos de tu comida, salíamos a pasear a todas horas, me subías al coche y me llevabas sentado a tu lado, juntos compartimos mi primer día de playa, juntos paseamos por la ciudad, orgulloso me presentaste a tus amigos. Nunca me dejabas solo... Era tu compañero.
Pero todo eso un buen día empezó a cambiar, a día de hoy no sé que hice mal, nunca me lo dijiste...
Cada mañana, cuando te ibas a trabajar yo te acompañaba a la puerta del jardín, por las tardes cuando oía el sonido de tu coche te esperaba sentado en la misma puerta, los primeros días te parabas a jugar con el balón que yo te llevaba, esos juegos cada vez se hicieron menos frecuentes; otros días entrabas en casa y me dejabas en la puerta, si tenía las patas mojadas por la lluvia no querías que te mojara el suelo... Fui creciendo y aquella bola de pelo se fue transformando en un perrazo de 30 kgs., ya no había sitio para los dos en el sofá...
Cada vez me dejabas más tiempo solo y me entretenía escarbando en el jardín,a mí me divertía pero a ti querido imbécil maldita gracia que te hacía. Llegó el verano y me empezó a caer el pelo, no dejabas que me acercara, te llenaba la ropa de pelos (querido imbécil si hubieras utilizado el cepillo que me compraste, tu ropa no tendría pelos).
Una noche me pusiste la correa, subimos a tu coche, pero esta vez no me dejaste ir a tu lado, me metiste en el maletero, después de un rato que se me hizo eterno, el coche se paró, abriste el maletero me hiciste bajar y sin mirarme me ataste a una valla, volviste al coche, cerraste la puerta y sin dirigirme una última mirada... te fuiste.
Esperé a que volvieras a recogerme: cada paso, cada voz, cada coche que aparcaba, yo sólo esperaba que aparecieses pero pasaban los días y no volviste... ¡Me habías dejado atado a la puerta de una perrera!
Querido imbécil, aunque no quieras saber de mí he de decirte que me ha ido bien, estoy vivo, tengo una familia que me quiere, que me hace feliz, tengo compañeros peludos para jugar, hago agujeros en su jardín y no les importa, tengo un sofá para mí solo....
Querido imbécil me dejaste abandonado en una perrera... Sólo espero que la vida te devuelva lo mismo, que sepas qué es sentirse abandonado, solo.
Querido Imbécil, un perro no es un juguete. ¡Un Perro no es un regalo de Reyes!
Dogs & Mountains
Nota: este artículo fue publicado inicialmente en Los Mundos De Gunter el 30 de diciembre de 2013.