Eres un ciudadano respetable, tú. Tienes tus derechos, además, y los conoces bastante mejor que tus obligaciones.
Y ahí está tu perro, atado en sus cuatro metros cuadrados de tierra, con su cerca alrededor, no vaya alguien a pisar tu propiedad. Atado día y noche. Atado ayer y refugiado en esa caseta de madera en la que no cabe entero, aterrorizado por la tormenta, los truenos, la lluvia y el granizo. Atado esta noche, a dos grados bajo cero, con las patas fuera de la caseta, o la cabeza, lo que más le guste, que para eso es libre de hacer lo que más le apetezca.
Atado en sus cuatro metros cuadrados, rodeado de sus propios excrementos, que no limpias porque son biodegradables, ya desaparecerán. Bebiendo el agua verde de ese cubo de plástico que no has limpiado jamás y que, supongo, se rellena con la lluvia.
Pero tú tienes tus derechos, y tu perro cumple con la ley: la cadena que le cuelga del cuello mide 2 metros, tiene una caseta que total, es para un perro; tiene agua y casi todos los días vas allí, y le llevas una bolsa con las sobras de comida que le tiras en ese cacharro metálico oxidado que tampoco has fregado jamás, ni piensas, total, al perro lo que le interesa es comer, no la vajilla.
Y una vez al año, lo vacunas y todo, que tu perro tiene hasta chip, no se vaya a creer la gente que descuidas tus propiedades y su marcaje. Incluso a veces le cambias la cadena por una correa y lo llevas a dar un paseo, y esperas el pláceme del mundo. Hasta hay quien dice que una vez lo cepillaste... difícil de creer, eso sí, viendo el polvo y la mugre que el pobre tiene encima. Pero no es culpa tuya que el perro no sea autolimpiable, como los hornos.
Tú haces todo lo que tienes que hacer, lo que la ley te exige. Tiene comida, agua, refugio, vacuna obligatoria y microchip. Y nadie puede hacer nada, porque tú tienes tus derechos, y es tu propiedad. Y total, solo es un perro.
Con la vara que midas, serás medido. Al menos, eso espero.
Kamparina
Nieve y niebla, fotografía de Samuel Moreno |