Allá por julio, hace media vida,
saltó a los periódicos de medio mundo el asesinato, con premeditación, alevosía
y nocturnidad, de un león en Zimbabue. Se llamaba Cecil, y era la estrella de
la reserva de Hwange y el animal más conocido del país.
Recupero esta noticia ahora,
meses más tarde, porque me resulta más sencillo escribir sobre un tema cuando
ha pasado un tiempo y me ha dado tiempo a mascullar y digerir mis propios
pensamientos. Si escribo en caliente, se me va la fuerza por la boca y la
sangre que me palpita en las sienes me obliga a redactar exabruptos de cuyas
formas luego me arrepiento. Pero volvamos a Cecil.
La noticia que durante semanas
colapsó los noticieros de medio mundo, se centraba en que el coste de una especie
en extinción, estaba tasado en 50.000€… 50.000€, ¿os dais cuenta?, es más fácil
que ahorréis para exterminar a un león, que para pagaros un piso de protección
oficial… Esta es la lógica que impera en el mundo. Lo escribo tal cual, porque
es lo primero que me vino a la mente cuando me tropecé con el primer titular en
la prensa. Apenas persisten 22.000 leones en el mundo, y por “solo” 50.000€
puedes darle caza al rey de la selva. Esto da una idea también de cuál es el
problema. Y el problema, amigos, es la mentalidad. La creencia de que el ser
humano es el dueño y señor de todo el planeta, y por otra parte, un amo muy
injusto, torpe y dañino que es incapaz de no tirar piedras contra su propio
tejado.
La reacción del cazador al
descubrirse “cazado” evidencia perfectamente esta situación. Cuando el
perpetrador, un americano de profesión liberal y situación económica
desahogada, se vio sorprendido por la avalancha de críticas originadas por su
proeza cinegética, apenas pudo balbucear unas disculpas. El interfecto, según
recogían los periódicos, se mostraba estupefacto ante la reacción popular y entonaba
un tibio “mea culpa”, amparándose en que desconocía “la identidad del animal”.
Pero no se trataba de eso. Sin
entrar en lo rastrero de los métodos utilizados, colocándole un cebo que lo
atrajese fuera de la reserva en la que se encontraba, el hecho de que Cecil
estuviese dentro de un programa de conservación, favoreció que la caza furtiva
quedase en evidencia, pero no hace que el hecho en sí sea mejor o peor. Nos hubiese
dado lo mismo que el león no tuviese nombre, o no estuviese monitorizado. Lo
horrible de la noticia es considerar que todo tiene un precio, que todo se
puede conseguir. No estoy hablando de la igualdad de derechos entre hombres y
animales, sino simplemente de un proceso de cosificación del medio. Una forma
de entender lo que nos rodea como algo que es enteramente nuestro y sobre el
que tenemos derecho de pernada. Tampoco quiero entrar en el debate sobre el
desarrollo económico asociado a los safaris o las batidas de caza. Solamente
estoy hablando de un concepto de posesión.
Lo que nos rodea no es nuestro, o al menos no
todo. Las ciudades, o los países, son bienes colectivos, y todo lo que los
contiene también lo es. Solo tenemos derecho de usufructo, y tenemos la
obligación de conservarlo en el mejor estado posible, como si hubiésemos
firmado un contrato de alquiler. Una vez asumido este concepto es más sencillo
comprender que uno no destroza el entorno en el que vive. Aquí sirve el viejo
ejemplo que utilizaban los maestros en la escuela cuando te veían arrojar algo
al suelo: ¿en tu casa tiras la basura al piso? Y cabe entender que cuando
comprendamos que lo que nos rodea no es nuestro ni está a nuestro servicio,
sino que tenemos el privilegio de poder beneficiarnos de ello, las cosas
empezarán a cambiar.
Tenemos la obligación de mantener
un equilibrio entre especies, de conservarlas para el futuro, no puede ser que
el mísero pago de 50.000€ te permita abatir un animal en peligro de extinción.
La cuestión, bajo mi punto de vista, está ahí. No puedes pagar 50.000€ para
matar un león, porque el león no es tuyo, y desde luego no es del tipo al que
se los has pagado para asesinarlo. La mentalidad y la concienciación, están evolucionando
por fortuna, aunque estos procesos lleven su propio ritmo. Confiemos pues, en
que el tiempo, ponga las cosas en su sitio, pero cruzad los dedos, para que
entonces, no sea demasiado tarde.