El Gran Arturo Pérez
Reverte ha tenido la generosidad de autorizarnos para reproducir uno de sus estremecedores
textos. Como muchos de vosotros sabréis, el conocido escritor y miembro de la
Real Academia de la Lengua fue además durante muchos años cronista de guerra.
Hace tiempo que dejó su anterior profesión para dedicarse en exclusiva a la Literatura.
Aún así tiene tiempo para colaborar en su personal batalla contra el abandono
animal. Aquí os dejamos la reproducción íntegra de uno de los múltiples artículos
rubricados por el autor con la misma temática:
lunes, 23 de mayo de 2005
El perro estaba suelto en la autovía, solo, desconcertado, esquivando como
podía los coches que pasaban a toda velocidad. Cuando reaccioné, era tarde.
Mientras consideraba el modo de detenerme y sacarlo de allí, lo había dejado
atrás. Estacionar el coche con ese tráfico era imposible, así que no tuve más
remedio que seguir adelante, mirando por el retrovisor, apenado. Algo más lejos
se lo conté a una pareja de motoristas la Guardia Civil: kilómetro tal, perro
cual. El cabo movió la cabeza. Nada que hacer, señor. Ocurre mucho. Además,
aunque vayamos a buscarlo, no se dejará coger. Nos pondrá en peligro a nosotros
y a otros automóviles. Y usted habría hecho mal en detenerse. Además, a estas
horas se habrá ido, o lo habrán atropellado. Mala suerte.
Sin duda el guardia tenía toda la razón del mundo, pero yo seguí camino con
un extraño malestar, las manos en el volante y la imagen del perro entre los
automóviles grabada en la cabeza. Su desconcierto y su miedo. Sintiendo,
además, una intensa cólera. Supongo que mientras los automovilistas
esquivábamos a ese pobre animal de ojos aterrados que no sabía cómo franquear
las vallas y quitamiedos de la carretera, algún miserable regresaba a su casa o
seguía camino de su lugar de vacaciones, satisfecho porque al fin se había
quitado de encima al maldito chucho. No es lo mismo un cachorrillo en Navidad,
en plan papi, papi, queremos un perrito –cuántos perros condenados a la
desgracia por esas palabras–, que uno más en la familia al cabo del tiempo:
veterinario, vacunas, dos paseos diarios, vacaciones, etcétera. Entonces la
solución es quitárselo de encima. Posiblemente así lo decidió el dueño del
perro que estaba en la autovía: una parada en el arcén y ahí te pudras. También
es lo que hizo, tiempo atrás, un canalla en una gasolinera de la nacional IV:
el dueño de una perra color canela a la que no olvidaré en mi vida. Llevo doce
años escribiendo esta página, y no recuerdo si alguna vez hablé aquí de ella.
Ocurrió hace tiempo, pero lo tengo fresco como si hubiera ocurrido ayer. Y aún
me quema la sangre, porque es de esos asuntos a los que me gustaría poner un
nombre y un apellido para ir y romperle a alguien la cara, aunque eso no suene
cívico. Me da igual. Con chuchos de por medio, lo cívico me importa una
puñetera mierda. Ningún ser humano vale lo que valen los sentimientos de un
buen perro.
Les cuento. Mientras repostaba en una gasolinera de la carretera de
Andalucía, una perra color canela se acercó a olisquear mi coche, y después
volvió a tumbarse a la sombra. Le pregunté al encargado por ella, y me contó la
historia. Casi un año antes, un coche con una familia, matrimonio con niños, se
había detenido a echar gasolina. Bajó la perra y se puso a corretear por el
campo. De pronto la familia subió al coche y éste aceleró por la carretera,
dejando a la perra allí. El encargado la vio salir disparada detrás, dando
ladridos pegada al parachoques, y alejarse carretera adelante sin que el
conductor se detuviera a recogerla. Al cabo de una hora la vio regresar,
exhausta, la lengua fuera y las orejas gachas, gimoteando, y quedarse dando
vueltas alrededor de los surtidores de gasolina. De vez en cuando se paraba y
aullaba, muy triste. Al encargado le dio tanta pena que le puso agua, y al rato
le dio algo de comer. Cada vez que un coche se detenía en la gasolinera, la
perra levantaba las orejas y se acercaba a ver si eran sus amos que volvían.
Pero no volvieron nunca.
La perra se quedó
aquí, contaba el encargado. Mis compañeros y yo le fuimos dando agua y comida.
El dueño nos dejó tenerla, porque vigila por las noches. Además, hace compañía.
Es obediente y cariñosa. Al principio la llamábamos Canela, pero a una
compañera se le ocurrió que era como la mujer de la canción de Serrat, y la
llamamos Penélope. El caso es que ahí sigue. ¿Y sabe usted lo más extraño? Cada
vez que llega un coche, la perra se levanta; y en cuanto se para, se asoma
dentro a olisquear. Los perros son listos. Tienen buena memoria y más lealtad
que las personas. Fíjese que nosotros la tratamos bien, no le falta de nada y
hasta collar antiparásitos lleva. Pero ella sigue pendiente de la carretera.
Los perros piensan, oiga. Casi como las personas. Y ésta piensa que sus amos
vendrán a buscarla. Cada vez que llega un coche, se acerca a ver si son ellos.
Sigue creyendo que volverán. Por eso lleva tanto tiempo sin moverse de aquí.
Esperándolos.
La perra color canela
Arturo Pérez-Reverte
XLSemanal, 25.05.2005
Podéis consultar todos sus artículos en el siguiente
enlace:
Agradecerle personalmente tanto
al señor Pérez-Reverte su generosidad al dejarnos utilizar su trabajo así como
a su asistente por la amabilidad en sus gestiones. Ambos han sido en todo
momento muy gentiles y han atendido nuestra solicitud con gran rapidez.
Nos honra que nos haya
permitido reproducir su texto y esperamos que el apoyo de una autoridad moral e
intelectual de la talla del Señor Pérez Reverte contribuya a desterrar el
cliché que nos desacredita como “locos de los animales”
Muchas gracias por todo.
La Fundación Amigos del Perro se suma al agradecimiento a D.
Arturo Pérez-Reverte y a su asistente, extendiéndolo a María y Javi, que cada
semana nos conmueven desde Yes We Can.