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MITOS: PERROS QUE CAZAN CARTEROS

APUNTES DE PSICOPERROLOGÍA

La guerra perros-carteros es un clásico. Todos sabemos que los perros no soportan a los carteros y les atacan a la menor oportunidad. Está en en el cine, en la literatura (véase Pratchett y su Going Postal), y en la vida diaria de los carteros rurales.

Es una de tantas cosas que todos sabemos de los perros... y una de tantas cosas de las que desconocemos el motivo.



“Es que les tienen manía”, “No les gustan”, etc. Sí, pero ¿por qué? Es más simple de lo que parece, y no afecta solo a los carteros. Para desentrañarlo se requiere una línea de pensamiento lateral que nos acerque al esquema mental de nuestros amigos peludos... o tener suerte y descubrirlo por casualidad, que es mi caso.

Érase una vez un perro. Se llamaba Willy y vivía con su familia en un piso de un pueblo del norte. Por entonces aún se cocinaba con gas butano, y el reparto lo hacían dos hombres, padre e hijo. Si se encontraba con el hijo en la calle, Willy corría a saludarle sacudiendo el rabo con grandes muestras de alegría. Si se encontraba con el padre, corría... con los dientes listos y el gruñido amenazador; ponía en fuga al hombre, que solía refugiarse en su camión o en el portal más cercano.

Tras mucho pensar, y con la seguridad de que ninguno de los repartidores había tenido oportunidad de hacerle nada (ni malo ni bueno) a Willy, buscamos diferencias en su comportamiento habitual. Y las encontramos: el hijo era joven y fuerte, y entraba en casa con la bombona al hombro hasta dejarla dentro de la terraza de la cocina; el padre, mayor y más cansado, la dejaba siempre en el felpudo de la puerta.

Supongo que ya anticipáis la hipótesis que fue tomando forma... el mayor llamaba a la puerta, pero nunca se le permitía la entrada: era un visitante indeseado, al que se despachaba de inmediato; por tanto, alguien a quien ahuyentar, persona non grata. El más joven, en cambio, entraba en casa con el beneplácito de los propietarios, por tanto era un amigo al que saludar con alegría.

Faltaba comprobar la teoría, y lo hicimos: se indicó al padre que entrase en casa, y se le invitó a sentarse a la mesa de la cocina y tomar un café, bajo la atenta mirada de Willy, a buen recaudo en la terraza. Bastó repetirlo un par de veces para que cesara la persecución quot erat demonstrandum.

Más allá de la anécdota, lo importante es comprender que el comportamiento de nuestros perros obedece a razones y motivos que no siempre entendemos. Hay que ponerse en su lugar para ver la línea de pensamiento, y recordar que su esquema mental es muy diferente al nuestro. Cuando intentamos enseñarles algo y conseguimos el efecto contrario, muy probablemente sea culpa nuestra, por no comprender realmente cómo piensa nuestro perro.

¡Medítalo!


Nota: Ilustración de la campaña publicitaria “Lecciones de adiestramiento canino” de Royal Canin.


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