Esta es Luna, Luni,
Lunina, Mio-mio o simplemente la Micifú.
Luna llegó a nuestras vidas poniéndolo todo patas arriba con su vocecilla
chirriante de maullido continuo.
Luna tiene casi diez años,
una rinitis crónica, los ojos ciegos y sus siete vidas intactas. No sé que fue
en su historia lo que nos llamó la atención y nos hizo traerla, pero si sé lo
que la hace quedarse entre nosotros. Luna es una gata vieja, tranquila, cariñosa
y charrana que las primeras semanas nos trajo a todos de cabeza.
Introducir en
casa a Luna fue sencillo para ella, y complicado para todos los demás. Luna en
seguida plantó en el salón su campamento base y se preocupó de marcarnos con
sus feromonas poniéndonos el sello de esclavos de su propiedad. Identificó
perfectamente la nevera, buscó a tientas la escudilla del agua y su letrina e
ignoró a la perra desde el primer momento. Para mi querida compañera canina no
fue tan fácil. Nanda necesitó más tiempo para asimilar que aquella ingrata bola
de pelo había venido para quedarse y no como un tentempié para su cena de
Navidad. Los comienzos siempre son duros, y el nuestro también lo fue.
Amasadora incansable y
ronroneadora pertinaz, se abrió paso entre nosotros a base de exigirnos cariño
y atención. De increparnos cuando la dejábamos en casa sola, de protestar
enérgicamente cuando no cumplíamos sus órdenes en el modo y forma que ella
reclamaba. Y sobre todo tornándose en un pequeño amasijo de mimos por las
noches.
Luna se enrolla en mi
cuello para dormir. Se acomoda alrededor de mis pulsaciones buscando
infatigable el latido de mi corazón. Duerme conmigo como una pequeña y suave
estola de pelo pardo. Y Javi se ríe porque resopla al ritmo de mis ronquidos
acompasando su pequeña respiración a la mía. Pequeña gatina ruinuca, nos has
complicado la vida un poco más pero también la has engrandecido y te adoro por
eso.
Ni siquiera llevas un mes
en casa y ya no sabría vivir sin ti. Es increíble la cantidad de espacio que
puede ocupar un animalillo tan diminuto.
Y yo francamente, no recordaba
los tiranos que pueden llegar a ser los gatos. Como pasan de melosos a
indiferentes, como marcan los tiempos y se hacen querer y de rogar a partes
iguales.
Y adoptando a Luna
volvieron las preguntas que hacía tiempo tenía olvidadas: ¿por qué has cogido
un gato tan mayor?, ¿por qué un gato ciego? Y vuelven las caras de compunción y
las de no te hagas el héroe, y
francamente no sé si desempolvar las respuestas guardadas en el cajón o si
simplemente encogerme de hombros.
Luna es una gata normal,
tranquila y buena. Pero es exigente como todos los gatos. Ha identificado
perfectamente la cocina y sabe que si miaga más de la cuenta conseguirá un
bocado más suculento que el pienso que tiene en su cuenco. Es cariñosa y
“repunante” a partes iguales. Adora dormir con gente pero no soporta que la
cojas en cuello. No le gusta sentirse manejada por nada ni por nadie. Ella es
la dueña y señora de sus movimientos. Luna se sube sin problema al sofá y a la
cama. Se mete en los armarios y curiosea en los cajones. Trepa a las mesas y a
los muebles a la que te descuidas y rezunga si la riñes o no la dejas hacer
algo. Luna juega a perseguir cuerdas de lana, se guía por el movimiento. Y es
ágil la cabrona pese a no poder fiarse de sus ojos.
Luna te da con la pata y
te muerde cuando ya no quiere más mimos. Es su forma de decirle a su esclavo
que puede dejar el masaje. Pero te arrulla y te lame cuando duermes la siesta y
se acomoda en los huecos de tu cuerpo siempre tocándote, siempre en contacto. Luna
adora el pavo, el pollo, los sobres de comida fresca, las salchichas y las
bolas de queso. Es una gata normal, que reparte sus días entre retozar al sol,
exigir comida y dormitar entre sus dueños. Cogí a Luna, porque quería un gato.
Así sin más. Pero un gato tranquilo, que se llevase bien con perros. No quería
un gato independiente, sino un gato lapa, y ahora tengo una gata pesada que me
requiere por toda la casa como si todo mi mundo tuviese que detenerse a su
vera. Luna no puede saltar, ni trepar demasiado alto, lo que la convierte en mi
gato ideal puesto que no soporto el estrés de pensar en las ventanas abiertas.
Tampoco me gusta que el gato pueda estar por encima de mi cabeza. Me gusta que
todos tengamos los pies en la tierra. Luna era la gata que buscaba y yo la esclava-cojín
que ella necesitaba. Puedo adornarlo con múltiples excusas y con frases
rimbombantes pero ¿sabéis qué? Que adopté a Luna porque me dio la Real Gana.