No conocí a Cundi, pero leer ayer su “esquela” en el Facebook,
me produjo como a muchos otros internautas un triste desasosiego. Pensar que el
pobrecillo se quedó a las puertas de conocer un hogar me produce tristeza, y
sin querer me remonta a las otras veces que he tenido que despedirme para
siempre de un perro.
El luto por un animal es algo confuso, que no hemos
introducido aún en nuestro protocolo social. A menudo el dueño del perro (o del
gato) se siente perdido y deprimido, pero al mismo tiempo avergonzado o
culpable por dejarse invadir por la tristeza. Cuando perdemos a un familiar o
un amigo, es natural expresar nuestro dolor, y nuestra sociedad lo comprende y
apoya entendiendo que estamos pasando un proceso de duelo. Sin querer entrar en
odiosas comparaciones humano-animal, esto no es así cuando el fallecimiento es
el de un perro o un gato. Gran parte de nuestro círculo social, puede encontrar
inadecuado este luto, lo que nos producirá aún más desasosiego y sensación de aislamiento.
Recuerdo a una buena amiga mía, que lloró durante semanas el
fallecimiento accidental de su perra, y que cuando meses después falleció un
miembro de su familia (otro), se lamentaba de haber llorado tan amargamente la
muerte de su perra. Literalmente pensaba que “dios” la había castigado por
haber sentido tanto la falta de su perra, y que le había dado motivos para
llorar “por algo”. Nada más lejos de la realidad por supuesto, pero el luto a
veces nos nubla la conciencia y el entendimiento. En la batalla contra la
tristeza se nos embota el razonamiento. Es normal… No la juzguéis. Sirva solo
de ejemplo de la dificultad de asumir un proceso de luto como realmente se
manifiesta.
Mientras escribía esto, intentaba encontrar el artículo de
periódico que leí una vez, en el que se referían a la pérdida de una mascota
relacionándola con la muerte de un familiar o un amigo. Lo busqué, porque
leerlo me facilitó cierta tranquilidad anímica. Más que de un artículo de
opinión se trataba de un estudio científico en el que hablaban de los efectos
que esa pérdida producía en el cerebro. Y ciertamente por difícil que esto sea
de explicar a quién no ha tenido la suerte de compartir su vida con un animal,
nuestras mascotas forman parte de nuestra familia mientras están con nosotros.
Son tan invasivos, que al poco tiempo de estar ahí, parece que llevasen toda la
vida en nuestra casa. Es increíble, como algo en ocasiones tan pequeño, puede
ocupar tanto espacio vital. Como pueden dejar su presencia impregnada en cada
rincón de nuestro hogar, como acompañan tanto sin hablar siquiera. Siempre he
pensado que el único defecto que tienen los perros es que se mueren antes que
nosotros, aunque quizás sea mejor así, porque de lo contrario su fallecimiento
sería más parecido a la amputación de un brazo.
Dicen los expertos que debemos pasar el luto y expresarlo
cuando nuestros compañeros animales nos dejan. Que asumamos primero la pérdida
y no intentemos sustituir al animal que se fue. Yo no soy un buen ejemplo de
esto último, y supongo que como en todo, cada persona es un mundo y necesita
sus propios procesos. Cuando Scrappy se fue, acogimos a Nanda. No pasó ni
siquiera un día, y Nanda ya estaba “dando el coñazo” por casa. Es una forma de
hablar claro, no sabría vivir sin ella. Mi excusa es que Scrappy marchó el día
de Nochebuena, y yo no quería recordar aquellas navidades por una pérdida, sino
por una llegada. Pero me molestaban comentarios como “a rey muerto, rey
puesto”. No pretendí sustituir a Scrap, aunque sea lo que aparenta, no lo
olvidamos, ni lo traicionamos, Peque-Scrapp, siguió allí, en nuestro
pensamiento, en cada rincón de mi casa. Y aquí sigue, sin saberlo, siempre
presente en cada perro que pasa. Entiendo que esta opción pueda no ser la más
recomendable, o al menos no exportable a todo el mundo, cada persona debe
conocer sus propios procedimientos. Hay quiénes no son capaces de volver a
acoger un perro, por no volverse a enfrentar al profundo dolor de la pérdida.
Hay Quién necesita tiempo de asimilación, un margen de tiempo razonable para
asumir la despedida y plantearse de nuevo compartir su vida con una mascota. No
creo que ninguna de ellas sea cuestionable. No obstante es interesante conocer
el proceso psicológico en el que nos veremos irremediablemente envueltos. He encontrado
un artículo en la revista Consumer que hace referencia a dos estudios
científicos similares a los que yo hacía referencia, aquí dejo el enlace:
Querido Cundi, descansa en paz. Los trabajadores y
voluntarios se recogerán en tu duelo. La familia que iba a acogerte también lo
hará. Hasta siempre pequeño.