Las
entidades protectoras de animales van evolucionando con la sociedad, y cada vez
más, se orientan hacia una visión más global, menos centrada en la gestión de
albergues y refugios, en la recogida de animales abandonados, tarea que en
realidad corresponde a los ayuntamientos, que tienen esa función asignada.
Durante
muchos años, las protectoras han asumido la recogida de los animales de
compañía abandonados, bien por dejación de funciones de los ayuntamientos, bien
en colaboración con estos, aportando trabajo, experiencia y dinero hasta que
pasó a considerarse primero normal y
muy pronto una obligación.
Ahora
los vientos están cambiando y cada vez más entidades se retiran de esa primera
línea del frente de batalla.
En
parte, por la creciente conciencia de que el futuro requiere acciones de más
calado, dirigidas a informar y educar a la sociedad en la importancia del
bienestar animal y la lucha contra el maltrato. En parte, porque es como
intentar vaciar el mar con un cubo: por muchos animales que rescates, siguen
apareciendo más y más cada día; y esto no se para haciendo albergues más
grandes ni endureciendo las sanciones, se para educando a los jóvenes y
aplicando las normas y leyes que ya existen, reformándolas donde sea necesario
para hacerlas efectivas. En parte, por el agotamiento de intentar suplir las
carencias voluntarias de una administración que ha descubierto el voluntariado
como fuente de mano de obra gratuita, y pretende sustituir los gastos que
supondría afrontar sus obligaciones con subvenciones y contratos misérrimos que
presentan como generosas dádivas a particulares que se entretienen haciendo su trabajo, tratando de ocultar la realidad,
que esos particulares financian una tarea municipal que ha de asumir y pagar el
ayuntamiento correspondiente, como cualquier otro de los servicios que tiene
asignado. Pura propaganda, pero va colando…
Así,
las entidades protectoras, formadas por personas que voluntariamente entregan
día a día su tiempo, esfuerzo, trabajo y dinero para sacar adelante un
albergue, un refugio o una red de casas de acogida, van llegando al hartazgo.
Ocupadas en el día a día, en las alegrías y las penas de rescatar perros,
gatos, caballos, conejos o lo que se tercie, en verlos sobrevivir y encontrar
una familia, o quedarse en el albergue toda su vida sin conocer un hogar, o
morir pese a todos los esfuerzos, no tienen tiempo para informar al mundo de lo
que hacen, de cuál es la realidad; y a la propaganda de quienes sacan provecho
de su trabajo se van uniendo los que, desconociendo por completo el tema, se
creen lo que les cuentan, y así nos encontramos con gente que ataca a esta o
aquella protectora por no hacerse cargo de tal o cual perro o gato, o por dejar
de gestionar un albergue municipal insostenible económicamente, por no cumplir con su obligación,
perfectamente ignorantes de que tal obligación no existe. Se podría explicar de
muchas maneras, pero nunca mejor de lo que lo ha hecho Nadia:
«No
me extraña que las protectoras se retiren, al ya duró trabajo de pelear con los
abandonos y las escasas aportaciones económicas de los Ayuntamientos, tienen
que soportar ataques diarios de gente que detrás de una pantalla lo ve todo tan
fácil, que es una pena que ellas mismas
no levanten el culo del sofá y se pongan a bregar día a día con un albergue. Lo
importante son los animales señor@s, no nosotros.»
Nos
vamos retirando de la primera línea, sí, pero no deponemos las armas. Muy al
contrario, vamos enfocando como objetivos las causas de tanto abandono y
maltrato, para seguir luchando día a día. Por ellos.
Kamparina