BASADO
EN HECHOS REALES J
La semana pasada introducíamos
algunas pautas generales para conseguir la convivencia entre perros y gatos,
hoy dejando al margen el manual, voy a centrarme en mi propia experiencia.
Como sabéis Luna aterrizó un día
en nuestras vidas removiendo cada rescoldo de la pacífica convivencia que hasta
entonces reinaba en nuestro hogar. Las peculiaridades de mi hoy gata, son las
que la hicieron candidata a miembro de honor de nuestra familia. Cumplía todos los
requisitos demandados: era una gata adulta, tranquila y tolerante con perros. Y
desde un principio ella se adaptó a la casa con pasmosa facilidad haciendo que
todos nosotros tuviésemos que adecuarnos a ella.
Mi querida Nanda, una perra nada
gatera por otra parte, que se empeñaba en intentar perseguirlos por la calle,
se encontró de pronto, un buen día, con una pequeña intrusa en sus dominios.
Sin embargo pese al recelo que otros miembros de mi familia demostraron, desde
el principio yo siempre tuve claro que podíamos hacerlo, que ella podía. Y gracias
a dios así fue.
Creo que en este punto es
necesario recalcar que el carácter de ambas fue primordial para la adaptación.
Por una parte Luna con su sorprendente facilidad de aclimatación favoreció que
durante los primeros días solo tuviésemos que preocuparnos por las reacciones
de Nanda. Yo había leído y sé de buena tinta, que muchos gatos necesitan al
principio su propio espacio. Que los primeros días los pasan agazapados
observando su entorno hasta sentirse seguros de avanzar por su nuevo
territorio. Es un comportamiento normal en los felinos, pero Luna no fue así,
sino más bien todo lo contrario.
Desde el minuto uno necesitaba la
presencia y el contacto humano para sentirse segura, por lo que sus
investigaciones partían indefectiblemente de nuestro regazo al pasillo. Creo que
ya hemos dicho en otro post que Luna es ciega, por lo que posiblemente su
seguridad parta de otros preceptos diferentes a los de sus congéneres. Luna se
sabe dependiente de los humanos, por lo que aunque mantiene las distancias y no
le gusta que la atosiguen con caricias cuando está dormitando, sí exige una
presencia continua de las personas. A Luna le gusta estar en la misma estancia
que tú, aunque sea guardando las distancias. Esta particularidad es lo que la
hace distinta de otros felinos.
Nanda por el contrario, es una
perra estándar. Es dependiente y cariñosa, y en cierto modo es una perra lapa.
Yo sabía que Nanda pese a no ser la perra más sociable del mundo, no tenía
problema en convivir con sus semejantes. Ella establece, eso sí, una serie de
normas de obligado cumplimiento en su espacio: “Mi cama es mía y el perímetro
alrededor de donde me encuentro echada también lo es. Tú puedes pasearte a tu
antojo, pero déjame mi sitio”. Les repite con frecuencia a los perros que a
menudo la visitan. No tiene problemas sin embargo en compartir otros espacios
como el maletero del coche, y no le importa ceder sus objetos personales ni
compartir pienso y agua incluso si es en el mismo cuenco. Es una perra dócil y
obediente que se pliega sin dudarlo a tus deseos, por lo que fue relativamente
fácil que subyugase sus ganas de merendarse al gato.
Primeras impresiones
La entrada no fue triunfal
precisamente, llegamos una noche con un gato estresado pegando berridos desde
el trasportín, por lo que al abrir la puerta nos encontramos con una perra
enloquecida y muerta de ganas de saber a qué se debía aquel escándalo.
Yo había leído en algún lugar que
era conveniente dejar al gato en el trasportín y permitir que el perro lo
olisquease estando así ambos fuera de peligro. Pero ya os aventuro que no fue
una buena idea. La gata sentía como su ansiedad iba in crescendo y agudizaba aún
más el tañer de su maullido. La perra cada vez más excitada, intentaba
infructuosamente abrir aquella maleta de plástico como si de un “Huevo Kinder”
se tratase. No fue un gran comienzo.
Nuestra siguiente decisión fue
ponerle la correa a la perra para bajarla a la calle y permitir que el gato
saliese a investigar su nuevo universo. La gata salió con total naturalidad
mientras la perra se retorcía y desesperaba llorando porque quería intentar
cogerla.
Esa noche, que duda cabe, la
pasaron separadas. En un principio creyendo que el gato se sentiría más cómodo encerrado
en la seguridad de su nuevo cuarto, procedimos a acomodarla en una habitación
que habíamos dispuesto con agua, comida, cama y algo apartada, la caja de
arena. El perro acudía sin cesar a la puerta a olfatear, rascar y llorar. Nos
costó mucho tiempo hacer que renunciase a cazar esa presa. La gata por su
parte, aislada y sola se desesperaba maullando y solo era posible hacerla
callar sacándola de su encierro. En ese momento la gata era la feliz
ronroneadora que nos habían prometido y se entretenía en requerir atenciones,
subida en nuestro cuello. Lo malo es que al separar a Nanda, era la perra quien
entonces se desesperaba llorando y rascando la puerta de su cárcel. No fue
agradable la primera noche que pasamos juntos, teniendo que debatirnos en recluir
a una o a otra. Creo que no exagero si digo que no es solo que no durmiésemos
ninguno de los que nos encontrábamos dentro de casa, sino que es probable que
no lo hiciese nadie en aquella escalera.
Hannibal Lecter
A la mañana siguiente, atamos a
la perra para volver a abrir al gato. La primera reacción de mi perra fue
lanzar una dentellada que hizo a la gata huir. Encerré a la perra y me quedé
con la gata. Me había informado y sabía que era primordial dejar que la perra
oliese a la gata pero ¿cómo permitir que una perra de veinte kilos con ganas de
paté de gato se acerque a olisquear a una gata de dos kilos que además de no
conocer el terreno está ciega? Así que después de una mañana igual de
estresante que la noche anterior, me encaminé al veterinario para adquirir un
bozal.
No encontré en internet ninguna alusión a la recomendación o rechazo de
este uso, y el veterinario me advirtió que si la perra relacionaba al gato con
el bozal, podíamos producir que la repudiase, pero aún así lo compré. Y he de
deciros, bajo mi humilde opinión que fue la mejor opción a la que pude haber
recurrido. Ponerle el bozal a Nanda aunque pueda parecer cruel no lo fue en
absoluto. De esta forma, disfrazada de Hannibal Lecter, podía acercarse a la
gata sin problema. La olfateaba curiosa, la seguía y en algún momento intentó
darle con la pata. La gata por su parte, se dejaba olisquear alejándose solo
cuando la atosigaba. Así poco a poco, para Nanda fue pasando la novedad y
podíamos quitarle la mordaza. Empezaron a pasar períodos juntas ignorándose
completamente la una a la otra. Recompensábamos a la perra continuamente por su
conducta tranquila y a los pocos días empezamos a relajarnos. Pasados unos diez
días pudimos empezar a dejarlas solas y sueltas. Al principio nos ausentábamos
un rato breve, después algo más largo y para nuestra sorpresa no nos
encontramos con ningún gato muerto, ni con un perro tuerto.
Aceptación
Como dato a tener en cuenta, es
necesario recalcar que conocer el carácter de tu perro o gato es crucial en los
procesos de adaptación. La mejor forma de tranquilizar a mi perra es mediante
la comida, ponle una salchicha delante y moverá el mundo si es necesario. Como
conozco el carácter de Nanda y sé que es capaz de aguantar lo que sea si el
premio es una salchicha, las primeras veces que le quitaba el mordedor estando las
dos juntas fue en la cocina. A la vista del premio, Nanda se sienta cuadrándose
como un militar, sabe que cuando son dos hay que compartir la comida, por lo que
empezó a respetar a la gata, mientras esperaba paciente su bocado.
Actualmente conviven. No puedo
decir en armonía, ni asegurar que se adoran y no saben vivir la una sin la
otra. Simplemente se toleran y comparten piso aunque estoy segura que
cualquiera de las dos preferiría que la otra no estuviera y ser la dueña y
señora de su casa.
De vez en cuando se hablan en su
propio lenguaje, la perra le ladra a la gata cuando ésta se acerca demasiado al
espacio donde se haya echada, y la otra se toma su revancha abofeteando a la
perra cuando acerca el hocico más de lo que considera aceptable. Pero ya no
temo por sus vidas.
Como casi todos los compañeros de
piso tienen derecho a cocina, y es en este espacio donde mis fieras firman un
armisticio y comparten espacios próximos en franca camaradería. Las dos corren
tras los platos a la cocina, acuden a la apertura del frigorífico y atacan sin
piedad a la basura a la que uno se descuida. Pasan de enemigas a aliadas en
este territorio neutral que es la cocina de mi casa. No me quejo. En apenas dos
meses pasaron de ser cena y comensal a dormir juntas en la misma habitación. No
se adoran, pero se respetan. No obstante tengo que reconocer que aún no he
perdido la esperanza de que con el roce llegue el cariño y que los años las
conviertan en grandes amigas. Quién sabe, solo el tiempo lo dirá.
Nota: Las fotografías que ilustran
este artículo son de Nanda y Luna, iniciando su convivencia.
COMO PERROS Y GATOS I
COMO PERROS Y GATOS I