Ya tienes a tu perro, gato, hurón, o lo que sea... sabes en qué te metes, comprendes perfectamente cuáles son las condiciones y aceptas el compromiso y la responsabilidad. Lo preparaste todo para su llegada, incluido un ajuar completísimo, del que regalarás la mayor parte antes de un mes, porque no lo usas, no es el tamaño correcto, no es práctico, etc. Y ahora empieza el miedo. Sí, sí, el miedo. Miedo a no ser capaz de alimentarle como es debido, a no reconocer a tiempo los síntomas de alguna enfermedad fulminante, a los accidentes, a no comprender lo que quiere, miedo y miedos variados. Miedos lógicos, en principio: que se rompa la correa y salga corriendo despepitado y lo atropelle un coche, que la comida le siente mal y vomite y... ¿y si es grave? ¿cuándo puedo correr al veterinario sin parecer una histérica? y muy pronto, miedos menos lógicos que se retroalimentan, se disparan, se expanden y ocupan el mundo entero. Se ha rascado la oreja dos veces, ¿tendrá un...
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