Ayer celebramos nuestro quinto aniversario, mi humana y yo. Cinco años juntos, que han pasado en un vuelo. Desde que llegamos a casa, muertos de calor, directos los dos a la ducha, han cambiado muchas cosas.
Cuando llegué era un peluchón de un año, aspiraba la comida y luego, claro, vomitaba ¡había pasado tanta hambre!; me entusiasmaba por todo, todo era nuevo, pero también me asustaba por todo, estaba siempre nervioso, eléctrico, iba pegado a los pies de mi humana no fuera a desaparecer o algo, y la primera vez que me dijo "¡Troy, no!" me agazapé pegado a la pared escondiendo la cabeza.
Pero poco a poco me fui dando cuenta de que no pasaba nada, que había llegado para quedarme, que aquella era mi casa y los otros perros sólo venían de visita, igual que los humanos, que eran amables conmigo y me hacían mimitos y me decían cosas, muy majos los amigos de mi humana, excepto el de las rastas, que tenía muchísimos perros en su casa y yo creía que se quería quedar conmigo también, así que no dejaba que me cogiera, no, no, ¡ni hablar!
Organicé unos cuantos desastres, destrocé bastantes cosas, pero no porque quisiera hacer travesuras ni maldades, es que no sabía aún qué cosas podía hacer y cuáles no. Fui aprendiendo, y ahora no importa si mi humana deja algo a mi alcance o en el suelo, yo ya sé que no se toca.
Me gustaría que todos mis colegas que siguen esperando un hogar tengan la suerte de encontrar una familia en la que integrarse, donde les expliquen las cosas con paciencia, y les den seguridad y cariño. En realidad, me gustaría que todos los perros del mundo tuvieran humanos que usen cariño y comprensión para tratar con ellos, en lugar de gritos, golpes y abusos. ¡Los peludos necesitamos tan poquito y damos tantísimo a cambio!
Bueno, pues eso, que ya llevamos cinco años juntos, mi humana y yo, tan felices 😃