Me gusta la iniciativa de 20minutos de rebautizar al 28 de Mayo como
el Día del Perro Sin Raza, y sencillamente me encanta su eslogan: Tú eres único, tu perro también.
Y es cierto, nos pasamos
la vida queriendo diferenciarnos, sentirnos especiales, distintos, en
definitiva “únicos” pero sin embargo no siempre queremos que nuestros perros lo
sean. Muchas veces queremos que nuestro perro venga de serie, como los yogures,
como los coches, y desechamos imitaciones. Lo cual, sin menospreciar a todos
los maravillosos ejemplares de raza que conocemos, es un grave error.
Hay miles de motivos por
los que los perros mestizos se merecen una oportunidad como el que más. La
sabiduría popular les atribuye una salud más fuerte que la de sus parientes con
pedigrí, y la selección genética e incluso Darwin, apoyan esta teoría.
A quienes como yo, toda la
vida nos ha hecho compañía un perro chusquero sin más abolengo y genealogía que
la madre que los parió, lo que más nos gusta de los perros sin raza es su
apariencia diferenciada. Ver a tu perro de lejos y saber que es el tuyo y no el
del vecino nos da tranquilidad. Nos gusta. Nos hace sentir tan exclusivos como
si llevásemos bajo el brazo el bolso más caro de la Milla de Oro de Madrid o tuviésemos
en el garaje el último modelo sacado al mercado por Ferrari.
Nuestro perro es diferente
de todos y de ninguno. Tiene un aspecto diferenciador. A lo mejor un pelo de
estropajo o un morro demasiado chato. Quizás su cuerpo es demasiado corto, o
demasiado largo. A veces es más alto y otras más bajo de lo que debería. Tal
vez tiene las orejas demasiado grandes, o demasiado pequeñas, o una para arriba
y otra para abajo, o saliendo de su cabeza como dos grandes antenas
parabólicas. Lo que más nos gusta de nuestro perro es poder distinguirlo a 1
kilómetro de distancia y saber que es el nuestro, solo él.
Y es tan absurdo que
muchas veces su originalidad lo hace a nuestros ojos el perro más guapo del
universo, pero también a veces el más feo. Aún así nos encanta. Nos gusta que nuestro
perro sea tan rompedor estéticamente hablando. Y es que somos totalmente
conscientes de que el gran valor de los perros sin raza, de los pequeños chuchillos
o los enormes mestizos, es que no hay ver dos iguales.
No hay otro como él,
significa en definitiva que tiene el valor intransferible de ser su propia
raza. Porque ¿cuál es el antónimo de exclusivo? Pues común. Por lo que nuestros
compañeros mil razas tienen la peculiaridad de ser únicos en su especie.
Pero dejando al margen la
frivolidad y el aspecto físico de nuestro perro, detengámonos un momento a
pensar lo que significa tener un perro. Un perro es sinónimo de compañía, de
lealtad, de amor incondicional, de amistad desinteresada, de compañero de
fatigas. La apariencia no hace mejor ni peor a nuestro perro. Que el perro sea
mestizo o de raza no implica nada a este respecto, por lo que procuremos no
negar oportunidades porque simplemente no cumplen un determinado canon
estético. Hablamos de discriminación cuando por alguna característica física o
por no cumplir unos criterios determinados, una persona es rechazada, ¿por qué entonces
habría de estar bien repudiar a un animal únicamente porque su linaje no sea
conocido?
¿Por qué pese a que
nosotros podamos defender nuestra autonomía y nuestra personalidad, nuestros
perros deben estar subordinados a un patrón? ¿Por qué nosotros podemos
rebelarnos de las tiranías que en muchos casos otros nos imponen, pero nuestro
perro debe estar sujeto a una serie de estándares de belleza?
Seamos coherentes, no
juzguemos a nada ni a nadie por su alcurnia ni por su estampa.
Resumiendo: Dueños de los
perros sin raza, estamos de enhorabuena, nuestros perros son únicos, no se
volverán a repetir.
Más información sobre el
Día del Perro Sin Raza:
María y Javi