Hace un par de días me encontré con mi vecina Kiara, y su
humana le comentaba a la mía que le hace mucha gracia que Kiara mastique una
pipa pelada minúscula con todo su afán, y sin embargo trague las lonchas de jamón
York enteras y sin respirar.
En realidad, es un comportamiento bastante extendido, y
tiene una explicación: se trata de una modificación de las características de
la especie para adaptarse al medio y a las nuevas circunstancias. O sea, la
evolución por adaptación y selección natural, que se manifiesta de muy diversas
maneras.
En este caso la especie canina ha desarrollado la capacidad
de engullir con medio lengüetazo una loncha de jamón de York o símil, sin
parpadear, sin masticar y sin perder tiempo, no sea que la siguiente loncha te
pille con la boca ocupada y pierdas una oportunidad (¡y una loncha de jamón!).
Esta habilidad para zampar jamón es independiente del tamaño de la loncha, y
del tamaño del perro, y por supuesto, es extrapolable al fiambre de pavo o de
pollo.
Es también muy conocida la modificación adaptativa
consistente en la conexión entre el encéfalo canino y la luz de la nevera, pero hay otros cambios importantes, como la
reacción inmediata al ruido del plástico de uso alimentario, que incluye la diferenciación
automática entre diversos tipos de plástico: puedes abrir quince paquetes de
papel higiénico sin que se me mueva ni un pelo de la oreja, pero con solo poner
un dedo en el plástico del jamón de York me materializaré entre tus pies, mucho
antes de que abras el envase.