La entrenadora canina Miriam
Sainz vuelve con nosotros para hablar sobre maltrato y adiestramiento.
Recordaréis su artículo anterior, en que nos aconsejaba ante la llegada de un
nuevo perro a casa. Podéis leer más sobre ella y su trabajo en su página web Siente a tu perro.
Con frecuencia la gente
confunde enseñar con aplicar técnicas coercitivas a los perros. Demasiadas
técnicas dañinas para el animal que podemos ver en la televisión y que por
supuesto están en boca de todo el mundo cuando vamos a un parque, e incluso
cuando nos topamos con gente que ni siquiera tiene perros.
Está comúnmente aceptado
que a los perros hay que enseñarles con el adiestramiento tradicional, y ante
la menor duda, lo más “sensato” es que se nos escape la mano, y, si la
situación lo requiere, con algo más de brío que de costumbre.
Continuamente se confunde
la forma de educar a las personas con la forma de educar a los perros, pero sin
embargo, aunque nos parece una aberración imponer nuestras ideas por la fuerza
con otras personas o pegarnos entre nosotros o a los niños cuando las cosas no
las hacen como se pretende, no extrapolamos tan bien este concepto a la hora de
poder pegar, chillar, asustar o maltratar a un perro. ¿Por qué? Pues porque “es
lo que hay que hacer” o simplemente por el desconocimiento o la impunidad que
existe cuando estas atrocidades ocurren.
La enseñanza del palo se
extinguió de nuestra sociedad (al menos oficialmente) hace muchos años, y
profesores, padres y educadores en general, tuvieron que hacer un esfuerzo
importante por establecer unas pautas de comportamiento que conllevaran una
actuación alejada de la violencia. Este esfuerzo no se quiere realizar con los
perros, con los animales en general, y se toma una vía rápida para salvar el momento
(un ladrido, un gruñido, una pelea, un ejercicio que no se realiza bien…) sin
pensar en las consecuencias para el perro.
La
violencia no educa
Pero esto no ocurre solo a
nivel particular. Los profesionales que trabajan con perros también realizan
atrocidades, y no pocas. Quienes deberían proteger más y cuidar mejor a los
perros con los que trabajan, con frecuencia recurren a “lo que funciona” sin
tomarse la molestia de pensar más allá. Y lo que funciona es temporal e
inexacto, pero salva determinadas situaciones y, si al cabo de unos meses el
perro no da para más, entonces deja de servir y es sustituido.
En casa no podemos
sustituir así de fácilmente un perro, principalmente porque no es un animal de
trabajo y es una mascota, una parte de nuestra familia o un amigo. Y por ello
cantidad de gente se aventura a educar por la fuerza comportamientos que se les
van de las manos, en lugar de pararse a pensar por un momento lo que están
haciendo y las necesidades del can con el que están ejerciendo esas acciones.
Un perro con miedo no es
un perro educado, es un perro aterrado. Y esto significa que cuando tenga otra
salida, su comportamiento no será fiable. Cuando es el miedo el que gobierna
las acciones de un perro no podemos exigir que piense, que decida cuál es el
comportamiento que debe tomar, sino simplemente que actúe para salvaguardar su
integridad física. Y no hace falta maltratar hasta la extenuación a un perro
para considerar que está siendo maltratado, no. Cualquier comunicación que
hagamos con un perro basada en la fuerza o en la posibilidad de ejercerla para
que el animal haga lo que le pedimos, es ya maltrato, que como ocurre con las
personas, puede ser psicológico también.
El adiestramiento debe ser
una vía para enseñar al perro a comportarse, a hacer trucos, a trabajar con o
para nosotros… pero no se justifica ninguna necesidad con el hecho de hacerle
daño. Y si alguna vez tienes dudas, imagínate que es una persona. ¿Acaso por
ser diferentes especies tienen menor derecho a que les tratemos con respeto?
Miriam Sainz