Miro a mi perra y ella me
devuelve la mirada. No tiene muy claro si quiero algo de ella, por eso en
seguida se pone alerta. Alza primero las orejas y luego la cabeza. Se sienta y
su focico alargado se posa sobre mi mano izquierda, la que tiene más cerca.
Tiene el morro casi blanco, salpicado de canas. Yo también tengo más arrugas
que cuando nos conocimos. Esta misma mañana he detectado unos nuevos surcos
alrededor de los ojos. Más que patas de gallo, lo mío comienza a ser una granja
avícola al completo. Es increíble lo rápido que pasan los años cuando uno pasa
de la treintena…
Divagaciones aparte, hoy me he
dado cuenta de que mi querida compañera ya va teniendo una edad. No me importa,
salvo por el pequeño detalle de que ese tiempo que ya ha pasado me va acercando
inexorablemente a su final. Nanda tiene once años (once años ya, ¡la virgen!) y
con un poco de suerte aún nos quedan un par de años buenos antes de que la
vejez haga estragos en su calidad de vida. No quiero pensarlo, pero la idea me acecha
a veces como un depredador furtivo y me asalta cuando veo algún cambio
significativo en su comportamiento. Con la gata me pasa lo mismo. Luni no tiene
canas, pero sus ojos se velan con una cortina de cataratas… El tiempo es una
extraña medida para la vida, cabe mucho y muy poco al mismo tiempo. Me he
levantado filosófica hoy. La mortalidad, la propia y la ajena, no es un tema
agradable para comenzar un día laborable… Como dice mi padre cada vez que dan
por el telediario la muerte repentina de un famoso: esas noticias deberían
estar prohibidas… Y esto, es lo mismo, debería haber una ley natural que te
obligase a no adelantar acontecimientos y pensar en enfermedad y muerte cuando
todo está bien… Ok. Reseteemos.
Cuando te he visto esta mañana
compañera, con el focico cano, he reparado en que algún día, esperemos que aún
lejano, tus fuerzas comenzarán a fallarte, pero quiero que sepas que yo no te
fallaré.
No permitiré que tus últimos años
sean tan infelices como los primeros, cuando aún no nos conocíamos.
Tú querida mía, no vas a acabar
tus días frente a unos barrotes, como tantos infelices a los que se les da
carpetazo en el momento que más necesitan una familia.
Querida Nanda, tú no tendrás que
preocuparte por nada, nosotros estaremos allí, siempre contigo. Seremos
felices, como siempre, pero a otro ritmo, ya lo verás.
Tendremos que ir, probablemente,
más al veterinario, pero puedes estar tranquila compañera, recortaremos en
bares, en revistas, en ropa, en tabaco, en toda clase de gastos superfluos para
que no te falte de nada. No escatimaremos en gastos.
Quizás tengas tú misma, que dejar
algunos vicios, como esos picoteos que sé que no debo consentirte. Será tu
pequeño sacrificio, empezar a comer mejor.
No te preocupes si algún día te
cansas, ya sabes que nosotros no hemos sido nunca de correr maratones.
Pasaremos más ratos sentados, saldremos menos, seremos más pacientes y
ralentizaremos el paso. No te quedarás atrás amiga mía, eso puedo jurártelo.
Siempre tendrás compañera ese
rincón en el sofá que tanto te gusta. No pienses en los incómodos escapes,
saldrás más a menudo, o invertiremos en fundas, bayetas y pañales.
No hay nada, ninguna razón en el
mundo, que me vaya a hacer faltar a mi palabra. Intentaré estar a la altura de
tu fidelidad. Donde tú estés estaré yo, y cuando faltes, estará tu recuerdo.
No te fallaré amiga mía, puedes
jurarlo.