Ayer, cuando volvía a casa después de un día de trabajo excepcionalmente largo, cansada y de un humor algo tenebroso, me crucé con unos vecinos y su perro, un bóxer con cara de malas pulgas, que llevaba en la boca una botella grande de agua. Me la ofreció muy serio y formal, y yo le di a cambio un palito de esos que les encantan a casi todos los perros, tras rebuscar un rato por los bolsillos. Después, con la misma formalidad, le devolví su botella y se fue sonriendo feliz... y yo también. Y sí, suelo llevar chuches para perros por los bolsillos. Y rollos de bolsas de plástico. Está claro que tengo perro, ¿verdad?
Pero a lo que íbamos. El intercambio botella-chuche me recordó la historia de Wilson, participante en el concurso de fotos «Ángeles Peludos» de hace dos años. Wilson recibió el premio a la foto más tierna, que sin duda lo era, pero también por su historia:
«Wilson es un perrito macho que al vernos en la protectora se apresuró a traernos una vieja pelota, pero no para que se la lanzásemos; lo que nos pidió a cambio de ella fueron mimos y en cuanto se los dimos ya no se despegó de nosotros. Recuerdo que pensé: “te vas a venir a casa y no vas a necesitar sobornar a la gente para conseguir mimos nunca más” y así fue. Tiene 7 años y ya lleva 5 en la familia, recibiendo casi tanto cariño como el que él nos da, y alegrándonos la vida desde el primer día.»
Wilson, premio a la foto más tierna en la I Edición de «Ángeles Peludos» |
Los peludos nos dan lecciones de humanidad cada día, y además, nos hacen sonreír. ¿Se puede pedir más?
Kamparina