Un mal comienzo. Hoy me ha
llegado al correo una de esas solicitudes de firma de Change.org.
He abierto la petición de forma casi rutinaria y he descubierto con horror que
efectivamente hoy no va a ser un buen día. La demanda viene de Almería, y es
sencillamente espeluznante. Varios chavales, todos ellos menores de edad, dando
rienda suelta al hijo de puta que llevan dentro, apalearon, vejaron y
maltrataron de todas las formas inimaginables a un burro infeliz que había sido
previamente abandonado en un descampado. Precioso todo oye.
La historia me recuerda
trágicamente por el paralelismo, a la que hace unos años, y en contra de su
voluntad, protagonizó el gato Neptuno. Animal al que unos niños habían dejado
paralítico en una piscina, cuando apenas era un cachorro…
Y lo más escandaloso os
diré que es: la falta de concienciación y consecuencias. Si uno teclea en google Burro Capitán, se dará cuenta de
que las pocas noticias que hagan referencia al suceso hablarán de la
repercusión en las redes sociales y buscarán la lágrima fácil hablando de un
pobre animalito indefenso, pero casi en ningún medio se habla de la
responsabilidad de los hechos, o de la atrocidad si queréis, que supone que
unos niños hayan llegado a esos extremos de ensañamiento. Sinceramente vivimos
en una sociedad enferma si perseguimos la quema de papeleras pero ignoramos los
episodios de violencia.
Porque aunque no os lo
creáis en España el maltrato animal está tipificado. En su artículo 337, el
código penal recoge que “el que por
cualquier medio o procedimiento maltrate injustificadamente a un animal
doméstico o amansado causándole la muerte o lesiones que menoscaben gravemente
su salud, será castigado con la pena de tres meses a un año de prisión e
inhabilitación especial de uno a tres años para el ejercicio de profesión,
oficio o comercio que tenga relación con los animales“. Pero seamos
realistas, ¿cuántos casos conocéis de condenas por maltrato animal? Son tan
“excepcionales” que hasta copan titulares de periódico. Casi parece el empeño
personal de un juez más que una pena regulada.
Yo ya no pido en este caso
penas de cárcel para los autores, solo pido, insisto, concienciación y consecuencias.
Pido que nos tomemos en serio los casos de maltrato animal pero no solo porque
sean seres vivos que sufren y bla, bla, bla, sino porque muchas veces se trata
de una señal de alarma que nos empeñamos en ignorar.
Como ya advertimos en este mismo blog hace tiempo, el maltrato animal puede (y suele) ser la antesala
de otros tipos de violencia.
La violencia es un acto
intencionado y un abuso de poder. La crueldad no es más que la indiferencia
ante el sufrimiento de un tercero. Hoy sabemos que la violencia por desgracia,
suele ser cíclica. Que si eres víctima tienes más posibilidades de convertirte
en verdugo. Lamentablemente la normalización de la violencia contribuye a
acrecentar ese círculo vicioso.
La agresión a los animales
está contemplada por la psicología como un posible signo clínico de conducta o desorden
antisocial. Además en muchos casos, cuando la violencia es ejercida por menores
de edad puede ser una llamada de atención ante una situación de maltrato vivida
en casa. Haciendo oídos sordos a la crueldad hacia los animales estamos
ignorando un problema latente no solo en nuestra sociedad sino en un individuo
o domicilio concreto.
La Asociación de
Psiquiatras Americanos advierte que el maltrato animal debería ser utilizado
como predictivo de la violencia doméstica. ¿De verdad vamos a ignorar la crueldad
hacia los animales?
La violencia engendra
violencia, no tener en cuenta las agresiones a los animales por parte de niños
o jóvenes supone una forma implícita de aprobar este tipo de comportamiento.
¿Qué tipo de educación cívica y qué conciencia ciudadana impartimos si nos
empeñamos en mirar para otro lado?
Si tenemos principios
morales y queremos que los adultos del futuro tengan algún tipo de ética
debemos comenzar a implicarnos. ¿En contra del maltrato animal? No. En contra
de la violencia. Así. Sin más.