Hoy quiero hablar de algo que sin
pertenecerme tampoco me es ajeno. Hoy me voy a meter en camisa de once varas.
Me comentaba hace meses una amiga
que tras haber perdido a su perro y solicitar la colaboración ciudadana en su
recuperación se había sentido doblemente mal: por un lado por la pérdida del
animal (que gracias a dios pudo recuperar en breve espacio de tiempo) y por
otro por los mensajes recibidos mientras lo buscaban. Estos mensajes lejos de
apoyarla y darle ánimo, pasaban rápido al insulto y a una resuelta definición
de “maltratador”. El motivo de los agravios se basaba en que el perro aparecía
atado en la foto.
Esta semana recibo un email en el
que me encuentro una situación parecida pero a la inversa. Una persona que
necesita ayuda para darle una muerte honrada a su perro es vilipendiada porque
por un descuido el animal que estaba suelto sufrió un accidente. A este hombre
lo hunden a base de comentarios porque es
un irresponsable, porque no ha sabido
cuidar del animal a su cargo y un “bonito” y largo etcétera.
La conclusión a la que llego es
que no existe una fórmula mágica que nos exima de estas críticas maledicentes.
Las redes sociales e internet son
una herramienta maravillosa en muchos aspectos pero como todo tiene una cara
oscura y amarga. Desde estas tribunas nos erigimos jueces absolutistas. Conocedores
supremos del bien y del mal y repartimos juicios de valor a diestro y siniestro
sin importarnos quién se esconde detrás de una fotografía o una historia.
No nos detenemos a desarrollar un
mínimo de empatía, sino que damos rienda suelta al inquisidor que llevamos
dentro y desde una posición privilegiada a caballo entre el anonimato y la
psicología de masas, arremetemos contra el que se nos ponga por delante aunque
nos esté pidiendo ayuda.
Nuestra reacción suele ser como
la del César en el Circo Romano, rara vez respondemos con clemencia y
habitualmente arrojamos los restos del “perdedor” a los leones.
Es una forma gratuita de hacer
daño. Y realmente no sé muy bien a qué responde, porque la mayor parte de esos opinadores no reaccionarían así en
persona. En el tú a tú, probablemente se detendrían a escuchar la historia
completa, la otra parte y probablemente comprenderían los motivos del que está
al otro lado buscando su comprensión.
Supongo que la externalización de
las relaciones a través de estas nuevas vías de entendimiento tiene ese
hándicap, que las deshumaniza, que nos priva del calor de las relaciones
personales, del entendimiento de la empatía. Pero no creo que sea el único
motivo. El otro, la otra vuelta de tuerca está en la humanización de los
animales. Me viene a la cabeza un trozo visto en la televisión hace mil años…
En uno de esos primeros reportajes de Callejeros que te ponían durante media
hora en la piel de un indigente, un drogadicto, un pobre de solemnidad y más a
menudo de lo que se quisiera, de las tres cosas al mismo tiempo. En uno de
ellos, hace tiempo se me quedó grabada a fuego una imagen: un hombre que pedía
en una calle de Madrid, se quejaba de la invisibilidad que suponía estar
viviendo su vida. Para ejemplificarlo frente al reportero se tiraba en medio de
la calle fingiendo necesitar ayuda y se dejaba yacer como si estuviese muerto.
Nadie se paraba siquiera a mirarlo. Ágiles los pies, lo esquivaban fingiendo
una perfecta indiferencia. Cinco minutos más tarde una mujer se paraba a
hacerle cucamonas al fiel ratonerillo que le acompañaba. En ese momento el
hombre se levantaba y le decía al cámara, ¿lo
ves? Es más importante el perro que yo… Y ciertamente así lo era, o al
menos así parecía serlo.
Y soy consciente de cuál es el
argumento original, que ciertamente el animal es una víctima inocente de la
suerte a la que pueda someterlo su dueño. Lo sé y es cierto, pero la poca
generosidad que demostramos a veces para con los humanos choca con la
magnificencia con la que nos volvemos hacia los animales. Muchas veces, el
bienestar del animal va a depender del de su dueño. Al igual que hace años la
administración se dio cuenta que para ayudar al hijo era necesario echarle una
mano al padre, tenemos que empezar a comprender que en muchas ocasiones flaco
favor le hacemos al perro si condenamos al humano. Que cuando alguien pide
ayuda lo lógico es tenderle la mano y no pisársela. Que hay ciertos comentarios
que lanzados al aire resultan pedradas en el ánimo del que necesita
comprensión.
En definitiva, que bien está la
humanización que supone empatizar con el animal, pero que de poco sirve si para
ello deshumanizamos, valga la redundancia, al humano.
Empatía sí, pero para los dos.