Estoy prácticamente segura de que
su nombre no lleva la tilde rotunda en la “a” sino que acentúa la “o”, pero no
creo que a nadie le moleste esta licencia poética que yo me tomo con mi nuevo
ahijado.
Hace tan solo un par de semanas
que nos conocemos pese a que mi nuevo chico
es todo un veterano en Langreo. Román es en esencia todo un perrillo chusquero.
Un animal de varias mezclas en el que apenas se atisba un claro ascendente.
Román es como un ratonerillo que hubiese crecido más de la cuenta. Román tiene
casi nueve años de vida, que a excepción de unos pocos meses ha pasado a tiempo
completo en el albergue. No tiene un aspecto señorial, no es un perro grande,
ni pequeño, no tiene una característica significativa que lo haga destacar
entre sus compañeros de jaula. Es un perrillo negro, atamañado que no supera
los 15 kilos de peso. Con un rabo corto, como un muñón que menea alegremente
cuando está contento o cuando pega la nariz al suelo siguiendo un rastro como
un sabueso. Tiene Román una pequeña mancha blanca en la pechera, como si
llevase una camisa blanca que asomase bajo un traje. Y las patas y las cejas
pintadas de marrón como si alguien se hubiese tomado la molestia de decorarlo
armónicamente con un pincel. Tiene unas orejas a medio camino entre el corto y
el largo, con ese tipo de morfología que le da expresión a sus sentimientos:
hacia atrás cuando tiene miedo, hacia delante cuando presta atención, pegadas a
la cabeza cuando agradece una caricia. Sus orejas junto con sus preciosos ojos
color ámbar te comunican a cada instante lo que no puede decirte con palabras.
La historia de Román, es la de
tantos otros: una camada demasiado grande en la que siempre acaba “sobrando”
uno… Un cachorrillo mestizo, de tamaño mediano, que ve como su oportunidad de
ser adoptado se va evaporando con el paso de los años. Cada vez que Román
crecía un palmo, disminuían las posibilidades de encontrar un hogar. Y ahora
Román tiene casi nueve años y apenas ha salido del albergue. Una vez, alguien
que se apiadó de él fue a buscarlo, sin embargo, pese a sus buenas intenciones,
no era esa la familia para la que él estaba predestinado. No tiene Román buena
suerte, por eso tenemos entre todos que intentar cambiarla. A raíz de esa experiencia,
ni buena ni mala, solo experiencia, los trabajadores de Langreo decidieron que
Román necesita conocer a alguien que sepa su historia, que entienda que no
puede en dos días demostrar el maravilloso perro que va a ser en dos meses
cuando pierda su miedo y conozca su lugar.
Román, no os equivoquéis, no es
un perro agresivo, es tan solo un perro esquivo y asustadizo que no entiende
qué es lo que se espera de él una vez que sale del albergue. Román no sabe que
hay acera y carretera, camina sin rumbo porque no sabe a dónde va. Pero yo os
digo: eso cambiará. Román no entiende que los humanos hacemos ruido y nos
entremezclamos entre nosotros, que cambiamos de rumbo y nos tropezamos y sobre
todo que nos cruzamos. Pero yo insisto: eso desaparecerá. Román no comprende
cómo se mueven los coches o las bicicletas, no sabe que hay garajes,
carricoches y carritos de la compra. Pero os lo aseguro: eso lo aprenderá.
Román solo necesita un poco de paciencia y toneladas de cariño. Necesita que le
guíen y le enseñen en este nuevo mundo que es para él la ciudad, no puede
hacerlo solo, pero para eso trabajan todos los días los voluntarios. Yo voy a
poner mi granito de arena, para que cuando llegue su momento Román esté listo y
salte al maletero de quien lo venga a buscar.
Yo
te voy a llevar de bares Román, como hacen los amigos, para que entiendas que
tumbarse en la acera a ver pasar la vida tiene su premio. Yo te daré un trozo
de salchicha cada vez que como el otro día, aprendas a relajarte. Yo te voy a obligar
a enfrentarte a todo eso que te da miedo. Y vas a tener que subirte al coche
cada vez que nos veamos, hasta que pases de tener terror a relacionarlo con
algo bueno. Y pasarán cientos de humanos, y se nos va a acercar otra vez el
camarero, pero dentro de un mes Román querido, ya no le tendrás miedo, ya
sabrás que eso que lleva en los brazos no es un arma arrojadiza sino ese pincho
de tortilla que la última vez no te atreviste a comer. No te preocupes Román,
vamos a tener paciencia. Vas a pasarlo mal al principio, pero verás que cuando
te dejes llevar todo será distinto, y lo vas a disfrutar.
Además
querido, te lo dije la primera vez que te vi, no eres un “caso perdido”
compadre, porque de “eso” nosotros no usamos. Tú no huyes de la persona con la
que estás, sino que cuando te asustas vas a buscarla porque en ese momento el
que lleva la correa es tu refugio. Y eso compañero es llevar media batalla
ganada, porque no hay que convencerte de que puedes confiar en la gente. Eso ya
lo sabes, tú venías el primer día hacia a mí cuando había un ruido que te sobresaltaba
o cuando sentías que un desconocido se cernía sobre ti. Y nos dabas con la pata
pidiendo auxilio, diciendo que querías irte. Cuando algo te superaba te subías
a dos patas, metiéndote por mí, escondido en mi regazo como si nunca hubieses
dejado de ser el cachorrillo de hace nueve años.
Román
querido, solo tienes que confiar en ti. Acostumbrarte a los ruidos y vencer tu
miedo. Y eso amigo, es tener medio camino hecho.
Hace poco tiempo que conozco a
Román, y llevo varios días dándole vueltas a cómo podría escribir yo esta
entrada. Sé que no será fácil encontrarle una casa, que juega con la gran
desventaja de su edad, pero no podemos tirar la toalla antes de empezar el
partido. Por eso creo que voy a utilizarlo de conejillo de indias, que lo mejor
que puedo hacer por él no es intentar hacerlo más atractivo como si fuese un
producto que debo sacar al mercado, sino que sencillamente presentándolo y
haciéndoos partícipes de sus avances podremos encontrar a alguien que descubra
que lleva esperándolo mucho tiempo, quizás las nueve primaveras que ha tenido
que pasar en el albergue. A veces, cuando comentamos que somos una casa de
acogida (aunque atípica) y que trabajamos en la socialización de los perros de
Pajomal, la gente no entiende qué es exactamente lo que hacemos, ni cuál es la
luz que visualizamos al final del túnel. Supongo que la mitad de las veces al
que escucha le suena nuestro discurso a
un dialecto del arameo. Por eso lo más sencillo es ir por pasos, hacer una
especie de tutorial en el que Román, será la cabeza visible que lo
ejemplifique.
Éste, es en definitiva Román. Os
invito a todos a ir conociéndolo.