La semana pasada os contaba los cambios que mi adopción supuso para el mundo de alrededor; no necesitáis que os diga cuánto cambió mi vida, de pasar hambre y sed y calor y miedo en una perrera (perrera, no protectora, que hay una diferencia abismal), a vivir cómodo, querido, bien cuidado y con la panza llena. Pero también cambió el mundo para mi humana.
Su vida estaba un poco manga por hombro, coincidieron en el tiempo varios sucesos que acabaron casi con su capacidad de resistencia. Cuando yo llegué, mi humana estaba sola y trataba de recuperarse de una enfermedad que había limitado bastante su movilidad.
Tener que ocuparse de mí la obligó a animarse y a ocuparse de ella misma, a salir a la calle y caminar todos los días, por mucho que le costase al principio. Su primer objetivo fue ése, salir conmigo tres veces al día; si el resto del tiempo tenía que descansar, pues poco a poco. El siguiente objetivo fue volver a trabajar; eso costó bastante, incluso algún intento fallido, pero finalmente fue posible.
Entre medias, mi humana se implicó como voluntaria con la protección animal, tratando de extender su esfuerzo a otros menos afortunados que yo, dentro de sus posibilidades. Y eso también fue un avance, no sólo de ánimo, sino de reincorporación a la vida social: nuevas amistades, nuevos intereses, más cosas que aprender...
Y aquí estamos los dos, afrontando un día nuevo cada vez. A veces intentamos cosas que no nos van bien, pero no pasa nada, rectificamos y probamos de otra manera. Y el mundo, nuestro mundo, ha cambiado.
Tu mundo también puede cambiar, y sólo tú puedes hacer que ocurra.