Ética
ético1, ca.
(Del lat. ethĭcus, y
este del gr. ἠθικός).
(Real Academia Española)
Es un concepto curioso
este de la ética. Como los chicles, la moral es capaz de estirarse hasta
tocarse la punta de los pies, y puede envolver a quien lo desee con solo
enarbolarla como una bandera. Es además, por lo que parece, un concepto
personal e intransferible. Y a menudo chocan entre sí distintas éticas, creando
batallas campales que se resuelven arbitrariamente con un simple “pues en mi
casa jugábamos así”…
En mis tiempos la
dábamos en el instituto como una asignatura independiente de la filosofía. No
recuerdo si era obligatoria u optativa, pero viendo lo visto, comienzo a
decantarme por la segunda opción…
Pero entremos en
faena, que me disperso. En los últimos dos meses me he tenido que tropezar de
frente con dos casos de perros extraviados que habiendo sido encontrados por un
tercero no fueron devueltos a sus legítimos dueños aún sabiendo que éstos los
estaban buscando…
Ni siquiera soy capaz
de poner palabras a mis pensamientos porque sinceramente este tipo de conductas
me dejan estupefacta.
Este tipo de
individuos que de forma totalmente consciente deciden apropiarse de algo que no
les pertenece, en lenguaje jurídico y cuando se trata de objetos tiene un
nombre, pero cuando se trata de un animal, de qué hablamos, de ¿secuestro?
No, porque los perros
o los gatos no entienden de propiedades, solo de agradecimiento y de desamparo.
Ellos no están retenidos, la mayor parte de las veces, en contra de su
voluntad, pero ¿qué clase de persona es el sujeto que se queda con el perro o
gato de otro?
Para mi desdicha el
código penal tipifica este delito como “hurto” o “robo” aunque no estoy de
acuerdo en la cosificación de considerar a nuestros animales objetos. Desgraciadamente
con la ley en la mano, no puedo tildar a este tipo de indeseables como
“secuestrador”, pero realmente y a falta de mejor término en el diccionario
jurídico, me voy a quedar con él.
Todos tenemos en mente
el concepto de robo de perros. En muchos casos, casi forma parte de un
imaginario colectivo más vinculado a la leyenda urbana que a la realidad, pero
ahí está, en forma de neblina en nuestro subconsciente: robo de perros para
peleas, para cría ilegal, para la industria… Y nos aterra esa posibilidad. La
de que algún delincuente con toda la saña de la que es capaz nos prive de la compañía
de nuestro mejor amigo.
Sin embargo no solemos
tener presente esta otra figura, la del “raptor” aleatorio. Ese tipo, o tipa,
no hagamos distinción de géneros, que en un momento dado decide que le gusta
nuestro perro y se lo queda. Estos sujetos que con premeditación, alevosía,
nocturnidad y una ausencia total de ética resuelven que a partir de ese momento
van a tener una nueva “mascota”.
Así a bote pronto,
pienso, es imposible que esa persona haya tenido previamente un perro o un
gato. No es posible, continúo pensando para mí, porque de ser así, ningún ser
humano es capaz de hacer pasar a otro por ese tormento conscientemente. O sí…
Y aquí es donde al
menos mi ética se tambalea. Ante la idea de moral o de “propiedad” de alguien,
que ha decidido meterse a indeseable ocasional, y que no tiene en cuenta el
dolor que le está causando a un tercero. La persona que busca a su perro no le
ha hecho nada, solo ha tenido la mala suerte de cruzarse en su camino, y el
otro, ese ser, se limita a quedarse
ahí. Impasible ante las súplicas de quien se desespera por saber si su mejor
amigo sigue vivo, si está solo o malherido sufriendo un abandono involuntario.
Ese ser, teóricamente racional, le está haciendo pasar un suplicio a otra
persona. No tiene en cuenta la desesperación del otro, su desolación, la
ausencia de sueño o apetito, la tristeza infinita de quien ha perdido un amigo.
Porque mientras el secuestrador está jugando a tener
perro, el verdadero dueño se consume por saber dónde o cómo está. A veces, solo
quiere saber lo que le ha ocurrido. Esa persona puede llevar meses
atormentándose pensando si quizás podría haber evitado lo ocurrido. Si hay algo
en el pasado, un movimiento en falso, cuya desaparición le haría seguir
disfrutando de ese amigo.
Este individuo, el
sufriente, ha puesto todo de su mano para recuperar a su compañero, pero no
porque sea suyo, sino porque forma parte de su vida, porque lo echa de menos y
lo quiere.
Y mientras tanto un
desgraciado, alguien, más cerca que lejos, continúa con su vida tras haberse
encaprichado de un tamaño o una raza...
Lo peor, a mi modo de
ver, es que los dueños, los legítimos, están dispuestos a renunciar a él. Se
consuelan sabiendo que están bien, que no les ha pasado nada, que alguien cuida
de ellos.
Me viene a la cabeza mientras
escribo esto el juicio del rey Salomón. Ya sabéis, la pugna entre dos mujeres
por el mismo hijo y el veredicto del sabio pidiendo partir en dos al bebé. La
que renunciaba era su madre, y como en estos casos, el que está dispuesto a
renunciar es el dueño y quien realmente lo quiere.
Queridos todos,
cuidaos de estos individuos tan egoístas y mezquinos, ya que ellos no serán capaces
de entender el vínculo de amor incondicional que se crea entre un perro y su
amo.
Y si alguna vez, dios
no lo quiera, perdéis a vuestros animales, recordad: id a poner una denuncia.
Con la ley en la mano, será la forma de poder recuperar a vuestros amigos.
¡Suerte!