No recuerdo a mi madre. Alguien me dijo algún día que era muy guapa. Al poco de nacer fui separado de ella y de mi hermana melliza. Aquel hombre había pagado un buen dinero por mí. Podréis pensar que si alguien tiene la necesidad de comprarte al menos te dará muy buena vida. Al principio así fue. Aunque nunca fue cariñoso conmigo al menos siempre comí los mejores manjares que me podría imaginar. Sin embargo pronto empezaron los malos tratos. Paliza tras paliza y apenas nada que comer. No sé porqué pero aquello que debería de ir mermando mis fuerzas fue convirtiéndose en un odio cada día mayor y en una agresividad que crecía en mi sin entender porque. No sé muy bien como pero un día mi padre me llevó a un sitio donde la gente apostaba y apostaba grandes cantidades de dinero. Mi padre también apostó, y apostó por mí. Era de noche. De repente me vi en medio de un círculo formado por los coches de todas aquellas personas con sus luces y noté como me atacaban. Tuve que defenderme de aquel energúmeno más alto y más fuerte que yo, pero menos hábil. Sus ojos me miraban con odio y aunque logré zafarme varias veces alguno de sus envites me alcanzó. No entendía porque me atacaba pero tuve que defenderme y al final, tras una dura pelea y sangrando por varias heridas acabé por doblegar a aquel grandullón negro. La gente aplaudía cuando lo vieron tumbado en el suelo, sangrando por la cabeza, una oreja y por la boca mientras yo seguía en pie con mis heridas no tan graves como las de él. Mi padre estaba feliz. Le había hecho ganar mucho dinero. Aquel día creí sentir su cariño mientras me curaba las heridas. Y comí. ¡Qué bien comí!
No tardé en recuperarme. Era joven. Y volvieron las palizas y la falta de comida. Pronto aprendí cual era mi destino. Pelearme sin sentido. Sólo para que algunos ganasen dinero. Daba igual que fuesen chicos o chicas. Nos teníamos que pegar y punto.
Pronto me fui haciendo famoso y más cuando logré matar a mi contrincante. Todos querían que me pelease con sus hijos y que intentasen derrotarme. No lo conseguían. Y así pasaron un par de años. Mi cuerpo fue llenándose de cicatrices que iban en aumento igual que mi fama. Todo iba bien hasta que llegó un día, en otra pelea, en medio de aquel círculo de luces, en que oí decir a alguien que esta vez me enfrentaría a mi hermana. Mi hermana, aquella de la que me habían separado desde muy pequeño. Por caprichos del destino nuestras vidas corrieron la misma suerte. No podía pelearme con mi hermana. No podía hacerle daño. Cuando la tuve frente a mí la miré a los ojos y mientras las lágrimas brotaban de los míos al verla, en los suyos se veía el mismo odio que vi en aquel grandullón de mi primera pelea. Se abalanzó sobre mí. No intente atacar, ni siquiera defenderme. Era mi hermana. Pronto acabó todo. Ella salió vencedora. Yo muy mal herido y mi padre muy enfadado porque esta vez había perdido muchísimo dinero.
Mi padre me recogió y me metió en el coche. Sólo quería llegar a casa y recuperarme de las heridas. Agonizaba de dolor. Esta vez mis heridas eran muy graves. De pronto el coche se paró. Mi padre me cogió en sus brazos. Creí que habíamos llegado a casa. Pero no. Me tiró en una cuneta mientras decía “muérete” y se fue dejándome allí tirado. Pasé mucho frio esa noche. Apenas tenía pulso cuando al poco de comenzar a amanecer noté una sensación extraña sobre mi cabeza. Nunca había notado algo así. Más tarde supe que aquello era una caricia. Aquel hombre grande y gordo me acarició mientras se lamentaba preguntándose quien me había hecho aquello. Me recogió y llevó en su camión a un médico que se afanó en curarme las heridas. La recuperación fue lenta y mientras estuve ingresado aquel hombre iba todos los días a verme y a regalarme sus caricias. Mi desconfianza fue tornándose en cariño. Llegó el día en que salí del hospital y aquel hombre me llevó a su casa. Tengo cariño, tengo comida, una buena cama, atenciones, juguetes y hasta un nombre. Él a cambio sólo quiere mis lametones. Soy Brian, un perro pit bull terrier, ahora el más feliz del mundo y esta es mi vida, LA VIDA DE BRIAN.
Paula Hevia y Alfonso Hevia